Richard Cohen

Columnista en la página editorial del Washington Post desde 1984.

 

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Richard Cohen-Washington.

Llamémosle Ismael.

Llamémosle terrorista o terrorista suicida o cualquier otra cosa que usted quiera, pero entienda que él está dispuesto – no, está impaciente – por dar su vida por su causa. Llamémosle también cautivo, y sepa que trabaja junto a otros como parte de un equipo, como el de los secuestradores del 11 de Septiembre, todos los cuales murieron, de buena gana. Ismael es alguien que me invento, pero no es una invención descabellada. Usted y yo sabemos que existe, que ha existido y que existirá de nuevo. ?l es el enemigo.

Ahora está bajo custodia de Estados Unidos. ¿Qué sucederá? ¿Cómo podemos obligarle a revelar los planes de su grupo y los nombres de sus colegas? Será difícil. Será, de hecho, más difícil de lo que solía ser. Ya no puede ser sometido a interrogatorios por asfixia simulada. ?l lo sabe. No se le puede privar de más de una cantidad fija de sueño. No puede ser golpeado ni arrojado contra la pared ni siquiera con suavidad. No se le puede amenazar con dispararle ni asustarle ni siquiera con la posibilidad de un electrodo. No se puede hacer ninguna amenaza a sus familiares – que van a ser asesinados, o que van a ser víctima de abusos sexuales.

?l tiene conocimiento de las nuevas restricciones. Sabe de los nuevos límites. Hasta puede dar a entender a sus interrogadores que sus empleos están en la cuerda floja – que el Departamento de Justicia les está vigilando de cerca. La cinta corre. Todo se está grabando. ?l está dispuesto a renunciar a su vida. ¿Están dispuestos sus interrogadores a renunciar a sus carreras? ?l se echa a reír.

Este asunto de lo que es constitutivo de torturas es un asunto complicado. Se complica aún más con las dudas de su eficacia: ¿funciona a veces? ¿Nunca funciona? ¿Siempre es inmoral? ¿Qué pasa con la tortura que salva vidas? ¿Qué pasa si salva muchas vidas? ¿Qué pasa si una de esas vidas es la de su hijo?

El fiscal general Eric Holder ha nombrado un fiscal especial para que determinar si alguno de los interrogadores de la CIA violó la ley. Los fiscales especiales son a menudo en sí mismos como interrogadores – no saben cuándo parar. Duran y duran, porque, bueno, ellos pueden durar y durar. Uno de ellos logró meter entre rejas a Judith Miller, del New York Times – un poquito de tortura ahí mismo. Ningún interrogador de la CIA puede sentirse a salvo. Los interrogadores están a punto de ser interrogados.

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Nadie puede creer que Estados Unidos está ahora más seguro debido a las nuevas restricciones sobre las técnicas de interrogatorio avanzado y el posterior nombramiento de un fiscal especial. El terrorista capturado de mi fértil imaginación, suponiendo que tuvo acceso a un cibercafé, sabe del fiscal especial. ?l sabe que su interrogador está vigilado estrechamente. ¿Qué persona en esas circunstancias se va a jugar sus lentejas?

Ah, sí, el interrogador debe establecer una relación con el terrorista capturado. Esto podría funcionar, pero llevará tiempo. Podría tardar mucho tiempo. Construir la relación es claramente el método preferido, pero los terroristas van a saberlo de antemano. ?l quiere esperar al momento oportuno. ¿Cuánto tiempo tenemos nosotros?

El informe del inspector general de la CIA acerca del interrogatorio bastante brutal de Jalid Sheik Mohammed, el llamado cerebro del 11 de Septiembre, sugiere que sólo se volvió cooperador cuando fue asfixiado simuladamente de manera repetida, y que la información que proporcionó salvó vidas. Sin embargo, tanto del informe fue redactado que no está claro que esto sea así claramente. Tal vez no se salvaron vidas. Tal vez Mohammed fue asfixiado de manera simulada más de 100 veces para nada. Es una posibilidad aterradora.

Estoy, como se puede ver, lleno de dudas. Tengo, como se puede ver, algunas respuestas.

Me debato entre mi deseo de seguridad absoluta y mi aborrecimiento de la tortura. La única cosa que sé es que la ideología no da respuestas. En mi caso no aclara nada porque Dick Cheney apoyó el interrogatorio avanzado y Cheney estaba equivocado y fue deshonesto con la guerra. No resuelve nada porque Cheney define la tortura como algo tan extremo que casi cualquier cosa menos, pongamos por caso, el potro es interrogatorio permitido. La cuestión no es Cheney. La cuestión es la cuestión.

La cuestión de qué constituye tortura y qué hacer con aquellos que, quizá ingenuamente, aplicaron lo que hoy definimos como tortura tiene que salir de la esfera política. No puede ser objeto de un pulso ideológico, adoptando ambas partes posturas extremas e ilógicas – la tortura nunca funciona, la tortura siempre funciona, la tortura es siempre inmoral, la tortura es moral si salva vidas. La tortura siempre es desagradable. También lo es, no obstante, el cráter donde se levantaba hace tiempo el World Trade Center.

Richard Cohen
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