Conocí hace algún tiempo a un filósofo que habría dicho que la memoria es un problema de apropiación de una historia que nos contamos sobre el pasado. Habría puntualizado los dos conceptos, el habría dicho distinciones, fundamentales de ese diagnóstico: historia y apropiación.

Historia lo habría dicho en el sentido más despectivo: un cuento, una narrativa, que hemos ido construyendo como hemos podido para justificar en cada momento las decisiones que tenemos que tomar. Apropiación lo entendería por creerse esa historia, por vivirla, con apasionamiento.

La memoria «historica» no es distinta de la memoria «personal», o de ningún otro tipo de memoria. Basta con pensar en la memoria que guardamos de amigos, parejas, trabajos, sueños truncados, éxitos, etc. Cada día los cambiamos para hacer de aquellas vivencias hechos útiles con los que vivir.

Los argumentos importan poco, en cambio los principios de convivencia sí. Cómo es posible negarle la calidad de víctima a un tipo que fusilaron sumariamente en una cuneta, y a sus familiares la oportunidad de enterrarle donde puedan dejar unas flores de vez en cuando. Si hacemos distinciones en las victimas de la democracia, imposibilitaremos la convivencia, porque comenzaremos a discutir de la memoria; y esa es una mala pécora que se vende al mejor postor.

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