E. Robinson

 Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

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Descansad, soldados cristianos. No hay ninguna «guerra contra la religión» ni ataque a la Iglesia Católica. Una confesión que ha soportado miles de años va a sobrevivir hasta a la intérprete sexualmente explícita Nicki Minaj.

Nunca se me ocurriría evaluar la ceremonia de entrega de los Grammy en función de la rectitud teológica, pero al parecer nos tenemos que escandalizar a cuenta del «exorcismo» exagerado que interpretó la Minaj la noche del domingo. A la diva del hip-hop, que se retorció y movió las caderas entre un abanico de iconografía religiosa, se la acusa de tener prejuicios anticatólicos — y es considerada combatiente enemiga de una «guerra contra la religión» en escalada que está siendo emprendida por «las élites seculares», término que parece sinónimo de «Demócratas».

¿En serio? ¿En serio vamos a simular que el cristianismo está siendo hostigado de alguna forma? ¿Vamos a simular que el Todopoderoso se ofendió más el domingo que, pongamos, en 2006, cuando Madonna — que estudia demandar a la Minaj por robo de la propiedad intelectual — interpretó un tema en su intervención durante el que era crucificada en una cruz hecha de espejos? ¿Llevando una corona de espinas? ¿Cosa que hizo hasta en su concierto de Roma?

Los alarmistas de la «guerra contra la religión» son exactamente iguales que la Minaj o Madonna en un único aspecto: al carecer de una idea coherente que exponer, apuestan por el escándalo.

Entre las voces más críticas, como era de esperar, se encuentran las de los candidatos presidenciales Republicanos. Adivine quién tiene la culpa del ataque a los estadounidenses temerosos de Dios que acuden a la iglesia todos los domingos a escuchar sermones acerca del sacrificio y el triunfo de Jesucristo. Pista: tuvo problemas hace cuatro años, en campaña presidencial, por acudir a la iglesia todos los domingos a escuchar sermones acerca del sacrificio y el triunfo de Jesucristo.

El Presidente Obama está emprendiendo realmente una guerra contra la religión, decía Mitt Romney la pasada semana durante la Conferencia de Acción Política Conservadora. Romney prometió resistir «cada regulación de Obama» que de alguna forma «vulnere nuestra libertad religiosa».

Newt Gingrich dijo durante la Conferencia que Obama tiene planes de «abrir conflictos» contra la Iglesias Católica si sale reelegido. Los que no vieran esto venir no están familiarizados con «quién es realmente el presidente». Al parecer, el verdadero Obama está a punto de salir de su escondite en cualquier momento.

Pero es Rick Santorum quien se lleva el galardón al más histriónico. Los progres, dijo la pasada semana en Texas, están «cogiendo la religión y aplastándola». De esa ridícula postura, pasó a decir cosas verdaderamente alucinantes:

«Cuando se margina la religión en América, cuando se elimina el pilar de los derechos concedidos por Dios, lo que queda es la Revolución Francesa. Lo que queda es un Estado que te da tus derechos. No queda ningún derecho inalienable. Lo que queda es que el Estado te dice quién eres, lo que vas a hacer y el momento en que lo vas a hacer. Lo que quedó en Francia fue la guillotina. Damas y caballeros, estamos lejos de eso, pero si seguimos el camino del Presidente Obama y de su hostilidad flagrante a la confesión en América, entonces vamos por ese camino».

Vaya por Dios.

¿Cómo se manifiesta exactamente esta «hostilidad flagrante a la confesión en América»? Obama decretó una normativa que exige a las instituciones propiedad de la iglesia y las instituciones administradas por la iglesia que proporcionen cobertura sanitaria a la plantilla abarcando los anticonceptivos, proscritos por la doctrina de la fe — y utilizados por la gran mayoría de las católicas. Obama alteró posteriormente la normativa para aplacar a los obispos católicos, que respondieron declarándose implacables.

En su discurso durante el Desayuno Nacional de la Oración, Obama citó escrituras del Nuevo Testamento a la hora de defender la justicia social y la justicia económica. Los conservadores le criticaron por, bueno, citar la Biblia.

¿Esto equivale a una guerra? ¿Esto es un camino hacia el cadalso?

Esperábamos más de Romney y Gingrich; de manera cínica están cortejando simplemente a los conservadores religiosos. Santorum por lo menos es sincero en sus creencias pre-Ilustración. Pero el rechazo al marco intelectual que dio lugar no solamente a la Revolución Francesa sino también a la Independencia norteamericana no me parece una filosofía idónea para un candidato presidencial norteamericano, y no digamos como plataforma electoral para presentarse.

Los Fundadores decidieron de forma sabia institucionalizar la separación entre iglesia y estado. Las referencias a Dios, al Creador y a la Divina Providencia en la Declaración de la Independencia enmascaran el hecho de que los Fundadores discrepaban en torno a la naturaleza y la existencia de un ser Supremo. Ellos entendían la diferencia entre confesión y religiosidad.

En nuestro marco secular gubernamental, la religión ha prosperado. Ningún otro país industrializado tiene tantos fieles asistiendo de forma regular a los servicios como Estados Unidos.

Y exactamente igual que la fe ha sobrevivido al burlesque de la Minaj en los Grammy, sobrevivirá al intento de los Republicanos de abrir un conflicto religioso por nada.

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