No dije adiós ni tampoco diré  hola, porque uno  ni se va, ni retorna  nunca del todo . Prefiero hablar como si ayer fuera ahora mismo y regalarte el cabello de ángel que, en este tiempo de ausencias, me ha prestado el verano para que le sacara partido. Así lo hice al  guardar y sellar en la caja de tesoritos toda la dulzura de esos momentos sabiendo que, más pronto que tarde, tendría necesidad de abrirla y aspirar la esencia de esos  tiernos recuerdos para sacar fuerzas. Y lo intuí bien porque  ahora mi caja duerme en la UCI, con la tirita despegada, a la espera de recargarse de nuevo.
 De las fabadas impuestas ( ya es conocida mi aversión…) no pienso hablarte, pues no quiero engordar ni una sola de esas semillas malditas, concediéndoles la importancia que les hace crecederas y  las ayuda a reproducirse como ratas. Por eso, de malos momentos ¡ni uno!

Como preludio del horizonte que se me abría, en  la última noche de julio antes de cerrar por vacaciones,  me sentí flotar cuando  el bailarín Víctor Ullate espontáneamente y por sorpresa esbozó para mi hermana Blanca y para mí  unos pasos de El Bolero de Caspe, en la tarima del suelo de  Blanca Berlín Galería. La resina de la madera  fluyó, en  gotas rubias  de ámbar, al imperceptible contacto de sus pies. Yo, con timidez,  le regalé el libro de  Héroes… que llevaba en el coche, en agradecimiento a su solidaridad con mi alma y mi cuerpo tan  cansados en aquellos momentos. No hubiera podido darle nada mejor…

En los inicios de agosto, recorrí, casi descalza para no hacer ruido,  los parajes de El Maestrazgo, donde  Jiménez Corbatón ( 1993) había reencarnado a: Próspero, Concha la ??Purisma?, la mula Rosa, o a la  tierna innombrada ??vieja?,  en ?? El fragor del agua?. Y allí, en silencio leí por cuarta, quinta o no sé qué vez las páginas que en su día me hicieron llorar y que de nuevo me emocionaban. Como siempre Castelbejal de  Crespol, la Cárcama o la Umbría  cobraban  una vida diferente de la última vez.
Me embadurné también, en  tan solo dos horas de insomnio, con la blanca dignidad de La Fábrica de Huesos ( J.Jiménez Corbatón 1999) y visé y revisé El Álbum del Solitario, de Antón Castro ( 1999), tan gallego pero nada ajeno a los colores de El Maestrazgo.
Me encanta compartir ??soledades turolenses ? con éstos autores que tan bien las conocen, y a los  que, como un rito, releo cada verano sin cansarme nunca.

En la casa de ??la abueli?, con  tantos recuerdos compartidos  de nuestros veranos infantiles, Pedro IV El Menor,  ese güanchito de mirada dulce, fue recibido con todos los honores.   Pude acariciar sus tiernas manitas y  emocionarme con  la enternecida mirada de la matriarca de mi familia, su bisabuela Maruja, dándole el biberón.

Gracias a Fito saboreé ?? La danza de la realidad? de Alejandro Jodorowsky, en los intervalos de esas caminatas en las que junto a Cristina imaginábamos  la masada del Romano reconstruida y repartida entre los tres; o el descabellado descuelgue de la piragua a lo largo de la impresionante altura que moja el agua en  el  Pozo del Salto de  Molinos, con el sueño de  navegar en el laguito que  forma al caer, como Wagner en la gruta de Venus del castillo de Linderhof. Recorrimos los caminos de El Ingenio, con las manos manchadas de verde por las nueces tiernas robadas  como cuando éramos pequeñas, mientras él nos contaba hazañas de su infancia contra el malvado Don Ladis,  dueño de su colegio el  Decroly. Nos encaramamos también en el vértice geodésico de Tablada abrazando con la vista el valle del Guadalope,  circundados por la cordillera   gris que nos acechaba como un enorme animal prehistórico, y buscamos, sin éxito, el abrigo del Torico de Ladruñan, sudando gotas casi de sangre por ese despiadado empeño de pescador. En otro momento, celebramos la Victoria de Samotracia, o lo que es lo mismo la maravillosa noticia del éxito de la colonoscopia de Cristina  (desde ahora te llamaré ??Niké?), comiendo en el D. Iñigo de Aragón de Las Cuevas de Cañart,  y rematando con una maravillosa tarde de  spa en  apacible soledad, viendo tras las cristaleras aquel impresionante atardecer de El Maestrazgo.
 Alguna de las escasas  tardes perdidas salimos al encuentro de las cabras hispánicas,  que retozan por los riscos cercanos al camino de las minas, con la sombra de los buitres sobre nuestras cabezas.
 En ese tiempo no echaba nada de menos, pero el Mediterráneo quiso su parte y tiró de mí como de costumbre. Contestando a su estirón, me emborraché con la espuma mágica de una playa solitaria cercana a Denia, mientras  que las gafas de sol desaparecidas la tarde anterior entre los cubos de hormigón de aquel dique, se alzaban altivas sobre la nariz de un ángel que me cuidaba  muy de cerca.
Con  la dulce María vi ponerse el sol en la  mística playa de Oliva sentadas frente al agua, en una eterna conversación sin palabras (entre ella y yo nunca estará todo dicho)

En uno de los cambios de escenario y casi enterrado agosto, arrastrada por Virginia  (jamás se lo agradeceré bastante…)  acaricié el Oriente, de la mano de Kim-Ki-Du,  en  «Primavera, verano, otoño, invierno, y ..  primavera? y  ??Samaritan Girl?. Si no las has visto, hazlo y te faltarán palabras de gratitud.

Casi sin respiración, asistí a los coletazos de las Jornadas- homenaje a Miguel Buñuel,  autor de ??El niño, la golondrina y el gato?  o ?? El Aquelarrito?, de  cuya  conversación disfruté ocasionalmente en mi juventud. Recordé  con su mujer y sus hijos al entrañable personaje republicano que,  aquella semana santa se paseó por los pasillos de casa, con el tercerol morado de Calanda como bufanda,  ante el sorprendente  beneplácito de mi madre  (Derechona de toda la vida ¿ de verdad sería  consciente de la soterrada alusión al color la bandera republicana, o es que la extravagante simpatía de Miguel hacía que se le perdonara todo… ?)

Una de las primeras  tardes de éste septiembre hostil, reconocí emocionada los latidos de mis cachorros, en aquellas iniciales de rasgos infantiles sobre la piel de un álamo de la sierra madrileña, y supe que la espera había merecido la pena.

Te he contado casi todo lo que te debía, pero añadiré que ayer, cuando  Marcel Marceau extendió definitivamente sus alas, me quedé sin palabras y solo mi corazón habló al recordar el encuentro con él,  hace dos años, en el que tuve la certeza de que sería la última vez que lo sentiría tan cerca….

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