Un cuento al hilo del post de Berlín Sobre la ilegalización de PCTV y ANV

Un amigo fue despedido hace unos años en razón a una supuesta «deslealtad a la empresa», una causa de despido procedente, pues se había enrollado con una trabajadora de una empresa proveedora.

El empresario estaba muy contento porque se iba a ahorrar el despido, y podría deshacerse de un indeseable viejo y usado, para cambiarlo por otro indeseable nuevo y lustroso. Aún, no era mucho dinero el que se iba a ahorrar, pues mi amigo llevaba a penas un par de años trabajando en esta empresa y, ni que decir tiene, era mil eurista.

Como es obvio terminaron en magistratura. La empresa no solamente no demostró dónde estaba la deslealtad si no que, en el testimonio del empresario su Señoría dedujo que simplemente le molestaba ese affair, pues mi amigo siempre le había caído mal.

Mi amigo ganó el juicio, fue indemnizado, y el empresario aún pretendía, vocifernado, convencer a aquellos que le quisieran escuchar lo mal que estaba la justicia en España, el esfuerzo que él había hecho en su vida para llegar donde estaba, y lo mucho que se aprovechaban los currantes de su legítimo lucro.

Nunca supe qué fue del nuevo y lustroso pobre que sustituyó a mi amigo. Pero lo demás aprendimos (el empresario no) que el imperio de la Ley es lo que nos hace civilizados. Nos permite ganar la «autoridad» (frente la «certeza») moral para, colectivamente, imponerla.

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