Richard Cohen

Columnista en la página editorial del Washington Post desde 1984.

 

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Richard Cohen – Washington. Haga la prueba: Palinismo. ¿Qué es? Es una versión actualizada del macartismo, que debe su nombre al difunto Senador Joseph McCarthy, el embustero y demagogo de Wisconsin aficionado a la botella, y consiste, según Wikipedia, en «lanzar acusaciones irresponsables e infundadas, así como ataques demagogos, contra la imagen o el patriotismo de los adversarios políticos». Hasta donde sabemos, Sarah Palin no le da a la botella.

Pero ella comparte los demás atributos de McCarthy – y también éste: capacidad para conducir el debate. En los tiempos de McCarthy, se trataba de la lucha contra el comunismo, junto con la seguridad nacional, y nunca importaba que con frecuencia no tuviera fundamento en sus acusaciones. De todas maneras era objeto de una enorme atención.

Con Palin, el tema es la sanidad, que en muchos aspectos es la Amenaza Roja de nuestros días y se presta a cierto tipo de pornografía política. Por puro desconocimiento de los hechos, sus declaraciones acerca del «tribunal de eutanasia» del Presidente Obama están a la altura del anuncio de McCarthy diciendo «Tengo en mi mano una lista de 205″ (ó 57 ó 72 o los que sean) nombres de comunistas dentro del Departamento de Estado. Ambas eran falsas – McCarthy por autoría, Palin probablemente por omisión. Pocas veces sabe de lo que está hablando.

Lo más deprimente de la carrera de McCarthy no fueron sólo los excesos del propio tipo, sino la negativa de los demás – sobre todo sus compañeros Republicanos – a ponerle coto o defender a sus víctimas. Ahora vemos algo parecido con Palin. Puede pensar lo que quiera de cualquiera de las propuestas sanitarias, que ninguna sugiere la creación de un «tribunal de eutanasia» facultado para ahorrar servicios de atención a ancianos o discapacitados. Sugerir que existe es censurable. Decirlo abiertamente es puramente demagógico o simplemente demencial.

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Sin embargo, puede remover Roma con Santiago que sólo va a encontrar dos Republicanos de nivel – los Senadores Johnny Isakson y Lisa Murkowski – que tuvieron el valor o la decencia de decir que Palin no sabe de lo que está hablando. Ciertamente, no es el caso de Newt Gingrich, ex presidente de la Cámara, que de hecho prácticamente secundó a Palin. Esto no se debe solamente a que Gingrich tienda a no ser fiel a los hechos, sino a que su necesidad de ser políticamente escandaloso supera a menudo a sus convicciones.

Algo similar podría decirse del Senador Charles Grassley, un Republicano del Senado clave en la atención médica. Pronunció una débil repetición de la mentira de Palin y, a continuación, con valentía, miró hacia otro lado. Lamentablemente, la lista de los mansos incluye a Geppetto Palin, John McCain, que la creó de la desesperación política y aún no la ha tallado. En una actualización del cuento popular, me gustaría pensar que cada vez que elogia a Palin, su nariz crece.

Al igual que el macartismo, el Palinismo es un producto de la época. McCarthy explotó el temor de la opinión pública a los comunistas y el comunismo. No sólo los había en el extranjero, sino aquí en América – espías, compañeros de viaje, rojillos, apologistas, intelectuales y minorías menudas con gafas de pasta. Era su propia ubicuidad e invisibilidad lo que les hizo tan peligrosos.

La reforma del sistema de salud proporciona a Palin la misma oportunidad. La torpeza del esfuerzo de Obama – la gente cree saber lo que puede perder pero no tiene idea de lo que puede ganar – despierta de nuevo el fantasma de las fuerzas invisibles que cogen, pero no dan, dictan pero no escuchan, gravan pero no cubren. Pero como casi siempre es el caso de los populistas de derechas, a la interesada le sale el tiro por la culata. Los comentarios del «tribunal de eutanasia» de Palin tumbaron o ayudaron a tumbar la oferta de atención a terminales. Las víctimas serán los pobres, los desinformados y los ideológicamente ciegos que se descubrirán incapaces de hacer una salida elegante. Los ricos tienen sus testamentos y similares. Los pobres tienen sólo su dolor.

La carrera de McCarthy fue misericordiosamente corta. Pronunció su famoso discurso de 1950 y fue censurado por el Senado cuatro años más tarde. En 1957, estaba acabado. Su ascenso fue el producto de una cultura de prensa ya anticuada, pero su caída fue incitada por la llegada de la televisión. Los norteamericanos vieron y se horrorizaron. Estaba acabado.

Palin, en el sentido en que McCarthy no lo estaba, está ya hecha para la televisión. Sin embargo, ha pasado de un 57 por ciento de calificación favorable poco después de que McCain la escogiera como su compañera de lista a un 39 por ciento hoy – un descenso negativo de proporciones justificables. Antes de que se desvanezca en la marginalidad, hará una obra buena y otra mala – perjudicará a las mismas personas que defiende supuestamente, y evidenciará el terrible oportunismo de los líderes Republicanos.

Tengo en mi mano una lista de sus nombres.

 

Richard Cohen

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