Ellen Goodman

Premio Pulitzer al comentario periodístico.

 

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Ellen Goodman – Boston. Si alguna vez se ha preguntado por qué inventó Dios el botón de borrar, permítame mostrarle un correo electrónico llegado a través de varios servidores de listas a los medios de referencia.
??¿Cuánto os queremos?? pregunta el autor a los medios. ??Contemos las formas: mentís, distorsionáis y manipuláis lo que habrían de ser crónicas imparciales de TODA la información, no sólo de lo que favorezca los intereses de la ??extrema izquierda???.
A medida que mi puntero se acercaba a ??bloquear al remitente?, repasé la lista de agravios. El primero era la acusación de que nosotros, los principales medios, habíamos ocultado el hecho de que el revolucionario comunista Bill Ayers era el verdadero autor del libro de Obama ??Sueños de mi padre?.
Este mito llevaba algún tiempo circulando por la red, pero volvió a cobrar protagonismo después de que un bloguero lo plantease a Ayers en un aeropuerto. En un ataque de ironía, Ayers ??confesó?. «Michelle me lo pidió… lo escribí yo?, dijo añadiendo, ??Y si usted puede demostrarlo podemos repartirnos los derechos». ¡PILLADO!
No es que los blogueros de derechas anden sobrados de sentido del humor. O de editores. La autoría de Ayers es más o menos igual de cierta que el rumor que circula de boca en boca que dice que Obama nació en Kenia. Esa fantasía ocupaba en la revista The New Yorker el puesto intermedio entre ??Santa Claus? y ??Los protocolos de los sabios de Sión».
El mito del nacimiento era acompañado, a su vez, por la afirmación lanzada por Glenn Beck de que la reforma sanitaria de Obama obliga a contratar un seguro o entrar en prisión. Y a la par del fantasioso anuncio lanzado por Sarah Palin de que la reforma de la atención médica significa que habrá ??tribunales de eutanasia? para la tercera edad.
Bueno, yo pienso que la veracidad de estas afirmaciones es evidente por sí misma. Lo que no significa que no tengan seguidores.

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Mi asombro ante esto proviene del extraño y persistente apego a los hechos. Esto probablemente se deba a que mi carrera empezó como editora en Newsweek. Los hechos ?? junto a sus valedores, los editores ?? han servido desde hace mucho de directrices y salvadores de mi carrera, que cuenta con más de 46 años.
Ahora planeo la próxima etapa de mi vida. Lo que puede ser el motivo de que me sorprenda del mucho protagonismo que han perdido los hechos en estos tiempos, y de lo aún menos que parecen importar.
La conspiranoia ha proliferado junto a unos medios nuevos que no son decididamente de referencia, que se filtran en cuantos boquetes se producen en los canales de cable, el dial de la radio o los blogueros que publican cualquier cosa.
Hoy es posible encontrar un colectivo en alguna parte de Google para cualquier cosa. Cualquier extremista puede encontrar una tribu o un ??dato? — ¡el calentamiento global es un fraude! ¡La evolución es un fraude! — que refuerza sus propias creencias.
Hay una sensación de que no necesitamos que los datos o la edición o la comprobación de las fuentes respalde el contenido mientras contemos con la aprobación de la masa. No tenemos que construir opiniones basadas en hechos; podemos construir hechos basados en opiniones.
Esto no es sólo frecuente en los blogs sino en los debates radiofónicos de derechas en los que los presentadores han perdido todo sentido de la medida. ¿Qué precio ha pagado Glenn Beck exactamente por jugar con hechos cogidos con alfileres? ¿Jon Stewart sorprendió a Sean Hannity usando capturas de vídeo de una (gran) concentración contra la política fiscal con las que ilustrar otra (pequeña) concentración?
Este estándar carente de fundamento es respaldado (o repudiado) por los políticos que siguen su estela. El ex secretario de la mayoría en la Cámara Dick Armey, por ejemplo, no está por la labor de desafiar a esos creyentes de los ??tribunales de eutanasia? que se concentran al amparo de su organización FreedomWorks: ??Si la gente quiere creer eso… por mí está bien?. Cualquier cosa vale.
No estoy sugiriendo que la prensa ?? otrora definida como el primer registro riguroso de la historia ?? no carezca de errores. Pero hay precios que pagar y correcciones que hacer y estándares que cumplir. ¿Cuándo fue la última vez que uno de los que creen que Obama no nació en Estados Unidos publicó en Internet una corrección o perdió su puesto de trabajo?
Aquellos de nosotros que hemos dedicado nuestra vida al periodismo nos despertamos cada día con problemas nuevos: plantillas recortadas, periódicos que cierran. Mi primer patrono, Newsweek, ya no cubre la información. El segundo, Detroit Free Press, ha limitado el reparto a domicilio. A mi tercer patrono, el Boston Globe, le he visto crecer y encogerse.
Lo más difícil es contemplar la evaporación de una profesión que ha servido de filtro para la ??comunidad en contacto con la realidad?. Un trabajo que ha luchado por acercarse a la realidad con tanta frecuencia y tan rigurosamente como se puede.
En una encuesta 60 Minutos/ Vanity Fair realizada el mes pasado, se preguntaba a los lectores las profesiones que consideran van a desaparecer. De los probables candidatos, el 28% elegía los recolectores de tabaco, pero el 26% elegía a los reporteros. Sólo el 3% pensaba que los editores se extinguirían.
Bueno, yo tengo ??noticias? para usted. Cuando los periodistas desaparecen, también desaparecen los hechos. Y los que los comprueban.

Ellen Goodman
© 2009, Washington Post Writers Group

 

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