E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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Eugene Robinson – Washington. Vale, quiero cerciorarme de que lo entiendo. Hace dos años, enfrentándose la nación a un abanico amplio de problemas difíciles y complejos, los electores pusieron al frente de la administración a un nutrido grupo de personas reflexivas y de sólida formación. Ahora muchos de esos mismos electores, descontentos e impacientes, han decidido que las cosas mejorarán si unos cuantos ignorantes dementes cortan el bacalao. ¿En serio?

Creí haberme reconciliado con todo lo del movimiento fiscal, en serio. Me convencí de que se podía analizar como fenómeno político, una expresión del descontento, una reacción al cambio económico, social y demográfico que inquieta y perturba a algunos estadounidenses, bla, bla, bla. Pero entonces se celebró el debate del miércoles en Delaware — protagonizado por Christine O’Donnell, en estado puro y sin censuras — y todo mi raciocinio se vino abajo. Esto no es política, es un problema mental.

Sé que O’Donnell probablemente va a perder frente al Demócrata Chris Coons. Pero se supone que hasta el día de las elecciones — al menos — la debemos tomar en serio como candidata Republicana al Senado de los Estados Unidos. Lo lamento, pero ya no puedo más con ello.

Tampoco puedo simular que Carl Paladino, el toro bravo de Búfalo, tenga la experiencia o el temperamento de su parte como cualificación para ser gobernador de Nueva York. Ni que Sharron Angle, cuya filosofía partidaria de la administración reducida es tan extrema para ser incoherente, tenga posibilidades de hacer una aportación digna como senadora. Ni que Rich Lott, cuya idea de pasatiempo de fin de semana es calzarse el uniforme Nazi de las SS y retozar por los bosques, sea remotamente aceptable como candidato a la Cámara.

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¿Cuándo se han celebrado unas elecciones en las que se postula tanto tarado bajo el estandarte de una de las principales formaciones? No es que sean ultraconservadores, ni siquiera que algunos estén convencidos de que sus poderes psíquicos les permiten saber lo que habrían dicho los Padres de la Nación, digamos, sobre la investigación con células madre. Hay Republicanos contrarios radicales a la intervención pública que también son inteligentes y reflexivos. Paul Ryan, de Wisconsin, es un ejemplo.

Es sólo que hay un mundo entre ser inteligente pero estar equivocado, y ser O’Donnell.

No le fue tan mal como le podría haber ido en el debate del miércoles — lo que es parte del problema: las expectativas eran abismalmente bajas. Después de todo lo que hemos conocido de su incompleto pasado, después de todos los vídeos de sus declaraciones infumables, y después del primer anuncio televisivo de la historia política estadounidense que dice «No soy una bruja», O’Donnell no podría haber decepcionado.

Pero medida por cualquier rasero razonable, fue mediocre y a menudo ridícula. Preguntada por el moderador Wolf Blitzer si ratificaba o no su afirmación de que la evolución es «un mito», O’Donnell respondía que «las escuelas locales deben tomar esa decisión» — lo que significa, explicaba, que piensa que los centros escolares locales deben poder impartir el creacionismo como explicación igualmente válida a la forma en que evolucionamos nosotros y las criaturas de nuestro entorno.

Pero no lo es. Si usted cree un mínimo en las ciencias y el método científico, entonces usted cree en la evolución. Y si piensa que es correcto negar a los escolares estadounidenses un conocimiento básico que aprenden de forma rutinaria los escolares de todo el resto del mundo, entonces ¿de qué podría valer su presencia en el Senado? En un momento en que hay una inquietud legítima y generalizada por la competitividad estadounidense en el siglo XXI, O’Donnell haría nuestro sistema educativo más estúpido, no más inteligente.

O’Donnell decía en Fox News hace poco que si sale elegida, le gustaría formar parte del Comité de Relaciones Exteriores. Es de imaginar que Vladimir Putin o Hu Jintao no sintieron escalofríos.

La candidata mostraba su dominio de la geopolítica no diciendo nada remotamente reflexivo o perceptivo de la implicación estadounidense en Afganistán, menos para repetir los lemas Republicanos — criticar el calendario de retirada del Presidente Obama, insistir en que tenemos la responsabilidad de «acabar el trabajo» y traicionar cualquier prueba de haber pensado la cuestión en profundidad.

Hace cuatro años, durante una infructuosa campaña al Senado, O’Donnell anunció que China tenía «un plan estratégico cuidadosamente calculado para tomar América», y decía que ella tenía conocimiento de esto a través de «información clasificada a la que tengo acceso privilegiado». Durante el debate del miércoles, insistía en haber recibido de verdad algunos «informes clasificados» mientras trabajaba con un colectivo humanitario que hacía planes de visitar China. Sólo caben dos posibilidades: Se ha inventado el asunto de principio a fin, o tiene que contactar con la nave nodriza.

Le he dado muchas vueltas. Seamos honestos. Si ella está preparada para ser senadora, yo soy el rey de Prusia.

Bien, ¿puede alguien prevenirla por favor de que tendrá problemas para ubicar Prusia en el mapa?

Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
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