Ellen Goodman

Premio Pulitzer al comentario periodístico.

 

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Ellen Goodman – Boston. No hace mucho un grupo de escritoras decidimos publicar un libro de ensayos al que llamamos: «El feminismo me hizo feliz.» Se trataba de un título de los que lo dicen todo, un intento deliberado de contrarrestar la narración que todas conocemos de memoria. La que sigue describiendo cómo el movimiento de la mujer nos ha dejado descolocadas, descontentas, arrancadas del hogar, la cocina y la maternidad para luchar por tenerlo todo y fracasar estrepitosamente. Siendo las cosas y las escritoras como son, nunca escribimos el libro ?? perdón,  aún no hemos escrito el libro – pero celebramos unas reuniones fabulosas. Ahora creo que vamos camino de otro episodio porque estamos en mitad de otro rapapolvo a cuenta de la investigación publicada bajo el (demasiado) provocador título de: «La paradoja del declive de la felicidad femenina».

Betsey Stevenson y Justin Wolfers, socios de matrimonio e investigación, se zambulleron en los datos y extrajeron cifras que sugieren un acusado descenso de la felicidad de las mujeres o, siendo más precisos, en su «bienestar subjetivo autoevaluado.» En 1972, las mujeres eran cuatro veces más dadas que los hombres a describirse como «muy felices». Hoy en día son un orden menos dadas que los hombres a marcar la casilla correspondiente.

Esto no es prueba de una depresión en masa, pero la historia alimenta los debates previsibles en páginas web y tertulias televisivas. La polémica enfrenta a los que culpan de la felicidad de capa caída a un cambio demasiado radical con los que lo achacan a que ha cambiado muy poco. Y hay quien, por supuesto, simplemente culpa a los mensajeros.

Stevenson y Wolfers deberían haber sido conscientes de estar pisando un polvorín cuando ligaron al movimiento feminista con la felicidad. La paradoja, según la enmarca esta pareja, reside en que a pesar de todas las mejoras en las vidas de las mujeres a lo largo de los últimos 35 años, a pesar de las barreras superadas y las oportunidades conquistadas, las mujeres no «autodescriben» mayor felicidad.

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Nuestra reunión podría haber advertido a los investigadores de una oración que levanta ampollas de verdad. «A medida que las expectativas de las mujeres se van correspondiendo con sus experiencias», especulan, «esta caída en la felicidad puede invertirse?. Oh sorpresa, si bajamos el listón seremos felices, ¿os suena, chicas?

Siendo justas, los investigadores no achacan el descenso de la felicidad ?? mierda, ??bienestar subjetivo autoevaluado? ?? a ninguna ideología específica ni cambio social. Después de todo, afecta a las solteras y las casadas, las que han tenido hijos y las que no, las que trabajan y las que se quedan en casa, a todas por igual.

De hecho Stevenson, madre primeriza, dice que se sorprendió con la paradoja. «Echo la vista atrás y pienso, ‘Oh Dios mío, tengo que ser más feliz que mi madre. Tengo muchas más opciones.??» Ella y su marido tensaros muchas cuerdas para desentrañar el enigma de la felicidad. ¿Hemos duplicado los terrenos en los que se espera que la mujer se desenvuelva con brillantez? ¿Fue 1972 un pequeño punto de esperanza en la pantalla del radar? ¿Tienen ahora más permiso para expresar la infelicidad en lugar de reprimirla?

¿O se trata en realidad de una valoración subjetiva del bienestar y la felicidad a la vieja usanza, una manera bastante inútil de evaluar un cambio social?

Una cosa que podemos decir con certeza es que las mujeres no sienten nostalgia de los viejos tiempos. Si alguna sí la siente, basta con ver un par de episodios de «Mad Men» como antídoto, con su agotada maría Betty Draper y su castigadas mujer trabajadora Peggy Olsen. Si usted prefiere el género real, hojee los primeros capítulos de la novela de Gail Collins «Cuando todo cambió» para visitar esos mágicos años en los que una azafata era pesada, medida y contratada para ser una geisha de vuelo.

Mirar al pasado desde el futuro no despierta una sonrisa en nuestros labios – perdón, una impresión de bienestar autoevaluado en nuestra base de datos. La felicidad es un estado muy esquivo y una materia de investigación aún más difícil de alcanzar. Somos, como suele decirse, felices como nuestro hijo menos feliz, preocupadas como la idea de Irán con un arma nuclear, e inseguras como los ahorros de la jubilación. En cuanto a vincular felicidad con historia social, la auxiliar de vuelo de hoy en día no se va a despertar cada mañana y evaluar su propio bienestar en comparación con el de su predecesora de 1970 mucho más de lo que yo me voy a despertar agradecida de no tener que recorrer cuatro kilómetros de nieve para llegar a la escuela. No funciona de esa manera.

¿El feminismo me hizo feliz? No, se lo aseguro desde un permanente estado de buen humor. Abrió puertas. Abrió nuestros ojos – a todo, incluso a lo que aún queda por hacer. El movimiento de la mujer nunca nos prometió un camino de rosas ni un baño de satisfacción. Se ofrecía una nueva manera de entender el mundo, unas gafas para la injusticia y una herramienta que utilizar en la búsqueda de la felicidad. Es una labor permanente.

¿Eso es la felicidad? Se acerca mucho.

Ellen Goodman
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