E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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Eugene Robinson-Washington. Seamos honestos: la afirmación del Presidente Obama de que la intervención militar en Libia no constituye «acto hostil» es un disparate, y el Congreso hace bien en pedir cuentas.

Castigar las filas y las instalaciones del dictador Moammar Gaddafi desde el cielo con aparatos no tripulados puede o puede no ser lo correcto, pero constituye acto hostil claramente. De igual forma, proporcionar la información de Inteligencia, control y el apoyo logístico que permitieron que los aparatos aliados atacaran al ejército de Gadafi – y, paulatinamente, se acercaran al propio Gadafi – sólo puede considerarse acto hostil. Son actos de guerra.

Pero aun así Obama, con infrecuente desprecio hacia el lenguaje y hacia la lógica en la misma medida, adopta la postura de que lo que estamos haciendo en Libia no llega al umbral de «hostilidades» para activar la Ley de Competencias Bélicas, dentro de la cual los presidentes tienen que solicitar aprobación legislativa para cualquier campaña militar que se prolongue más allá de 90 jornadas. El presidente de la Cámara John Boehner decía que la afirmación de Obama no satisface «la prueba de la risa», y tiene razón.

Sin duda, Boehner también juega a la política. En el pasado sostuvo que la Ley es «constitucionalmente sospechosa» porque aspira a atar de manos al jefe del ejecutivo. No me parece accidental que el recién descubierto respeto por parte de Boehner a tan discutido código coincida con la postura electoral del Partido Republicano, que consiste en decir que cada cosa que ha hecho Obama alguna vez es errónea.

Pero el código sigue estando en vigor y, aunque los presidentes de ambos partidos encuentran de forma rutinaria formas de esquivarlo, normalmente encuentran una evasiva más solvente que decir: «¿Guerra? ¿Qué guerra?»

Al autorizar la campaña libia, Obama dijo que la participación estadounidense duraría «días, no semanas». Al menos tenía razón en el «no semanas»: la iniciativa militar encaminada a deponer a Gadafi entra en su cuarto mes, sin final a la vista.

Era de esperar que los progresistas del Congreso como el congresista Demócrata de Ohio Dennis Kucinich citaran la Ley de Competencias para cuestionar a un presidente titular que tomó la decisión unilateral de emprender una guerra. Lo nuevo es la significativa opinión pacifista que venimos escuchando de los Republicanos, sobre todo de aquellos que se identifican con el movimiento fiscal.

Durante décadas, el Partido Republicano ha preferido una política exterior intervencionista y robusta fuertemente dependientes de la disposición a valerse de las leyes de despliegue del ejército. Esto podría estar cambiando, a medida que las voces Republicanas contrarias — se llamen neo-aislacionistas, constitucionalistas o incluso pacifistas – exigen ser escuchadas.

A pesar de adoptar la ridícula postura de que bombardear no constituye acto hostil, Obama probablemente gane esta lucha por la supremacía con el Capitolio. Boehner se ha mostrado frío ante la idea de desplegar las únicas armas reales del Congreso, las competencias de la cartera; cualquier tentativa de bloquear la financiación de la operación libia podría retratarse como abandono de «las tropas» a su suerte. Y con independencia de lo que suceda en la Cámara, el secretario de la mayoría en el Senado Harry Reid ha indicado que respalda la opinión de Obama. Probablemente escuchemos mucho ruido e indignación, pero ningún impacto real.

Pero espero equivocarme. Los intereses nacionales serían satisfechos mucho mejor si tuviéramos un debate abierto en torno a la campaña libia — y por ampliación, en torno al uso adecuado de las competencias militares en un mundo que cambia vertiginosamente.

¿Vamos a utilizar la fuerza militar para proteger a los civiles en peligro inminente de ser masacrados por fuerzas leales a un régimen despótico? ?sa fue la razón que se dio para intervenir en Libia. ¿Pero qué hay de Siria, donde lleva semanas en marcha una masacre de civiles que piden libertades? ¿Qué hay de Yemen, donde los civiles vienen muriendo en las calles?

¿Y qué pasa con los civiles que pierden la vida de forma fortuita, como los nueve fallecidos presuntamente el domingo cuando un proyectil perdido de la OTAN impactó contra un barrio residencial de Trípoli? ¿Existe un extremo en el que la muerte y la destrucción de una guerra civil interminable sobrepasan cualquier cosa que las fuerzas de Gadafi pudieran haber perpetrado de haber entrado sin resistencia en el Bengasi bajo control rebelde?

Lo que es más importante, ¿qué estamos haciendo allí nosotros? ¿Estamos en Libia por razones altruistas o egoístas? ¿Principios o crudo? Suponiendo que Gadafi sea depuesto con el tiempo o asesinado, ¿luego qué? ¿Zarpamos simplemente? ¿O nos quedamos atascados en otro ejercicio ruinosamente caro más de construcción de la identidad nacional?

Y está la cuestión moral a considerar. La incorporación de la aviación teledirigida no tripulada facilita emprender la guerra sin sufrir bajas. ¿Pero puede llamarse guerra al menos una intervención militar sin riesgo? ¿O es casquería simplemente?

Un presidente intelectual como Obama debería ser capaz de encabezar una búsqueda de respuestas a estos interrogantes espinosos. En cuanto adquiera una mejor interpretación de la definición de «hostilidades».

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