Richard Cohen

Columnista en la página editorial del Washington Post desde 1984.

 

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Richard Cohen – Washington. Hace años, me compré un ejemplar de la revista Time – el número con el Hombre del Año 1965 en la portada. Lo metí dentro de un viejo marco y lo puse a la vista para recordarme tanto la falibilidad de los hombres como, e incluso, la de la revista Time. Era la foto del General William C. Westmoreland. ?l fue el General Stanley McChrystal de Vietnam.Westmoreland fue un total fracaso y no pretendo sugerir que McChrystal sea lo mismo. Pero cuando por aquel entonces la imagen de mandíbula cuadrada de Westmoreland aparecía en la portada de Time, era visto como una especie de salvador — el hombre que iba a sacar a América del pantano de Vietnam. Cuando se dirigió al Congreso en 1967, su discurso fue interrumpido en 19 ocasiones por los aplausos. Poco más de un año más tarde, era historia — reemplazado por el General Creighton Abrams, quien, se nos cuenta en «Una guerra mejor,» de Lewis Sorley, podría haber ganado si se le hubiera dado oportunidad.

No estoy más familiarizado con McChrystal de lo que lo estuve con Westmoreland. Sé, sin embargo, que de vez en cuando los medios se deshacen por un soldado, sobre todo si es guapo (Westy tenía un aire de estrella), y McChrystal – tan esbelto, aunque no tan hambriento, como el ambicioso Casio – se ajusta al molde. Al igual que el otro militar famoso, David Petraeus, McChrystal es una entusiasta de la buena forma, el tipo de hombre disciplinado al que los menos disciplinados admiran por la sensación de inquietud y de insuficiencia. La disciplina y la dedicación no deben ser menospreciadas. Aún así, no me puedo imaginar al General Dwight Eisenhower apagando su cigarrillo y echando una carrera — a menos que Mamie le persiguiera con un cuchillo.

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La otra cosa que conozco acerca de los Generales es que no piden menos — menos equipo o menos efectivos. Piden más, como Westmoreland en Vietnam antes de que la realidad – también conocida como política nacional ?? obligara a Lyndon Johnson a ponerle coto. Si Sorley tiene razón con Abrams, la guerra se podría haber ganado con menos hombres. Resultó que Vietnam del Sur fue finalmente derrotado porque el Congreso le dio la espalda — no agradable ni necesariamente honorable, pero eficaz.

?sta es la razón de que la petición de McChrystal de 40.000 efectivos adicionales en Afganistán no debería ser entendida como una especie de panacea. Estas peticiones son un punto de partida, un lugar donde iniciar el debate. Aquellos cuyo grito de batalla es «Hay que dar a los Generales lo que pidan» dicen realmente ??Hay que dar a los Generales lo que quieran» – lo que no es legislación responsable. El prolongado examen de todas las opciones por parte del Presidente Obama es exactamente el enfoque adecuado. Hemos ido a la guerra a toda prisa con demasiada frecuencia en los últimos tiempos.

Cualquiera que sea lo que decida Obama con respecto a los niveles de tropas tendrá que acompañarse del despliegue decidido y constante de la postura de la administración. Tal como están las cosas, Obama tendrá que pisar con los cinco sentidos por el balcón de la segunda planta de la Casa Blanca, ya que fue el valiente Harry quien encontrándose en una posición similar decidió librar una guerra impopular en Corea. La historia nos dice que hizo lo correcto, pero ello ayudó a debilitarle tanto que no se presentó a la reelección. No fue casual que Eisenhower, el candidato presidencial Republicano, prometiera que si ganaba «Iré a Corea». Ganó, y fue.

Ahora ya Obama está pagando un precio por Afganistán. En abril, la opinión pública le daba un margen de aprobación del 63% en Afganistán; ahora está por debajo del 45%. Hasta ahora, la erosión del apoyo a su política en Afganistán se ha debido a los Republicanos. Esto era de esperar. Pero si el presidente realmente escala la guerra, es su electorado Demócrata el que se va rasgar sus vestiduras. En una reciente encuesta Washington Post-ABC News, apenas la tercera parte de los Demócratas era partidario de enviar 40.000 tropas adicionales, con el 61% en contra — el 51% de manera firme. La revista The Nation, una voz de la izquierda con solera, llama en su último número a Obama a «empezar a planear una estrategia de salida responsable». En realidad, está siguiendo una estrategia de entrada el responsable.

Esa portada de Time en 1965 tendría que estar colgada en la sala de estrategia de la Casa Blanca. Nos recuerda la época en que un presidente siguió a pies juntillas a un General muy admirado hasta la ruina política y, parece hoy, la pérdida innecesaria de vidas. McChrystal no lleva cuatro estrellas por nada. Pero bajo todo ese brillo, sigue siendo un hombre – falible y además a las órdenes de otro que no lleva ninguna.

Richard Cohen
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