E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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[Washington Post – Radiocable.com] Supongamos que las nuevas acusaciones de dopaje contra el ciclista Lance Armstrong son ciertas. ¿Deben ser puestas en duda sus siete victorias en el Tour de France, o incluso ser eliminadas? Si es así, entonces el título no oficial de los campeones volvería a manos del ciclista belga Eddy Merckx, que ganó el Tour en cinco ocasiones – ah, y que dio positivo por estimulantes prohibidos en tres ocasiones por lo menos.

Plus ca change. («El cuento de nunca acabar», en francés).

Cuanto más pienso en ello, más convencido estoy de que tratar de vigilar el uso de sustancias que mejoran el rendimiento deportivo por parte de aletas profesionales es un desatino total e inútil. Estoy aún más convencido de que amenazar con meter entre rejas al acusado — como podría pasar con Armstrong, el bateador Barry Bonds o el lanzador Roger Clemens, y como sí pasó con la corredora Marion Jones – es un abuso flagrante del código penal, concebido para castigar delitos reales.

Esta diatriba está provocada por la entrevista del pasado domingo en «60 Minutes» con Tyler Hamilton, uno de los antiguos compañeros de equipo de Armstrong en el pelotón del U.S. Postal Service. Hamilton dijo haber visto de primera mano a Armstrong consumir las sustancias EPO prohibidas y el andriol, que eleva la resistencia. Otro antiguo compañero de equipo relató al parecer una historia parecida ante el gran jurado federal, que decidirá si procesa o no a Armstrong bajo cargos de fraude. Uno de los atletas más distinguidos del mundo, Armstrong ha negado firme y constantemente cualquier consumo por su parte de drogas que mejoren el rendimiento.

Esta Inquisición de titulares es un derroche de tiempo y recursos. Si los fiscales están cruzados de brazos sin nada que hacer, ¿por qué no van a por los especuladores sin escrúpulos que casi arrasan el sistema económico mundial? ¿Por qué no desarticular una red de trata de blancas o dos?

De acuerdo, lo sé, los deportistas que consumen esteroides u otras drogas para mejorar sus resultados trasladan un ejemplo horrible a los menores que les idolatran. No pondré eso en tela de juicio. Pero si vamos a esperar que los atletas profesionales sean referentes modelo, hemos de darles los incentivos adecuados.

Puede sonar frío, pero no se entra en el museo de la fama de nadie – ni se firman contratos multimillonarios ni acuerdos de representación — compitiendo de forma anodina. La gloria se alcanza ganando, siendo excepcional. Existen toda clase de incentivos, psicológicos y pecuniarios, para arañar hasta la más mínima mejora en la velocidad o en la resistencia.

La verdad es que los atletas profesionales nunca han sido un ejemplo impoluto para los jóvenes, en términos de tratar el cuerpo como templo. Músculos, huesos y tendones están sometidos a tensiones que no están diseñados para soportar. Los traumatismos a velocidad elevada — del ciclista contra el pavimento, del tiro recto contra la barbilla, del protector contra la rodilla — se cobran una factura elevadísima. Gran parte de lo que se hacen los atletas debería clasificarse en la sección «Chavales, no intentéis hacer esto en casa».

Y en cuanto a lo sagrado de los récords, los atletas nunca han sido ajenos a la acusación de consumo de forma homologada. Los puristas del béisbol quieren anular las puntuaciones logradas por Bonds, Mark McGwire y el resto de los bateadores recientes del Michelin Man. Pero los eruditos del deporte deben de saber que desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta hace unos años, según los jugadores, el consumo de anfetaminas era frecuente en el campo. El béisbol empezó a someter a los jugadores a pruebas de anfetamina apenas en 2006. ¿Cuántos récords venerados fueron logrados por bateadores o por lanzadores puestos de sustancias a lo largo de casi seis décadas?

Probablemente nunca lo sabremos. De lo que podemos estar seguros, no obstante, es de que no hay droga sobre la tierra que me permita — ni a usted — lanzar una bola recta a 42 metros por segundo sobre el muro de campo. Y no hay drogas que permitan a una persona corriente montar en bicicleta a toda velocidad la jornada entera, ascender uno de los Pirineos, posar para la foto, dormir unas horas y luego volver a montar en la bicicleta para hacerlo todo de nuevo — cada jornada durante tres semanas.

Los atletas profesionales son fenómenos de la naturaleza, con una musculatura, una capacidad pulmonar, una coordinación activa, una agudeza visual y unos atributos que son distintos a los suyos o los míos. Los regímenes de entrenamiento a los que se someten para prolongar de manera marginal estos talentos sólo son relevantes para aquellos que participan en un deporte concreto a un nivel muy elevado. Podemos decir que nos preocupa su estado de salud a largo plazo, pero todas las pruebas indican que realmente no es así.

Nos gusta que vayan más rápido.

Si Armstrong mintió todos estos años en el consumo de sustancias ilegales, debería de responder ante su conciencia — pero no ante la ley. Sus compañeros de equipo afirman que el dopaje era corriente entre los ciclistas de élite. ?l sólo es culpable de ser el mejor de ellos.

Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
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