Chicle, la basura plástica que tiramos a toneladas
La goma de mascar de las marcas más populares se basa en un material sintético derivado del petróleo que se utiliza también para fabricar neumáticos. Es una fuente de grandes cantidades de polución plástica que, según detallan en Sinc, apenas ha recibido atención, pero que no se recicla, ensucia las ciudades y contamina el medio ambiente.
Los chicles se basan en un material sintético derivado del petróleo que se utiliza también para fabricar neumáticos
Como no se recicla, es una fuente de contaminación plástica que apenas recibe atención
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— SINC (@agencia_sinc) May 19, 2025
Dice una leyenda urbana que un chicle tragado permanece durante siete años en el estómago. Es solo un bulo: el chicle transita por el tubo digestivo junto con los alimentos y se expulsa a su debido tiempo. Eso sí, entero, porque sí es cierto que su base de goma es tan indigerible como un neumático del mismo material.
Aunque esto no sea un problema para nosotros, sí lo es para el medio ambiente. Miles de toneladas de chicles desechados cada año no son una simple molestia; son una polución plástica indigesta para la naturaleza que no se recoge ni se recicla.
El chicle se extendió por el mundo cuando las tropas estadounidenses en la Segunda Guerra Mundial lo llevaban como parte de sus raciones. Pero aunque se popularizase como un producto ligado a la cultura popular de EE UU, la costumbre de mascar alguna goma adhesiva es ancestral: ya se hacía en Europa hace al menos 5 700 años con la brea de corteza de abedul, probablemente con fines de higiene oral.
De hecho, originalmente el ‘chicle’ era la goma de savia de árbol que masticaban los aztecas y los mayas, y que en el siglo XIX el antiguo presidente mexicano Antonio López de Santa Anna trató de introducir en EE UU para la fabricación de ruedas. No tuvo éxito, pero su asistente en aquella aventura, el neoyorquino Thomas Adams, logró construir sobre el chicle un imperio de la goma de mascar, para el cual acuñó la marca Chiclets.
Goma de petróleo
Curiosamente y aunque la industria del chicle creció gracias a la sustancia vegetal así llamada, las marcas mayoritarias en el mercado mundial terminaron sustituyendo este componente por otro más barato, el estireno-butadieno, un derivado sintético del petróleo cuyo uso principal es como goma para neumáticos. Los chicles contienen también polietileno —el plástico de bolsas y botellas—, acetato de polivinilo —la cola blanca de los muebles— y otros polímeros, además de saborizantes, endulzantes y demás ingredientes.
Por lo tanto y a pesar de sus orígenes naturales, hoy la goma de mascar de los principales fabricantes no es sino un plástico petroquímico, que comparte los problemas de estos materiales sintéticos y no biodegradables. El problema que recientemente concentra gran parte de la atención y de las investigaciones es el de los microplásticos, diminutos fragmentos que ya contaminan todos los rincones del planeta y el organismo de los seres vivos.
Si bien aún no se han confirmado efectos nocivos de los microplásticos para la salud, el caso del chicle puede resultar especialmente preocupante por tratarse de algo que se mastica. La relación entre chicle y microplásticos aún apenas se ha estudiado, pero los primeros datos preliminares, aún no publicados formalmente, indican que existe.
Microplásticos en la saliva
En la reunión de primavera de 2025 de la Sociedad Química Estadounidense, científicos de la Universidad de California en Los Ángeles presentaron resultados: al masticar chicle, cada gramo libera una media de 100 microplásticos a la saliva, aunque en algunos casos la cifra llega a los 600. Dado que cada pastilla de chicle pesa entre 2 y 6 gramos, una pieza grande puede producir en torno a 3 000 partículas. A lo largo de un año, alguien que consuma de 160 a 180 chicles puede tragar unos 30 000 microplásticos.
Después de probar cinco marcas de chicles de plástico sintético y otras tantas de goma natural, hubo un resultado en particular que sorprendió a los investigadores. “Nuestra hipótesis inicial era que las gomas sintéticas tendrían muchos más microplásticos porque la base es un tipo de plástico”, dice la coautora del trabajo Lisa Lowe. “Sorprendentemente, tanto las gomas sintéticas como las naturales liberan cantidades similares de microplásticos cuando las masticamos”. Además, los tipos de polímeros son también los mismos.
El director del estudio, Sanjay Mohanty, comenta que su propósito con esta investigación “no era alarmar a nadie”, recordando que aún no se sabe si los microplásticos son dañinos para nosotros. Pero subraya que “el plástico que se libera a la saliva es una pequeña fracción del plástico del chicle” y que, por lo tanto, es otra fuente de polución plástica. El consejo de Mohanty: “Ten conciencia medioambiental y no lo tires ni lo pegues a una pared”.
Cien mil toneladas de basura
Sin embargo, el consejo del investigador se enfrenta al hecho de que prácticamente aún no existen alternativas para desechar los chicles de un modo ecológico. Por supuesto que arrojarlos al suelo es la peor de las opciones; no solo es muy molesto para quien se tope con ellos —y una posible fuente de contagios bacterianos—, sino que también se cobra un gran coste de limpieza para los servicios públicos. Algunas estimaciones coinciden en que eliminar un chicle del pavimento es más caro de lo que costó comprarlo.
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