E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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Eugene Robinson – Washington. Somos la nación que puso un hombre en la luna, de manera que no podemos ser idiotas. Sólo lo simulamos, ¿verdad? No nos tomamos realmente en serio el «argumento» de que las grandes tormentas de nieve que han afectado al noreste las últimas semanas constituyan una pista – o incluso la prueba – de que el cambio climático es una especie de fraude.

Eso sería increíblemente estúpido. Sin embargo, hay funcionarios electos en Washington que aparentemente creen esas tonterías. El Senador Jim Inhofe, Republicano por Oklahoma., hizo que su familia levantara un iglú cerca del Capitolio y le colgó el letrero «Nueva Residencia de Al Gore». El Senador Jim DeMint, R-S.C., presumía en Twitter que la nieve seguirá cayendo hasta que «Al Gore se congele». Los tertulianos plantean seriamente si las nevadas récord sentencian las esperanzas de alcanzar una legislación integral para abordar la política energética y el cambio climático, que es una de las prioridades del Presidente Obama.

Es cierto que Washington atraviesa dolorosamente su invierno más crudo de la historia. Antes de poder abrir el periódico la mañana del jueves tuve que vestirme como si fuera a una expedición de alpinismo porque mi patio delantero parecía un glaciar en miniatura. Mi viaje a la oficina normalmente cuesta 20 minutos; llevó más de una hora mientras me abría camino por calles cuyos badenes habían sido invadidos por enormes bancos de nieve.

Pero eso no fue nada en comparación con el martes por la mañana, cuando me desperté y descubrí que un quitanieves me había enterrado el coche en la entrada bajo un bloque de hielo de metro y medio. Tenía una cita temprano, así que tuve que salir como pude – antes del café. Me temo que lo primero que escucharon mis vecinos esa mañana no fue un lenguaje muy educado.

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Sin embargo, ni siquiera esta desagradable experiencia me hizo perder los nervios lo bastante como para sopesar la noción de que una tormenta de nieve o dos – en una ciudad donde nieva todos los años – puede desvirtuar de alguna manera todas las pruebas científicas del cambio climático.

Ni siquiera se me ocurrió que nuestra Snowmageddon, tan inconveniente como fue, pudiera alterar el debate político de la legislación climática. Eso sería una idiotez. Como señaló el comediante Stephen Colbert, sería como mirar por la ventana la noche, ver que está oscuro, y concluir que «el sol ha sido destruido».

Como hasta los Senadores Inhofe y DeMint seguramente saben, la Tierra es muy, muy grande. (Y no es plana. Tiene la forma de una pelota. En serio). Es tan grande que puede hacer frío aquí y calor en otros lados – y este es el concepto clave – al mismo tiempo. Incluso si hiciera un frío inusual en el interior de Estados Unidos, eso representa menos del 2 por ciento de la superficie de la Tierra.

Aquellos que quieran utilizar nuestro crudo invierno para «refutar» la teoría de que la atmósfera del planeta se está calentando deben darse cuenta de que la evidencia anecdótica siempre tiene dos caras. Antes de los Juegos Olímpicos de Invierno en Vancouver, la organización utilizaba excavadoras y cañones de nieve para poner nieve en las pistas de esquí – el invierno había sido excepcionalmente cálido. Los datos preliminares de los científicos del clima indican que enero, en términos de temperatura global, en realidad fue más cálido que de costumbre. Los que desfilan en el carnaval anual de Río de Janeiro, que terminó el martes, se cocieron en un calor atípico, con temperaturas superiores a los 40 grados centígrados. Afortunadamente, la costumbre durante el carnaval es no usar mucha ropa.

Han sido unos meses muy malos, siendo amable, para aquellos lo bastante valientes para seguir llamándose «los científicos del clima». Primero salen a la luz los correos electrónicos que demuestran que algunos destacados investigadores son mezquinos, vengativos, y tal vez están dispuestos a ignorar los datos que no se ajustan a sus teorías. Luego se supo que un documento oficial de la ONU sobre cambio climático exagera la velocidad a la que los glaciares del Himalaya se cree que desaparecen. A medida que surgían más ejemplos de descuido o imprecisión, el invierno empeoró. Los críticos salen como setas, intuyendo que ha llegado el momento de tumbar cualquier esfuerzo global por abordar el impacto humano sobre la temperatura de la biosfera.

Pero esto es lo que unos meses poco propicios no pueden abordar: décadas de estudio de científicos de todo el mundo llegan a la conclusión de que la Tierra se está calentando y que la humanidad es probablemente responsable. El último decenio fue el más caluroso de la historia. Entre los efectos previstos del cambio climático están el aumento de las precipitaciones – no sólo lluvia, sino también nieve – y mayores tormentas. Lo que hemos visto este invierno tiende a demostrar, no a refutar, el consenso científico de que el calentamiento es real.

Pero hay una pregunta sin respuesta que yo quiero hacer a los científicos del clima: por favor, díganme cuándo se fundirá el glaciar Robinson que tengo fuera de casa.

Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
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