E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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Eugene Robinson – Washington. «Tengo un mensaje, un mensaje del movimiento de protesta fiscal, un mensaje alto y claro que no escatima palabras», atronaba Rand Paul en su fiesta de victoria la noche del martes. «Hemos vuelto para recuperar nuestro gobierno».

Los Demócratas tenían motivos para sonreír. Los Republicanos se habrían encogido de hombros.

Paul, un oftalmólogo y profano en la política, aplastó al candidato del estamento Trey Grayson alzándose con la candidatura Republicana al reñido escaño de Kentucky en el Senado estadounidense. La victoria de Paul fue uno de los dos resultados significativos de los exagerados comicios del martes. Ambos arrojan serias dudas sobre la opinión generalizada en Washington, que sostiene que los Republicanos van viento en popa y los Demócratas están abocados al desastre.

El otro resultado que significa algo fue el del distrito de Pennsylvania representado durante mucho tiempo por el difunto Jack Murtha, un Demócrata contrario al aborto y partidario del derecho a llevar armas. Los estrategas Republicanos utilizaron la campaña como laboratorio para poner a prueba las técnicas y los temas que pretenden desplegar en otoño — «nacionalizar» las elecciones, postularse contra la reforma sanitaria, invocar los nombres de Obama y Pelosi para aterrorizar a los electores.

¿El resultado? El Demócrata Mark Critz venció holgadamente al Republicano Tim Burns — en un distrito electoral que en el 2008 votó a John McCain. «Tenemos mucho trabajo que hacer», reconocía el coordinador de la oposición en la Cámara Eric Cantor.

Los comicios restantes del martes en realidad no importan mucho, menos en lo que concierne a los políticos. El decisivo triunfo del Representante Joe Sestak sobre el Senador Arlen Specter en las primarias Demócratas de Pennsylvania fue la sensación en términos de cobertura mediática. Pero se debió sobre todo a que Specter es una figura muy familiar y destacada en Washington, habiendo ocupado su escaño en el Senado durante 30 largos años. Sólo hay un problema: durante todos esos años menos uno, era Republicano.

Los electores no tragaron el transfuguismo, que parece ser más producto del cálculo que de la orientación — una maniobra cínica encaminada a maximizar las posibilidades de Specter de conservar su puesto. En un estado en el que la afiliación todavía significa algo, los Demócratas votaron al Demócrata de credenciales.

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En Arkansas, los problemas de la Senadora Blanche Lincoln resultan poco más reveladores. No logró la mayoría en las primarias Demócratas, y tiene que enfrentarse al teniente en la gobernación Bill Halter en segunda vuelta. Es cierto que Halter atacó a Lincoln desde la izquierda, y también es cierto que los electores podrían haber deseado castigarla por la forma en que se enrocó y se mostró ambigua en la reforma sanitaria. Pero el veredicto final de Lincoln no se conocerá en varias semanas, de manera que es demasiado pronto para extraer conclusiones.

Mucho más interesante es la victoria de Paul. Al contrario que su padre, el Representante Ron Paul, R-Texas, Rand Paul no es una figura de culto entre los libertarios y los activistas fiscales — aún no. Como su padre, es un Republicano con escaso respeto a la disciplina de partido que cree en una filosofía que se describiría como libertad individual radical — privatizar tantas funciones como sea posible y reducir al gobierno a lo imprescindible. Si gana las generales, Paul probablemente votaría en ocasiones con los Republicanos, a veces con los Demócratas y a veces con los independientes.

El secretario de la oposición en el Senado Mitch McConnell, el Republicano más poderoso en Washington quizá y desde luego el que corta el bacalao del partido en Kentucky, dio su importante apoyo a Grayson. Pero la candidatura de Paul se convirtió en la punta de lanza del movimiento de protesta fiscal a nivel nacional, y en las primarias del martes sacó a Grayson 24 puntos.

El sorprendente resultado debería trasladar dos advertencias a los Republicanos. La primera es un recordatorio de que aunque el fervor de los electores por el Partido Demócrata puede haberse enfriado, esto no ha conducido a un apasionado apoyo al Partido Republicano. Hay un efecto secundario fruto de los incesantes ataques contra el imperio del mal conocido como Washington: Los votantes observan que allí también hay Republicanos.

La segunda advertencia es que el movimiento de protesta fiscal no tiene intención de convertirse en una filial formal del Partido Republicano. Los estrategas que esperaban utilizar la energía y la pasión del movimiento como armas contra los Demócratas en otoño deberían darse cuenta de que muchos referentes del movimiento no ven ninguna diferencia fundamental en el Partido Republicano.

¿Qué significan estas cosas de cara a noviembre? Los Demócratas siguen debiendo esperar perder escaños en ambas cámaras. Pero esta semana, el Partido Republicano perdió unas elecciones extraordinarias a la Cámara que debería de haber ganado — si las condiciones para el partido fueran de verdad tan favorables como dice la cúpula que son, quiero decir. Y el movimiento de protesta fiscal, tras frustrar los planes más acariciados de los Demócratas en Massachusetts, hizo lo propio por los Republicanos en Kentucky.

El Partido Republicano no debe vender la piel del oso por el momento.

Richard Cohen
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