Cuando escribo esto ya son 195 los palestinos muertos en Gaza a causa de un ataque aéreo lanzado por Israel. Es una de las operaciones israelíes más sangrientas de las últimas dos décadas. Llega tras el fin de una tregua de seis meses en la que que Israel mantuvo el aislamiento de Gaza y apenas permitió la entrada de provisiones.

Para justificar la operación militar de hoy, el gobierno israelí acude a una táctica habitual: la perversión del lenguaje. Habla de ataque selectivo, pero sus aviones han matado a inocentes, entre ellos, niños. Y lo presenta como «respuesta al lanzamiento de cohetes Qassam por parte de Hamás», como si ésta no fuera una guerra desigual.

 En el último año Israel ha matado a 546 palestinos, decenas de ellos niños. En el mismo periodo de tiempo los cohetes que lanza Hamás no han matado a ningún israelí hasta hoy, cuando, tras el ataque en el que han muerto al menos 195 palestinos, los militantes de Hamás han lanzado un Qassam y han matado a un hombre israelí.

Sin embargo, los castigos que reciben unos y otros difieren mucho. Toda la población de Gaza, 1,5 millones de habitantes, es privada de necesidades básicas -pan, combustible, medicinas, luz- ante la impasibilidad de las potencias occidentales. Es bombardeada periódicamente, y cientos de sus habitantes mueren a causa de esos ataques.

Israel, por su parte, recibe ataques con cohetes Qassam -que han matado a un israelí este último año- y que provocan grandes destrozos materiales y asustan a la población. Por lo demás, no es sometido a aislamiento alguno. Sus ciudadanos tienen a su alcance todo tipo de necesidades básicas e incluso los adinerados pueden acceder a grandes lujos. Y cuando su Ejército mata, solo recibe una tímida condena de parte de la comunidad internacional. Debido a ello el gobierno israelí se atreve a ir tan lejos como ha ido hoy: sabe que la UE y EEUU suelen mirar hacia otro lado. Es hora de que esto cambie, antes de que sea demasiado tarde. 

Las potencias occidentales deberían amenazar con cortar relaciones con un Estado que no se comporta en base a la ley y los principios democráticos, que incumple desde hace décadas varias resoluciones de Naciones Unidas, y que no desea incorporar a sus estructuras a los palestinos, desprovistos de los derechos de los que gozan los israelíes.

 Con sus acciones militares ilegales, el Estado de Israel parece querer situarse a la altura de una organización terrorista. Lo más grave y preocupante, para los propios israelíes, es que dicho Estado pretenda basar su supervivencia en la guerra, la violencia, la expansión territorial ilegal y la ocupación. Así solo logrará remover rápidamente las bases de su existencia. No son pocos los israelíes que lo saben y que se oponen a esta política.

El Ejército israelí invadió Líbano en 1982 y no tuvo reparo en llevar a cabo auténticas masacres: inmediatamente nació la organización armada libanesa chií Hezbolá, el Partido de Dios, uno de sus grandes enemigos. En 1987 estalló la Primera Intifada e Israel endureció sus acciones militares, matando a cientos de palestinos. Fue justo entonces cuando se fundó Hamás. Hoy de nuevo el Estado de Israel siembra el horror y el dolor. ¿Pretende así obtener la paz? Más bien parece buscar una escalada de violencia.  

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