E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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Eugene Robinson – Washington. ¿No podemos enviar a Dick Cheney de vuelta a Wyoming? ¿No deberíamos comprarle una casa a escote allí donde vagan los búfalos y siempre hay espacio para un ancianito demente más al fondo del almacén?Como acto de cierre de su demasiado larga carrera en la administración, Cheney parece haberse convertido en un geiser de sandeces absurdas. Su más reciente de una serie de erupciones se producía el domingo en «Face the Nation,» cuando siguió argumentando su revisionista defensa de las torturas — y, además de eso, aconsejaba a su querido Partido Republicano que se marginalizara aún más de la opinión pública y el sentido común.

«Es bueno volver al programa,» decía Cheney a su anfitrión Bob Schieffer al principio de la entrevista. ??Es agradable saber que se te sigue apreciando y en ocasiones eres invitado a participar.?

No tengo idea del aprecio, pero sí sé porqué Cheney es requerido en los programas de debate con tanta regularidad. Sin sentirse obligado por el protocolo o la realidad objetiva, tiene garantizado que dirá cosas indignantes. Sin necesidad de croma televisivo ni engatusamiento. En lo que a él respecta, los asuntos tienen solamente una cara — la suya — y cualquiera que discrepe debe desear en secreto entregar nuestra nación a al-Qaeda.

De manera que cuando Schieffer preguntó si Cheney quería decir «literalmente» que la administración Obama «ha hecho más vulnerable a este país» a los ataques terroristas derogando las políticas de la era Bush de tortura y detención, el ex vicepresidente no se lo pensó un nanosegundo. ??Esa es mi opinión,» decía Cheney, ??basada en el hecho, Bob, de que pusimos en práctica esas políticas tras el 11 de Septiembre.? Fue una época de gran preocupación, y pusimos en práctica algunas políticas muy buenas, y funcionaron, durante ocho años.?

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Cheney añadió que «en la medida que esas políticas fueron responsables de salvar vidas, que la administración intenta ahora cancelar esas políticas o ponerles fin, acabar con ellas, entonces creo que es justo defender — y yo defiendo — que eso significa que en el futuro no vamos a tener las mismas protecciones de las que hemos disfrutado durante los ocho últimos años.?

Este es el quid del «argumento» de Cheney, y pongo la palabra entre comillas porque en realidad no es un argumento válido en absoluto. Tras los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, la administración Bush aprobó programas y métodos que con anterioridad se habrían considerado ilegales o inaceptables: detenciones arbitrarias e indefinidas de los sospechosos de terrorismo, asfixia simulada y otros métodos de interrogatorio abusivos, cárceles secretas de la CIA, vigilancia electrónica sin precedentes. Desde 2001, no han tenido lugar nuevos ataques contra lo que la administración Bush llamaba espeluznantemente ??la patria.? Por tanto, todo lo que se hizo en nombre de evitar ataques nuevos estaba justificado.

El error se encuentra en el hecho de que es imposible que Cheney pueda demostrar que los métodos de antiterrorismo dentro de los límites del Derecho y la tradición estadounidenses habrían fracasado a la hora de evitar nuevos ataques. Tampoco, a esos efectos, puede demostrar Cheney que la tortura y los demás abusos fueran particularmente eficaces.

Otros altos funcionarios de la administración anterior, incluyendo a George W. Bush en persona, han tenido los modales y el buen gusto de seguir la costumbre establecida y abstenerse de atacar al nuevo presidente y sus políticas. Cheney, sin embargo, no sólo acusa al Presidente Obama de poner en peligro vidas estadounidenses con conocimiento de causa — una acusación escandalosa — sino también de meterse de lleno en políticas partidistas.

Schieffer le preguntó por la afirmación de Rush Limbaugh de que al Partido Republicano le iría mejor si Colin Powell se fuera y se hiciera Demócrata. Uno pensaría que Cheney tendría por lo menos algo de respeto para un colega veterano con el que ha desempeñado un cargo público en dos administraciones. Pues se equivocaría.

??Bien, si tuviera que elegir en términos de ser Republicano, me decantaría por Rush Limbaugh, creo,» dijo Cheney. ??Mi forma de verlo es que Colin había abandonado ya el partido. No sabía que seguía siendo Republicano.?

Veamos: frente a la elección entre un ex jefe del estado mayor y secretario de estado que ha dado a la nación una vida de servicio ejemplar, o un personaje del mundo del espectáculo que presume del dinero que gana a base de agitar los ánimos, Cheney se decanta por el charlatán. ¿Es éste el consejo que supuestamente ayudará al Partido Republicano?

Realmente creo que Cheney andaría más feliz si se quedara en Kansas. Estoy seguro de que ciervos y antílopes disfrutarán escuchando lo que tenga que decir.

Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.

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