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Fernando Berlín, el autor de este blog, es director de radiocable.com y participa en diversos medios de comunicación españoles.¿Quien soy?english edition.

Los análisis económicos son apocalípticos. Los grandes poderes se emplean a fondo para anunciar los peligros a los que nos enfrentamos. Un ejemplo: Francisco González, Presidente del BBVA, cuyo sueldo oscila entre los 5 millones de euros y los 16 anuales, -en función de las fuentes consultadas-, se permitió el otro día pedir un gran pacto ante «la emergencia nacional» en la que nos encontramos.

Y su llamamiento, como el de otras figuras económicas, está siendo muy eficaz contra la movilización social. Es una forma de gritar «aquí todos quietos».

No pensaba yo, sin embargo, que esta capacidad para generar inquietud fuera eficaz entre los progresistas.

Porque nos encontramos ante la mayor oportunidad histórica que ha tenido la izquierda nunca para conseguir cambiar el modelo, para buscar uno nuevo, más justo.

Hace unos meses, cuando el sistema estuvo a punto de colapsar, hasta los sujetos más dudosos especulaban sobre la necesidad de refundar el capitalismo. Pero ahora, que parece que la cosa se ha calmado, respiran tranquilos y ya solo hablan de aplicar pequeños vendajes.

El sistema económico que nos gobierna ha sostenido enormes desigualdades a nuestro alrededor. Esto ya es indiscutible. El mercado no se puede gobernar solo, porque la ambición es su único combustible. Eso no quiere decir que todo el mundo haya salido perjudicado. ¡Claro que hay gente que está satisfecha en ese sistema! Si yo ganase 5 millones de euros al año, como poco, también lo estaría. Igual que si tuviera una compañía de transgénicos, o un banco en un paraiso fiscal, o una petrolera, o una mina de diamantes, o incluso una mayorista de café, o de cacao… o tantas y tantas cosas.

El problema es que gran parte de este sistema se ha construido de forma injusta sobre miles de personas que sufren para que otros celebremos luna tras luna los excesos. Somos la clase burguesa de la Nueva Edad Media global.

El sistema ha conseguido convencernos de dos trampas. La primera: que hoy mucha más gente vive mejor que con otros modelos. Que este es el mejor sistema de todos los peores.

La segunda trampa es que nos han hecho creer que todos podemos aspirar a llegar a lo más alto.  Bajo esa ilusión, con ese espejismo, miles de personas honestas contribuyen a la injusticia. Se vuelven insolidarias, se despreocupan del sufrimiento de los demás, lo minimizan, se intoxican de ambición y ven los cambios como una utopía.

Y en este contexto uno se pregunta: ¿quien va a presentar la alternativa? ¿será la religión?, ¿será la izquierda? ¿la derecha? ¿Donde está el líder que va a exigir que las cosas cambien? ¿será desde la red?

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