E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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Eugene Robinson-Washington. Cualquiera que busque principios y lógica en el ataque al tiránico régimen de Muammar Gaddafi va a quedar decepcionado. El Presidente Obama y sus asesores deberían de reconocer la verdad evidente: Están reaccionando al fervor revolucionario del mundo árabe con el «realismo» arbitrario privilegio de las superpotencias.Enfrentándose a un levantamiento armado emprendido por rebeldes que aspiran a la democracia, Gadafi amenazaba con convertir la totalidad de Libia en un osario. Estados Unidos y sus aliados respondieron con una fuerza militar aplastante claramente concebida para paralizar al régimen y mejorar las probabilidades de éxito de la revuelta.

Así comienza nuestra tercera guerra simultánea en Oriente Próximo. Nadie tiene la menor idea de cómo, ni cuándo, terminará esta.

He de admitir que también yo he encontrado difícil quedarme mirando de brazos cruzados mientras Gadafi bañaba de sangre las calles de Bengasi. Pero ¿qué es lo que hace más fácil ver al resto de déspotas hacer lo propio?

En Yemen, las fuerzas leales al dictador Alí Abdaláh Saléh han masacrado a docenas de manifestantes indefensos que aspiraban a la reforma democrática. Saléh, que lleva gobernando dictatorialmente el país 33 años, se aferra con desesperación al poder a pesar de haber sido abandonado por muchos de sus partidarios políticos y por algunos de sus Generales. No ha manifestado sino desafío. «A diario escuchamos una declaración de Obama diciendo: ‘Egipto no hagas esto, Túnez no hagas lo otro'», decía Saléh en un discurso a principios de mes. «¿Usted es el presidente de los Estados Unidos, o el presidente del mundo?»

Pero no ha habido ninguna intervención militar estadounidense. Saléh ha sido considerado un aliado valioso en la lucha contra al-Qaeda, que dispone de su base más activa — y potencialmente peligrosa — en Yemen. Los ataques contra Estados Unidos se han planeado y organizado allí. Saléh, de esta manera, es un tirano útil. ?l es objeto de gestos de desaprobación, no de bombas.

En Bahréin, la familia Real al-Jalifa en el poder ha respondido a las manifestaciones pacíficas con violenta represión. Mientras la atención del mundo se centraba en el desarrollo de la tragedia de Japón y la inminente tragedia de Libia, los líderes de Bahréin limpiaban brutalmente la Plaza de la Perla de su campamento de protesta y hasta destruían el imponente monumento que se había convertido en el símbolo más contundente del movimiento pro-democracia.

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Pero para Bahréin también tenemos palabras corteses en lugar de medidas contundentes. ¿Por qué? Porque la Quinta Flota de la marina estadounidense tiene su base allí, a caballo de las rutas de comercio marítimo del Golfo Pérsico a través de las que debe circular el 40% del petróleo del mundo transportado en barco. La base proporciona a Estados Unidos una forma de contrarrestar la creciente influencia de Irán.

Además, la familia al-Jalifa es aliada próxima de las ramas Reales saudíes, desesperadas por impedir que las manifestaciones de Bahréin se contagien al cercano reino. Los dictadores saudíes enviaban efectivos militares para ayudar a aplastar las manifestaciones de Bahréin y han prohibido cualquier tipo de movimiento pro-democracia en el país. Para la Casa de Saud, sin embargo, la Casa Blanca apenas ha logrado articular un silbido de decepción.

¿Por qué es tan distinta Libia? Básicamente, porque los dictadores de Yemen, Bahréin o Arabia Saudí – también Jordania y los emiratos del Golfo Pérsico, a estos efectos — son receptivos, se prestan a la cooperación y son útiles. Gadafi no.

Se acordará de la valoración inicial que hacía la Secretario de Estado Hillary Clinton de que el régimen del hombre fuerte egipcio Hosni Mubarak era «estable». Sabíamos que Mubarak era brutal y corrupto, pero sólo cuando quedó claro que su control del poder se estaba esfumando — y que la institución del ejército egipcio no iba a disparar contra ciudadanos egipcios pacíficos — la administración se posicionó de la parte correcta de la historia.

Al explicar el motivo de que Estados Unidos se uniera a la creación de la zona de exclusión libia, que inmediatamente se convirtió en mucho más, Obama se enredó en disquisiciones retóricas. Si Gadafi fuera a cometer atrocidades contra su población, decía Obama, «La región entera se verá desestabilizada, poniendo en peligro a muchos de nuestros aliados y socios». Bueno, pues vale. Como sin duda se habrá dado cuenta él, la región ya está desestabilizada. Los regímenes amistosos ya se están viendo amenazados, pero no por Gadafi. Se están viendo amenazados por las aspiraciones democráticas de su propia población.

Gadafi está loco y es perverso; evidentemente, no iba a escuchar nuestros consejos de democracia. El mundo tendrá suerte de librarse de él. Pero la guerra en Libia sólo se justifica si vamos a someter a los dictadores obedientes al mismo rasero que imponemos a los dictadores desafiantes. Si no es así, entonces que por favor nos ahorren todas las homilías sobre derechos humanos y libertades universales. Veríamos que esto no va de justicia, va de poder.

Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
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