E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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» El espacio aéreo de seis países por lo menos es vigilado por aviación autómata, teledirigida por el ejército estadounidense o la CIA, que dispara misiles para llevar a cabo asesinatos selectivos. Estoy convencido de que este método de librar un conflicto armado sale rentable sobre el papel, pero no estoy convencido de que sea moral.

No se ha producido prácticamente ningún debate público acerca del creciente uso de vehículos no tripulados como máquinas de matar — a nivel nacional no, al menos. En los lugares en los que los ataques con vehículos no tripulados tienen lugar, se produce comprensiblemente gran escándalo. Y en el resto del mundo se plantean dudas acerca de la base legal y ética para llevar a cabo estos ataques balísticos asépticos.

Según el Washington Post, un aparato militar estadounidense no tripulado abrió fuego en Somalia la pasada semana en un intento de abatir a dos líderes del grupo islamista al-Shabab, al que se vincula con al-Qaeda. Los dos hombres resultaron heridos de gravedad en el acto al parecer, recoge el periódico citando a un alto funcionario militar anónimo.

Somalia se suma de esta forma a Afganistán, Pakistán, Irak, Yemen y Libia como países en los que vehículos a control remoto llevan a cabo ataques letales. El ataque era considerado justificado por las autoridades estadounidenses, según el Post, porque al-Shabab se había vuelto «algo más activa últimamente» y «planeaba operaciones fuera de Somalia» contra Estados Unidos y sus aliados.

La administración Obama ha incrementado sensiblemente el uso de vehículos no tripulados dotados de proyectiles balísticos, y entender el motivo es fácil. La aviación sin piloto se puede introducir en territorio hostil — y utilizarse para ubicar, rastrear y diezmar un objetivo — sin poner en peligro vidas estadounidenses. Puesto que los vehículos no tripulados están controlados electrónicamente por efectivos humanos, se pueden dirigir de formas que respondan a las cambiantes condiciones sobre el terreno: si el todoterreno de un objetivo a la huida gira a la derecha, el vehículo no tripulado también puede girar a la derecha.

La creciente dependencia de los ataques con vehículos sin piloto forma parte de la estrategia de contrainsurgencia de amplio espectro de la administración. Según el colectivo New America Foundation, que trata de llevar un registro, se han producido 215 ataques con vehículos no tripulados solamente dentro de Pakistán desde enero de 2009.

Puesto que se supone que el programa es alto secreto, las autoridades utilizan eufemismos cuando hablan de él en público. John Brennan, el asesor del Presidente Obama en materia de contraterrorismo, decía en una reciente alocución que «nuestra mejor ofensiva no va a ser siempre desplegar ejércitos considerables en el extranjero sino llevar a cabo medidas de presión quirúrgicas y focalizadas sobre los grupos que nos amenazan».

La palabra «quirúrgico» se utiliza muchísimo para describir al programa de vehículos no tripulados, aunque la cirugía se diseñó para salvar vidas, no para cobrárselas.

¿Por qué deberían las autoridades pensarlo dos veces antes de utilizar una tecnología que puede matar a nuestros enemigos sin poner en peligro vidas estadounidenses? Por un montón de motivos.

En primer lugar, está la cuestión práctica de si matar terroristas de esta forma está creando terroristas nuevos. Y en Pakistán, por ejemplo, la administración ha respondido al escándalo de la opinión pública prohibiendo los vuelos de vehículos no tripulados desde unas pistas que anteriormente habían sido un centro de operaciones, según The Financial Times.

También hay cuestiones legales. La administración Obama afirma taxativamente que el derecho internacional permite claramente la selección como objetivo de los particulares que están planeando ataques contra Estados Unidos. Pero este criterio exige contar con una información de espionaje casi perfecta — que se ha identificado al objetivo correcto, que estamos seguros de las intenciones nocivas del objetivo, que el objetivo se encuentra realmente dentro del domicilio o el coche que el vehículo no tripulado tiene en el punto de mira. Los errores son inevitables; la búsqueda de culpables dudosa en el mejor de los casos.

Lo más problemático de todo, quizá, es la cuestión moral y filosófica. No se trata de un programa bélico sino de un programa de asesinato. Sin lugar a dudas, alguien como Aymán al-Zawahiri — el otrora segundo de abordo de Osama bin Laden y líder de al-Qaeda hoy – constituye un objetivo legítimo. Pero ¿qué hacemos con otros como los «militantes» somalíes a los que les gustaría perjudicarnos pero que no han llegado a hacerlo? ¿Estamos seguros de que tienen realmente la capacidad de lanzar algún tipo de ataque? ¿Existe algún extremo en el que la antipatía hacia Estados Unidos, hasta el odio, se convierte en una ofensa capital en ausencia de cualquier acto abierto?

Una cosa es asesinar a líderes de al-Qaeda reconocidos, organización terrorista con la que estamos en guerra. Otra muy diferente es valerse de los vehículos no tripulados en Libia, contra un régimen que no plantea ninguna amenaza en absoluto a Estados Unidos.

Nos hace falta con urgencia explorar estas cuestiones, porque el uso de aviación autómata — y desde luego, de dispositivos autómatas que trabajan a control remoto en tierra o mar — se extenderá inevitablemente a medida que la tecnología mejore. Y nos hace falta recordar una antigua lección aprendida: que ningún método de enfrentamiento bélico carece de riesgos o de consecuencias.

Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
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