Hace seis años, el ocho de abril de 2003, las fuerzas militares estadounidenses atacaron en el plazo de tres horas las tres grandes sedes de la prensa internacional en Bagdad: la televisión qatarí Al Jazeera, la televisión Abu Dhabi, y el hotel Palestine, donde nos alojábamos la mayor parte de los periodistas europeos.

Y así, en el plazo de tres horas, el Ejército estadounidense mató a tres periodistas -entre ellos José Couso- hirió a varios más y logró que todos los informadores que estábamos allí dejáramos de prestar atención a la invasión. Teníamos que atender a las víctimas, nuestros compañeros, y buscar un modo de refugiarnos ante el temor a que se produjeran más ataques contra nosotros, a pesar de estar protegidos por las leyes internacionales, que condenan todo tipo de agresión contra civiles y periodistas.

Hoy, seis años después, no se ha celebrado un juicio contra los presuntos asesinos de José Couso. Pero se ha avanzado hacia la justicia, mucho más de lo que predecían algunos. El caso continúa abierto. Los testigos del ataque hemos declarado en dos ocasiones ante la Audiencia Nacional española. Se han presentado pruebas que ponen en cuestión la versión del Ejército estadounidense. La justicia española ha llegado a emitir una orden de búsqueda y captura contra los tres militares estadounidenses implicados en el ataque. Se ha abierto un debate sobre la seguridad de los periodistas en zonas de conflicto y se ha hecho saber a la opinión pública que incluso las guerras están regidas por leyes que deben cumplirse.

Los avances en la investigación en torno al ataque contra el hotel Palestine se deben sin duda a la gran perseverancia de la familia de José Couso. Su madre y sus hermanos no quieren ??dejarlo estar?. Siempre han pensado que el mayor homenaje que podían ofrecer a José era luchar por el esclarecimiento de la verdad. Por eso no aceptaron como válidas las explicaciones contradictorias procedentes de Washington.

El Mando militar central estadounidense aseguró primero que había iraquíes armados en el hall del hotel, y que por ello habían disparado. Cuando se les preguntó porqué habían lanzado el proyectil contra los pisos más altos del edificio y no contra el hall, modificaron su versión y afirmaron que los iraquíes armados estaban en los pisos altos, no en la entrada del hotel.

Cuando cientos de periodistas testigos, de todas las nacionalidades, aseguramos que en el Palestine no había hombres armados, Washington esgrimió otra versión: afirmó que había un tipo con unos prismáticos que estaba dando información a tropas iraquíes sobre la ubicación de los soldados estadounidenses.

Ni la familia Couso ni los amigos, compañeros y testigos de su muerte aceptamos tampoco esa versión. En primer lugar, porque el puente donde se encontraban los tanques estadounidenses era visible desde cualquier punto del centro de Bagdad. No hacía falta ser un tipo con unos prismáticos apostado en unos balcones del hotel Palestine para poder ver la hilera de tanques norteamericanos. ?stos no se escondían. Estaban a la vista de todos. En segundo lugar, porque la existencia del presunto hombre con prismáticos no justificaba ni legitimaba un ataque que afectó a tres pisos del hotel en el que se alojaban los periodistas y que acabó con la vida de dos reporteros.

Por otro lado, el Pentágono terminó diciendo que se había tratado de un error. Difícil de creer. Todo el planeta sabía que el hotel Palestine era el lugar donde vivíamos los periodistas: Así lo mencionábamos en nuestras crónicas, así lo mostraban nuestros reportajes y los directos que los reporteros de televisión hacían desde los jardines de dicho hotel.

La familia Couso sabe que desde el puente desde el que disparó el tanque estadounidense contra el hotel se veía perfectamente el rótulo ??Hotel Palestine?, con letras claras y contundentes. También sabe que ya veinticuatro horas antes del ataque muchos periodistas habíamos visto soldados estadounidenses frente al hotel, al otro lado del río. Si nosotros éramos capaces de verlos a simple vista desde los balcones del hotel, ellos también podían vernos a nosotros, quienes, por cierto ??dato importante- llevábamos chalecos antibalas en los que se podía leerse sin dificultad: PRESS (prensa en inglés).

Por todo ello es difícil de creer que los soldados estadounidenses que habían llegado a Bagdad no supieran que en el hotel Palestine vivíamos los periodistas, a pesar de que así lo aseguraran los militares implicados en el ataque.

El ocho de abril de 2003 la explosión del proyectil estadounidense contra el hotel Palestine me dejó medio sorda, con un oído muy inflamado, un pitido interno, cierto aturdimiento mezclado con dolor por la muerte de José y una indignación ilimitada ante la impunidad con la que actuaba el Ejército estadounidense. Me costó digerir que había vuelto a nacer. Cuatro segundos antes de que hiciera explosión el proyectil había sonado mi teléfono satélite y para cogerlo, yo había abandonado el balcón y me había desplazado metro y medio al interior de la habitación; metro y medio, la distancia que marcó la diferencia entre seguir viviendo y probablemente morir. Minutos después comprobé que José no había tenido la misma suerte. Sigo recordándolo hoy con claridad y así, con todos los detalles, se lo contaré a mi hija, que está a punto de nacer.

Quizá su generación pueda disfrutar de un mundo más habitable, en el que los asesinatos, las desapariciones, las torturas, no queden impunes. En el que los criminales sepan que tendrán que pagar por sus crímenes. En el que se respete la información como pilar básico de las sociedades libres y democráticas. Por todo esto lucha la familia de José Couso. Para ello hoy, ocho de abril, un año más, se recordará a José frente a la embajada estadounidense de Madrid, así como a tantos otros periodistas que como él mueren año tras año solo porque intentaban contarnos qué está pasando en el mundo.

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