E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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Eugene Robinson  – Washington.  Cuando no quede nada por decir o hacer – y sí, queda un poco más de decir o hacer que aguantar, lo que significa que puede pasar cualquier cosa — la legislación de reforma sanitaria que parece probable que apruebe el Presidente Obama, aunque un desagradable desastre, será recordada como un hito.

El proyecto que supera el trámite del Senado por el más ajustado de los márgenes es imperfecto, por decirlo suavemente. Pero antes de enumerar sus muchos defectos, consideremos la gran virtud de la medida legislativa: por primera vez, vamos a consagrar el principio de que todos los estadounidenses merecen tener acceso a la atención médica con independencia de su capacidad para pagarla. Ya no será la política y la práctica de nuestra nación racionar la salud en función del poder adquisitivo.

Cuando se aparta toda la paja, esa era la motivación de esta lucha. El proyecto del Senado carece de una opción pública de protección sanitaria, el proyecto de la Cámara está lastrado por restricciones gratuitas al aborto, y el proyecto final de una conferencia Cámara-Senado probablemente incluya ambos errores. Pero una vez que sea aprobada la idea de la sanidad universal, será imposible de eliminar. A lo largo del tiempo, esa idea se convertirá en realidad.

Los flecos que quedan por cortar son tantos y tan variados que, en la práctica, probablemente sea necesario volver a examinar el asunto de la sanidad dentro de poco. Incluso si se tardan años en enderezarlo, eventualmente es mejor que nunca. La historia sugiere que las nuevas iniciativas sociales importantes tienen que ser perfeccionadas con el tiempo — y que los derechos sociales básicos, una vez implantados, pocas veces son desestimados.

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Los progresistas partidarios de tumbar el proyecto del Senado y empezar de cero deberían explicar su postura a los 30 millones de estadounidenses sin seguro médico que estarán cubiertos bajo esta legislación insuficientemente progresista. Ellos deberían recordar que cuando Obama y la dirección Demócrata del Congreso iniciaron esta cruzada, la opinión pública era firmemente partidaria de la reforma. Con las encuestas plasmando ya importantes reservas, habiendo confundido y asustado los Republicanos a muchos votantes que ya tienen una protección sanitaria adecuada, ¿por qué iba alguien a pensar que partir de cero probablemente de lugar a un resultado más progresista?

Seguramente no lo haría. Para cualquiera que crea que es vergonzoso que la nación más rica y poderosa del mundo se preocupe tan poco por la salud y bienestar de su ciudadanía, este es el momento. Debería aprovecharse, no desperdiciarse.

¿Es ridículo que el proyecto del Senado esencialmente soborne al Senador Ben Nelson con compensaciones especiales en Medicaid destinadas sólo a Nebraska? Sí. ¿Es irritante que la opción pública y la idea de una ampliación de Medicare sean víctimas del capricho del Senador Joe Lieberman? Supinamente. Pero deberíamos conservar la vista puesta en el premio.

El proyecto ha sido descrito como un regalo a las aseguradoras puesto que les proporciona 30 millones de clientes nuevos y ninguna competencia de un plan público. Yo no creo que sea una coincidencia que el precio de las acciones de las aseguradoras se esté disparando en bolsa. Pero tampoco creo que la principal motivación de este ejercicio sea castigar a las aseguradoras, por muy satisfactorio que pueda ser.

Algún día, tal vez, afrontaremos la perversidad de tener empresas de salud pública. Los ejecutivos de esas empresas tienen el deber de maximizar la rentabilidad para sus accionistas, lo que les da el incentivo para portarse mal — rechazar a los que más necesitan atención médica, negar reclamaciones razonables, subir el precio de las pólizas en cuanto es posible. Si la sanidad es un derecho fundamental y un bien social, entonces ¿por qué su distribución debe realizarse a través del sector privado? Pero éste no es el debate que acabamos de tener.

Con el tiempo probablemente nos hagamos esa pregunta. Mientras que el paquete de reforma casi terminado reduce el ritmo de crecimiento del gasto sanitario, va a ser necesaria una mayor reducción. Desafortunadamente, vamos a tener que echar un vistazo más fundamental a la forma en que se estructura la industria sanitaria.

Así que éste no es el final de un proceso que conduce a un sistema sanitario racional, sostenible y más eficaz. Es el principio. Pero cuando un proyecto de reforma sea aprobado, como ahora parece probable, Obama y los líderes del Congreso habrán logrado un objetivo que los progresistas llevan décadas persiguiendo. Habrán establecido la idea de que la atención médica de calidad debería ser para todos, no sólo para aquellos que se la pueden permitir.

Ahora tenemos un sistema en el que los estadounidenses se arruinan intentando pagar a médicos y hospitales para que les conserven con vida. Cuando llega la oportunidad de cambiar esto, se aprovecha — incluso si ello significa ganar por la mínima.

Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
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