E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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Eugene Robinson – Washington. Es cierto que la política es el arte de lo posible, pero también es cierto que los grandes líderes amplían el alcance de las posibilidades. Barack Obama tomó posesión de su cargo comprometiéndose a ser un presidente transformacional. La suerte que corra la opción pública de seguro médico será una de las primeras pruebas de su capacidad de poner fin a la manera en que la política de los intereses y grandes donaciones de Washington ahoga la verdadera reforma política.

Sin esta opción, lo que Obama llama ahora «reforma de la protección sanitaria» todavía será mejor que no reformar nada, creo. Pero, francamente, es cada vez más difícil de explicar. Tantas reformas auténticas se han descartado ya – la cobertura universal integral, la capacidad de negociar los precios de las especialidades con las farmacéuticas – que las esperanzas decrecen casi a diario.

Renunciar a la opción produciría apoplejía a muchos progresistas partidarios de Obama, pero la administración ha dado señales claras de que es éste el camino más fácil que está dispuesta a seguir.

«La opción pública, tanto si la tenemos como si no, no constituye la totalidad de la reforma sanitaria. Es sólo un aspecto mínimo de la misma, una faceta de ella,» dijo Obama el sábado durante una asamblea en Grand Junction, Colo. Kathleen Sebelius, secretario de Salud y Servicios Sociales, decía a la CNN que la opción pública «no es el elemento esencial» de una reforma integral.

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Pero, ¿cuál es el «elemento esencial»? ¿En qué punto, caso de que lo haya, traza Obama el límite irrenunciable? Para que la reforma tenga sentido, debe de haber algunos componentes que el paquete final debe incluir por fuerza. ¿Cuáles podrán ser?

Obama fue inteligente al evitar cometer el error central de la tentativa fallida de reforma sanitaria de Bill Clinton, que fue presentar al Congreso un paquete completamente elaborado y decir «lo tomas o lo dejas». En cambio, Obama fijó amplias – y francamente, terriblemente borrosas – directrices políticas y dejó al Congreso los detalles. Pero siguió esta estrategia incondicionalmente, permitiendo que el esfuerzo fuera secuestrado por grupos de presión de intereses decididos a impedir una auténtica reforma.

El enfoque de dejarlo al Congreso significa que varios proyectos de ley se redactarán en los comités de ambas cámaras del Capitolio, lo que proporciona a los lobistas de la sanidad y las farmacéuticas un entorno rico en objetivos. Podrían rascar un poco por allí, un poco por allá, encontrar debilidades y explotarlas. Los Republicanos podrían encontrar oportunidades para la demagogia – la propuesta de disponer de tratamiento para terminales dentro de Medicare, por ejemplo, que fue retorcida en opción de eutanasia para ancianos y enfermos. Los detractores podrían redactar un libreto para el caos en las asambleas, diseñado para dar la impresión de que los estadounidenses adoran su sistema de atención médica tal como está.

Evidentemente, la Casa Blanca se siente a la defensiva. Pero… ¿porqué?

Considere el panorama político. Los Demócratas controlan la Casa Blanca y ambas cámaras del Congreso. No importa lo disciplinados que sean los Republicanos a la hora de oponerse a cualquier reforma – incluso si las objeciones Republicanas son escuchadas – no tienen los votos necesarios para tumbar el proyecto final.

Si los Demócratas conservadores «Blue Dog» tienen éxito cancelando la opción pública y rebajando las demás reformas, los votantes progresistas tienen derecho a preguntar porqué llegaron a tales extremos para elegir mayorías Demócratas y un presidente Demócrata. Pero el Senado todavía tiene la opción de recurrir a una maniobra parlamentaria que requiere sólo 51 votos, haciendo irrelevantes la mayoría de las objeciones pertinentes. Las tendencias históricas indican que es poco probable que los Demócratas amplíen sus mayorías en el año 2010. Políticamente, por tanto, no es probable que haya un mejor momento para reformar la sanidad.

También es cierto, políticamente, que el hecho de no sacar adelante ninguna medida de reforma sanitaria supondría un duro golpe a Obama – y un mal augurio para el resto de su ambicioso programa de revolucionar la política estadounidense en energía y educación. Sería comprensible que la Casa Blanca decidiera que lo importante, en este momento, es obtener una «victoria» a toda costa. ¿Es esto lo que marca el aparente retroceso de la vía de la opción pública?

Si es así, no sólo sería erróneo, sino también – hasta en este punto – innecesario o, al menos, prematuro. Lo que el presidente no ha hecho es lo obvio: decir al Congreso y a la opinión pública estadounidense, con claridad y firmeza, lo que hay que hacer y por qué. Tomar el control del debate. Consultar menos e insistir más. Recordar a los Demócratas conservadores que el presidente es el presidente.

Renunciar a la opción pública puede ser conveniente. Pero no elegimos a Obama para ser un presidente conveniente. Le elegimos para ser uno grande.

Eugene Robinson

 

Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
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