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Fernando Berlín, el autor de este blog, es director de radiocable.com y participa en diversos medios de comunicación españoles.¿Quien soy?english edition.

 

Me lo contaron en Lisboa quienes llegaban desde Lanzarote. Los ciudadanos de allí habían enviado miles de ellas, desde todos los rincones, de todos los colores, a casa de José Saramago y Pilar del Río, a su biblioteca de Tías. Y la isla se quedó sin flores.

Pilar sugirió que tenían más dueños y cuando el cuerpo de José iba a ser trasladado a Lisboa pidió que aquellas flores fueran de nuevo repartidas: por los trece cementerios de Lanzarote, para rendir homenaje a tantos otros individuos, a tantos otros lugares de silencio.

En Lisboa, donde llegamos nosotros el sábado a primera hora, descubrí que el duelo es una parte necesaria del proceso de la despedida.

El gobierno de Portugal había decidido que los ciudadanos darían el adios al escritor en la casa del Ayuntamiento, un palacete con salones y columnas.  Fue en una estancia del primer piso, al que se llegaba por una gran escalera bajo las cúpulas, rodeado por más y más flores. En la sala, Pilar, serena, abrazaba a quien se acercaba preguntando por ella, dando tanto calor como el que recibía.

Cientos de ciudadanos anónimos, pasaron por el lugar. Algunos lo conocieron, otros muchos habían establecido una relación íntima de confidencias, de relatos mutuos, a través de sus libros. Ese es el vínculo que crean los escritores con quienes leen sus obras.

Quienes pasaban frente a él lo hacían en silencio, con gestos íntimos, solemnes, de despedida frente al escritor.

Ví un hombre mayor, del campo, pastor, que se detuvo frente al rostro de Saramago. Andaba con dificultad apoyando su cuerpo sobre un bastón de madera retorcida. Llevaba un clavel rojo que apretaba contra su pecho. Miró a los ojos al escritor, inclinó la barbilla en señal de respeto, apretó más fuerte el clavel contra su cuerpo, se inclinó con dificultad y colocó en el suelo, a los pies del féretro aquella flor de la que habla Olga. Otros tantos le siguieron después, durante horas.

Ví también dos policías uniformados, grandes, como imponentes gotas de agua, detenerse allí. Se quitaron la boina al únísono, bajaron la barbilla, se la colocaron de nuevo y marcharon.

Ví a dos estudiantes universitarias. Una de ellas se quedó en un segundo plano ensimismada, pero la otra se acercó a él, abrió una página, y leyó con voz suave, casi de suspiro, un fragmento de A Viagem do Elefante. Tras ellas, una mujer cargaba con un Cello. Caminaba despacio y se detuvo unos segundos, acarició discretamente la funda del instrumento y siguió su camino desapareciendo entre la gente.

En esas 48 horas se produjeron imágenes de gran simbolismo. Como el paso de Mario Soares y su abrazo a Pilar, o como cuando habló la Vicepresidenta española, de la Vega: «Saramago quería que los justos fueran más fuertes y los fuertes más justos». Y los aplausos de la gente que aguardaba fuera y lo seguía por una gran pantalla, retumbaron en las paredes del palacio. O como cuando llegó la pequeña comitiva de gala de cinco personas, unas horas antes. Venían de Azinhaga, y quizá, por su atuendo, de otro tiempo.

Ellos con chaquetilla verde, pantalón marrón y gorra uniformada y ella con un vestido blanco sobre otra falda también verde, y con una banda de gala en la cabeza que le caía por los hombros. Sostenían un estandarte y se colocaron durante toda la mañana custodiando al escritor. Si no se tratase de Portugal podría el lector imaginar que Fellini estaba disponiendo el espacio.

El duelo, decía, es una parte del proceso necesario de la despedida. Con él fotografiamos el adios, y gracias a él, materializamos lo inexorable. Por eso tanta gente necesita mirar el  rostro de la persona a la que despide, dirigirse a él, de humano a humano. Ví allí a muchos que podrían atestiguarlo.

Terminada la mañana del domingo terminó el viaje del elefante, como bautizó Marisa Márquez a esta despedida en Lisboa. Bueno, no terminó del todo.

El ser humano tarda nueve meses en nacer. En una invertida cuenta atrás, como en El año de la muerte de Ricardo Reis, deben, por tanto, ser nueve los meses en los que se despida a alguien. Nos lo explicó ya en el avión, el domingo por la tarde, María del Río, la hermana de Pilar.

A partir del día 18 de junio los próximos días 18 de cada mes, servirán para recordar. Cualquier comida con familiares ese día, reunión con amigos, o íntima celebración unipersonal, servirá de pequeño homenaje al escritor. Si quieres participar retrátala de alguna manera: con una foto, con un dibujo, o con unas líneas. Quizá algún día esas conversaciones puedan editarse y formen parte de este adiós.

La despedida será larga, de nueve meses, pero es que aquel día la isla se quedó sin flores.

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Mensajes en facebook para Pilar y su familia (aquí y aquí).

 

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