Richard Cohen

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Richard Cohen – Washington. Hace ahora casi un año, me encontraba en la ciudad de Sderot al sur de Israel, en donde, casi a diario, era posible ver venir la guerra actual. «La próxima guerra de Oriente Medio empezará por Sderot,» escribí entonces. Mi intuición me vino por las bravas dentro de un refugio antibombas. Ese día, tres proyectiles Qassam habían golpeado la ciudad. No se necesitaba de un genio para ver la inminencia de la guerra. Se necesita de auténtica estupidez para culpar de ella a Israel.

En cuestión de pocos días, docenas de misiles llovían sobre Sderot. Un dirigible asomaba por la ciudad, y cuando electrónicamente detectaba un proyectil entrante, las sirenas se activaban. En Sderot, las sirenas virtualmente no se apagaron durante algunos días. Todo el mundo se refugia porque hay refugios por todas partes — un recordatorio presente de la proximidad de la muerte o, como poco, la destrucción. Hasta un proyectil que no estalla puede atravesar el techo de una casa.

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Me da la impresión de que se espera que Israel tolere esto. El mensaje implícito de los manifestantes y algunos columnistas es que es el precio que se supone que Israel tiene que pagar por ser, supongo yo, Israel. Un columnista palestino en un artículo de opinión del Washington Post me informa de que Israel intenta «impedir que proyectiles improvisados molesten a los residentes de algunas de sus ciudades del sur.? En Sderot, yo he visto casas molestadas hasta dejar los cimientos al descubierto.

Mientras leía la versión virtual del rotativo israelí Haaretz en busca de las noticias más recientes sobre la guerra, una ventana publicitaria se anunciaba: ??Campamento Kimama, Israel, 2009 — Lo que deben ser los recuerdos de la niñez.? La fotografía muestra a niños chapoteando en el agua. Junto a las noticias acerca de la batalla, la declaración inquietante — pero viva — del objetivo de la guerra: la esperanza de una vida normal.

El World Factbook de la CIA afirma que Israel tiene una población de 7.112.359 habitantes. De ellos, alrededor de 5.434.000 son judíos. Eso incluye los 187.000 colonos de Cisjordania, los alrededor de 20.000 habitantes de los Altos del Golán ocupados por Israel con frontera con Siria, y los alrededor de 175.000 en Jerusalén Este. Ello no incluye, sin embargo, los aproximadamente 750.000 israelíes que residen en Estados Unidos — algunos durante un período de tiempo corto, algunos durante un periodo de tiempo más amplio, y algunos de manera permanente. Por un amplio abanico de motivos — y con frecuencia con considerable dolor — han abandonado su país de nacimiento.

Tal como entienden los líderes de Hamás, la guerra en Gaza tiene que ver con la incesante lucha por parte de Israel de ser un país normal. Puede que eso sea imposible. La guerra entre el árabe y el judío precede la fundación de Israel en 1948. Para los palestinos, es una lucha feroz por la justicia árabe, el orgullo árabe, el mito árabe — por casas ancestrales y arboledas anaranjadas que nadie vivo ha visto nunca. Para Israel, es para que unos niños puedan nadar en un lago.

Hace tres años, Israel se retiró de la Franja de Gaza. Estupendo, dijo el mundo. Ahora, retírate de Cisjordania, dijo el mundo. Pero por otra parte Hamás, que ha prometido destruir Israel, ganaba las elecciones en Gaza. Sderot se convertía enseguida en el infierno. Cisjordania está controlada por Fatah, la organización palestina moderada que antes tenía también el control de Gaza. Si Israel se retira de Cisjordania, ¿llegarán de allí los proyectiles? Si usted viviera en Tel Aviv, a un tiro de piedra de Cisjordania, ¿correría el riesgo?

Cualquiera pudo haber visto venir esta guerra. Los diplomáticos y los manifestantes que ahora están tan inmersos en el problema y el proceso no aparecieron por ninguna parte cuando empezaron a llover los misiles contra el sur de Israel. La frontera entre Gaza y Egipto está atravesada por túneles — unos para comida y otros para armamento. La monitorización internacional es igual de evidentemente necesaria ahora que entonces.

La opinión generalizada dice que cuando Israel entró en el Líbano en 2006, perdió esa guerra. Hezbolá hizo frente al poderoso ejército israelí; Israel no pudo detener los misiles de Hezbolá. Puede que no sea así como Hezbolá ve las cosas, no obstante. Tras la guerra, su líder, Hassán Nasralah, declaraba haber calculado mal. No estaba preparado para la furia del ataque israelí. Pidió disculpas. Ahora, Hezbolá no participa en la guerra actual. Volverá, pero aún tiene heridas que cerrar.

Los horrores de la guerra no deben sin duda ser despreciados o degradados. En 2006, Israel mató accidentalmente a 28 civiles en la aldea libanesa de Qana cuando intentaba eliminar una lanzadera de misiles cercana. En Gaza hay palestinos inocentes que están perdiendo la vida. El sufrimiento es grande y no puede ser ignorado. Pero lo que ha sido ignorada es la serie de acontecimientos que condujeron a esta guerra. Cualquiera pudo ver cómo iba a empezar. Como siempre, no obstante, es mucho más difícil predecir cómo terminará.

Richard Cohen
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