Acaba de cumplirse el primer aniversario de la histórica llegada a la presidencia de EEUU de Barack Obama. Su elección suscitó una pasión y una ola de entusiasmo que desbordó todas las previsiones. Ahora un año después, se hace balance. Aunque hay desencanto, en la blogosfera, en general se valora con más luces que sombras su gestión.

Barack Obama ante el espejo

(Foto: Flickr/The White House)

Antonio Gutierrez Rubi comenta en su blog «parte de la opinión pública norteamericana cree que el cambio prometido llega con cuentagotas […] Obama cree que el cambio, para que sea profundo, debe ser progresivo, colectivo y, también, personal. Cree que cambiar los comportamientos cotidianos, por pequeños que sean, puede cambiar las grandes ecuaciones políticas. Piensa que cambiar los corazones de las personas es la llave para cambiar sus ideas.»

David Santos Holguín en Trece Rosas cree que el primer año de Obama: «ha causado un cambio de rumbo del discurso, de la acción política basada en el multilateralismo, en el entendimiento, en la cooperación (China, Cuba y el mundo árabe son un ejemplo), en un mensaje positivo, en manejas los efectos de los silencios, en ceder para conseguir consensos… pero Obama tiene un problema: el pensamiento de millones de estadounidenses

Iñigo Saenz de Ugarte considera en Guerra eterna que: «Obama tendrá que reinventar su presidencia tras el fracaso de Massachusetts, que podría hacerse más evidente en noviembre. Hay muchos precedentes. Le ocurrió a Reagan y también a Clinton. Cuando Bush estaba a punto de enfrentarse al mismo dilema, el 11-S apareció en su ayuda. En eso consiste la política. Lo que está claro es que el impulso inmaculado que lo llevó a la presidencia ya no da más de sí.»

Jesus Martinez del blog Historias de un optimista resalta sus logros, pero considera que Obama es preso de la ilusión y esperanza que generó: «Su pragmatismo y prudencia ha hecho que el descontento reine en ambas filas: los demócratas le echan en cara su actitud con la guerra de Afagnistán y su envío de 30.000 soldados más; los republicanos tachan sus políticas de socialistas-marxistas. En un país de contrastes como éste es muy complicado contentar a todo el mundo y llevar a cabo una política pensando en lograrlo.»

Libardo Buitrago traza un paralelismo entre Obama y Raul Alfonsín, el ex presidente argentino: «Los dos cargaron con herencias pesadas como una losa y sus asunciones despertaron expectativas inusitadas; además, su imagen era mucho más fuerte en el exterior que en lo doméstico. […] Al margen de lo ajustado o no del paralelismo, la visión del desencanto tiene su cuota de verdad. Pero también podría ser injusta, porque, si se lo mira sin pasión, en un año, ese mismo balance dista de ser insignificante.

Txema Oleaga comenta en su blog: «un año después hay una cierta sensación de decepción. No sé si es justo o no, porque si analizamos la etapa Bush, parece que hay cosas que se nos han olvidado y que han cambiado. Y lo han hecho de la mano de este hombre. Pero, por otro lado, también nos debe servir para valorar en los justos términos a las personas. Esa tentación de caer en el exceso, los cultos a la personalidad, etc. Al final, la democracia y los procesos de participación son los garantes de las grandes reformas».

Alvaro Ramirez en Ojo al texto considera que a Obama le falta un escritor: «al presidente le hace falta organizar su discurso en torno a un cuento que nos inspire a todos. […] Obama lo hizo muy bien durante su campaña. Nos contó su increible historia de niño ??de color? que se vuelve ??grande e influyente? gracias a su madre y a su abuela. Pero ahora se enfrasca en discusiones sobre la legislación de salud sin entregarnos una historia.»

 ACTUALIZACION:

Iñigo Saenz de Ugarte  añade en un artículo posterior:  «El presidente cuyo instinto primario es la búsqueda del consenso está condenado al fracaso en una época regida por la crispación. Y la opinión pública tiene derecho a saber en qué cree Obama y hasta dónde está dispuesto a llegar para cumplir las promesas que hizo en campaña. Nunca encontrará esas convicciones en los congresistas demócratas pero las espera, o exige, de su presidente. Le llaman liderazgo y se convierte en imprescindible en épocas de crisis»

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