Carlos Llamas llegaba a primera hora de la tarde a la SER, iba a por un café a la máquina, se sentaba sigiloso frente al ordenador, miraba teletipos, periódicos, los guiones de los informativos de la mañana… Después, poco a poco, salía de su ensimismamiento, comentaba con esa acidez e ironía suya asuntos de la actualidad, bromeaba con sus compañeros de redacción, y seguía escribiendo.

Era una delicia ir leyendo el guión de Hora 25 a medida que Carlos lo iba moldeando. Como si nada, sin hacer ruido, iba tejiendo el relato del día, las palabras que iban a componer su programa radiofónico, sus posturas, su visión. Era común descubrir entre sus líneas una nueva idea, una nueva arista, una brillante reflexión que nos servía a todos para escribir con mayor facilidad y lucidez las noticias que nos correspondían.

Llegaban las diez y su pasar inadvertido se transformaba ante el micrófono en una cascada de fuerza comunicativa plagada de lógicas aplastantes y ausente de miedos. El tono de Carlos era el de «las cosas como son». Y así las contaba, tal como eran, sin tibieza, sin eufemismos, sin timidez( características tan dañinas para la verdad…..).

Así era Charlie en la vida real también: Un tipo honesto y sin pliegues por cuyas venas jamás pasó la vanidad, ni el estiramiento que adquieren muchos de los que llegan alto. Nunca le cogió el gustillo a lo políticamente correcto de las relaciones públicas, siempre optó por los lugares y actitudes en los que él se sentía cómodo, que eran aquellos donde no había cabida para lo artificioso.

Prescindió de las jerarquías: salía a tomar una copa con los becarios, discutía de política o de la vida de igual a igual con los que éramos más jóvenes, no se despojó de la empatía o la ternura que algunos pierden en caminos similares al que él recorrió.

En fin, hoy me invade una tristeza honda y dolorosa. Veo a Carlos como el símbolo de un tipo de periodismo que temo que se extinga; como pieza clave de una atmósfera mágica que hubo en aquella redacción de la SER;  como un hombre generoso, cálido, humano,  a quien todos tenemos algo que agradecer.

Esta mañana en el tanatorio nos encontrábamos compañeros y ex compañeros: algunos siguen trabajando juntos; otros nos hemos ido a nuevos medios. Hay quien se ha distanciado, hay quien ha roto lazos de amistad- porque así es la vida, a veces desgasta- algunos se reúnen a menudo, para cenar, para tomar algo, otros se frecuentan menos… Pero no faltó nadie. Y todos susurrábamos para adentro nuestras cosas, nuestros recuerdos individuales, nuestras anécdotas personales con Carlos, nuestros agradecimientos.

Yo tengo el mío: Charlie fue un hombre tremendamente  generoso;  me cuidó cuando yo estaba en Bagdad, en una horrible guerra de la que él me dijo, antes de que yo me diera cuenta, que supondría un antes y un después en mi vida. Cuando ese después llegó me prestó su hombro para llorar.

Me consta que sus amigos más íntimos, su familia, sus hijos, guardan no solo un agradecimiento, sino cientos; acumulan una tira infinita de momentos memorables, de anécdotas, risas y cariños.

Carlos Llamas se va con todo eso, con lianas de lágrimas de verdad de los más cercanos y de los no tanto, de compañeros y oyentes; con el homenaje de miles y miles de personas que, sin conocerle, se acostaban con él cada noche, transistor en mano, para rumiar juntos la actualidad del día que estaba a punto de terminar. Y a las doce de la noche, Charlie decía «que ustedes lo pasen lo mejor que puedan»… y sé de muchos que solo entonces se podían dormir.

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