E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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Eugene Robinson – Washington. Bienvenidos, toda la audiencia de nuestro estudio, vamos a jugar al emocionante juego nuevo que va a causar estragos en la nación, o al menos en el Partido Demócrata: «¿Y si…?»

¿Y si el Presidente Obama y la cúpula Demócrata hubieran sacado adelante un programa auténtica, valiente y abiertamente progresista, tal vez revestido de una gruesa capa de populismo obrero? ¿Hasta qué punto serían distintas las perspectivas políticas? ¿Todavía oscilarían entre melancolía y perdición las esperanzas del partido el día de las elecciones? ¿O se estarían preparando los triunfantes Demócratas para dejar al Partido Republicano — lo que quedara de él — confuso y aturdido?

Esta pregunta es planteada, con total seriedad, por progresistas atentos. Ellos dicen que el error político de la administración Obama no fue imponer su programa de izquierdas con demasiada inflexibilidad sino no imponerlo con la suficiente. Y aducen que la Casa Blanca malinterpretó gravemente tanto la indignación de la opinión pública como el interés de la nación en lo que respecta a abordar los avarientos excesos del sector financiero — castigando a los malvados banqueros con bofetadas de aprecio en lugar de garrotes y mazas.

Los partidarios de esta opinión tienen parte de razón, pero no mucha. Digo esto con más pena que indignación, porque nada habría sido mayor satisfacción que un ataque progresista a gran escala de corte Roosevelt que encarrilara a la nación camino de ser más fuerte, más justa y más próspera. Y en un buen número de ejemplos concretos, especialmente al principio, Obama metió la pata al ofrecer concesiones autodestructivas a los Republicanos que no tenían ninguna intención sincera de alcanzar el compromiso.

La batería de estímulo económico fue demasiado pequeña y confiaba demasiado en el «remedio» desacreditado apoyado por el Partido Republicano de las bajadas de los impuestos. El punto de partida del debate de la sanidad fue que cualquier sistema de fondo común quedaba descartado. Llevó demasiado tiempo a la administración darse cuenta de que la estrategia Republicana general no era negociar sino simplemente responder negativamente — llegando al punto de rechazar ideas que el partido había suscrito en el pasado. Y, sí, la administración Obama permitió reanudar la partida a la ruleta con la economía estadounidense a los banqueros que casi tumban el sistema económico mundial; como gesto de gratitud, meten dinero a mansalva en las arcas Republicanas y comparan a Obama con Robespierre.

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Si Obama hubiera actuado por instinto y hubiera dado a los banqueros causa legítima para todas sus quejas, reza el argumento del Y si…, los estadounidenses verían que lo que Sarah Palin llamaba «aquella milonga de la esperanza y el cambio» es real — y que está marcando, o intentando marcar por lo menos, la diferencia en sus vidas. Gran parte de la indignación del movimiento fiscal a cuenta de «lo de siempre» se disiparía, porque Obama no estaría haciendo lo de siempre. El Presidente y su formación llegarían a las legislativas en forma estupenda.

Así que, concursantes, ¿Y si…?

Lo sentimos, pero no se sostiene. El problema es que a pesar de todos los discursos de cambiar la forma en que funciona Washington, sigue habiendo que tramitar legislaciones reales a través de un Congreso real. En la Cámara, las filas Demócratas se reducen drásticamente entre Demócratas moderados y los demás moderados, elegidos muchos de ellos en distritos electorales reñidos como parte de la victoria Demócrata de 2008. Los votos a una agenda progresista en toda regla — sanidad pública en un fondo común, por ejemplo — simplemente no estaban.

En el Senado, el terreno era aún menos favorable. Con los comités Republicanos votando negativamente en bloque, aprobar cualquier legislación significaba hacer concesiones y alcanzar compromisos para consolidar los 60 votos necesarios para llevar al estrado un anteproyecto Los votos de una ley sanitaria que pudiera haber sido más limpia y más transformadora que la aprobada, o de una legislación de cambio climático sólida, o de nuevas normas que pudieran transformar de verdad la tóxica cultura del sector financiero, o de… ponga lo que quiera, no estaban.

De acuerdo, público, entonces ¿y si los Demócratas hubieran sido bipartidistas todos e intentado encontrarse a los Republicanos en el punto medio?

Abucheos. Lo intentaron. Lo que descubrieron es que no hay punto medio entre «hacer algo, lo que sea» y «no hacer nada en absoluto».

Bueno, amigos, vamos a probar un escenario más. ¿Y si Obama y los Demócratas hubieran dedicado cada hora de vigilia a las tres cuestiones que más preocupan a los estadounidenses: el empleo, el empleo y el empleo?

Bueno, el paro seguiría dolorosamente alto; no hay forma de que la economía recupere 8 millones de puestos de trabajo con tanta rapidez, al margen de lo que hiciera Washington. Y la reforma sanitaria seguiría siendo un sueño distante.

Los que juegan al «¿Y si…?» no están limitados por la realidad política o económica. El Presidente Obama y la dirección Demócrata, para su desgracia, no disfrutan de tales licencias.

Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
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