E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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Eugene Robinson – Washington. En junio de 1969, el caudal del Río Cuyahoga que discurre a través de Cleveland bajaba tan contaminado que prendió. La revista Time describía de esta manera el Cuyahoga: «Marrón chocolate, viscoso, libera burbujas de gases subterráneos, más que discurrir rezuma».

El espectáculo de un río en llamas ayudó a movilizar al movimiento ecologista, y al año siguiente, con Richard Nixon como presidente, se creaba la Agencia de Protección Medioambiental. En 1972, el Congreso aprobaba la histórica legislación de la Ley de Agua Limpia. Hoy el Cuyahoga está lo bastante limpio para albergar más de 40 especies de peces.

Todavía no conocemos el alcance total del desastre medioambiental que se desarrolla en el Golfo de México — el impacto sobre la fauna acuática y las aves, las piscifactorías, el turismo, la delicada ecología de las marismas y los islotes. Sí sabemos, sin embargo, que es el peor vertido de crudo de la historia de nuestra nación, superando con creces el incidente del Exxon Valdés. Y tal vez las impactantes imágenes que llegan del Golfo de peces muertos, pelícanos embadurnados de petróleo y costas salpicadas de «espuma marrón» vuelvan a centrar la atención en la necesidad de preservar el medio ambiente, no sólo de explotarlo.

«Drill, baby, drill» no es sólo el inapropiado canto que recordamos de la Convención Nacional Republicana hace dos años. Es una buena indicación de lo que se ha desplazado el espíritu nacional. El reglamento medioambiental es considerado imposición burocrática – no un seguro contra potenciales catástrofes, y desde luego no un imperativo moral.

Sí, muchos estadounidenses se sienten bien asumiendo las propuestas del ecologismo. Hemos hecho una religión del reciclado, lo que es un cambio importante. Apagamos las luces si no vamos a estar en una habitación — y hasta empezamos a usar bombillas ecológicas. Algunos de nosotros, aunque no los suficientes, entendemos la amenaza a largo plazo que plantea el cambio climático; una minoría entre aquellos que viendo el peligro hasta están dispuestos a hacer cambios en su estilo de vida para tratar de evitar la peor de las situaciones.

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Pero en donde se lleva a la práctica la teoría – en el terreno de la legislación pública – hemos vuelto a nuestras costumbres pre-ilustración. Siempre que hay un conflicto entre gestión medioambiental y crecimiento económico, gana el beneficio a corto plazo.

Barack Obama es, es muchos sentidos admirables, nuestro presidente más progresista en cuestión de décadas. Pero como ecologista, hay que asumirlo, no es ningún Richard Nixon. Antes de saltar la plataforma Deepwater Horizon — liberando, según algunas estimaciones, hasta un millón de galones de crudo al Golfo de México cada día durante más de un mes — Obama había anunciado planes de permitir la prospección petrolera en mar abierto. «No estoy de acuerdo con la noción de que no deberíamos hacer algo», decía Obama en aquel momento. «Resulta, por cierto, que las plataformas petroleras de hoy por lo general no provocan vertidos. Son muy avanzadas tecnológicamente».

Obama se ha distanciado sabiamente de esa decisión. La tecnología utilizada en la prospección en profundidad resultó estar muy por delante de la tecnología necesaria para cortar un vertido si algo va mal – esencialmente, igual que retocar un vehículo para duplicar su velocidad máxima sin pensar en actualizar el frenado. Nadie con las competencias para corregirlo reparó, aparentemente, en este descuido.

Las invitaciones a que Obama «se haga cargo» de alguna forma de la respuesta suenan huecas. ¿Hacerse cargo de qué? La intervención directa no ha sido nunca el papel del gobierno en este tipo de situaciones. BP y las demás petroleras tenían los autómatas submarinos y la experiencia bajo el agua. Otras empresas privadas son propietarias y manejan los limpiadores de superficie que separan el crudo del agua. No existe ninguna reserva pública de las redes de superficie necesarias para proteger las playas y las marismas de Louisiana; son fabricadas por empresas privadas y están siendo utilizadas por pescadores en paro.

Obama ha replanteado su entusiasmo por la prospección en mar abierto. Ahora él, y el resto de nosotros, debe replantear la cuestión más genérica – el equilibrio entre desarrollo económico y protección medioambiental. A largo plazo, nuestros recursos naturales son todo lo que tenemos. Protegerlos ha de ser una prioridad más urgente que la que le han dado nuestros presidentes recientes, entre ellos Obama.

La política energética es una de las prioridades de Obama. Habla de «carbón de gasificación», que creo es un oxímoron, y prefiere las tecnologías – como la recogida de emisiones y el secuestro de gases liberados – que son novedosas y de eficacia desconocida. Los riesgos para el medio ambiente han de ser un motivo de preocupación central y fundamental, no la ocurrencia de última hora. Impidamos ya el próximo Deepwater Horizon.

Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
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