Fue el 15 de septiembre de 2010. No podía suponer todavía el escritor la polémica que se desataría con algunos pasajes de su libro. Porque cuando Sánchez Dragó lo presentó, lo hizo como suele hacerlo, alardeando de conquistas sexuales y atribuyéndose cualidades de valentía y transgresión. No sería hasta poco después, cuando estalló la polémica, cuando el propio autor matizó su texto, dió marcha atrás, y aseguró que el pasaje de las japonesas en cuestión estaba «literaturizado».

Curiosamente el día que presentó su libro, Sánchez Dragó aseguró:

«ni Boadella, ni yo somos provocadores, sino todo lo contrario.[…] un provocador es un impostor, es un hombre que miente, es un hombre que falsifica sus ideas para inducir una determinada reacción» […]

«En el libro -añadió el escritor- hay tres grandes líneas de fuerza. Una es la sensatez, el sentido común. Todo lo que decimos nosotros es puro sentido común.»

¿Eran puro sentido común, entonces, las palabras que desataron la polémica: «En Tokio, un día, me topé con unas lolitas, pero no eran unas lolitas cualesquiera, sino de esas que se visten como zorritas, con los labios pintados, carmín, rímel, tacones, minifalda» «Tendrían unos trece años (…). Subí con ellas y las muy putas se pusieron a turnarse. Mientras una se iba al váter, la otra se me trajinaba»…

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«…Voy a resistir la tentación de que esta presentación termine por convertirse en una especie de porno presentación. Porque efectivamente, en el libro hay mucho sexo. Entre otras razones porque efectivamente, como él ha dicho [dirigiéndose a Boadella], uno de los únicos puntos de disidencia que hay entre Albert y yo se refiere a su vida sexual y la mia. Pero Albert, lo ha repetido aquí, se quedó muy impresionado con eso del polvo en la Catedral de Siguenza. Hombre, yo creo que hay otro polvo contado en el libro que a mi, personalmente, me parece todavía más monumental que el de la Catedral de Siguenza porque fue el que a mi me pilló con una novia mexicana en el décimo cuarto piso del hotel Sheraton en el Distrito Federal, un terremoto a las 3 de la mañana de fuerza 7,3. Y yo en un primer momento creí que aquella mujer estaba teniendo el más colosal orgasmo de la historia […]

Me gustaría surayar lo que ha dicho de provocadores. A mi ustedes me pueden llamar hijo de perra, no me ofenderé, entre otras cosas porque mi madre era una santa, pero lo de ser un provocador cosa que me llaman continuamente, no desde que aparecí en la palestra pública sino que ya en el cole me lo llamaban.

Me molesta extraordinariamente, porque creo que ni Boadella, ni yo somos provocadores, sino todo lo contrario. Somos personas que sencillamente decimos lo que pensamos y eso sí, las cosas que pensamos son ideas provocadoras que caen como mazazos en el estanque enardecido de la sociedad en la que vivimos, pero un provocador es un impostor, es un hombre que miente, es un hombre que falsifica sus ideas para inducir una determinada reacción.

Y yo os doy mi palabra de que jamás en mi vida he querido provocar a nadie. Como tampoco con este libro queremos convencer a nadie.  Simplemente hablamos de nuestras cosas, decimos lo que pensamos, no nos lleva  ningún afán de proselitismo, no somos predicadores, no escribimos en un púlpito. Pero lo que sí queremos, y desde ese punto de vista es un libro regeneracionista, es que la gente piense, que la gente se rasque un poco la cabeza.

Este libro es el fruto de una experiencia de libertad, de valentía, de amistad y de alegría de vivir compartida por dos personas libres, valientes, amistosas y alegres.

En el libro hay tres grandes líneas de fuerza. Una es la sensatez, el sentido común. Todo lo que decimos nosotros es puro sentido común. Y mal andamos si las cosas que decimos pueden sonar, como suenan, transgresoras, revolucionarias, heterodoxas, iconoclastas. El mundo actual, fundamentalmente, ha perdido el sentido común […]

La segunda línea de fuerza es la impavidez. Alberto y yo nos mostramos impávidos ante el peligro. No tenemos miedo alguno a decir con absoluta frescura, lo que decimos en este libro y yo creo que los lectores pueden llegar a la conclusión de que no pasa nada si eres valiente, de que si uno tiene el coraje de decir en voz alta, como se dicen en este libro, las cosas que muchos piensan y dicen en voz baja en la intimidad, sometidos a la presión de esa inquisición de nuestro tiempo, esa censura de nuestro tiempo que es la corrección política, no se atreven a decir en voz alta y…¡no pasa nada!, no nos han matado, aquí estamos, y la verdad es que no sólo no se ha enfadado nadie sino que todo el mundo se ha carcajeado. […]

Sobre todo es un ejercicio de libertad. No ha habido ninguna cortapisa, ningún tapujo.  Hemos dicho en todo momento, absolutamente, todo lo que se nos pasaba por la cabeza.

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