Ellen Goodman

Premio Pulitzer al comentario periodístico.

 

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Ellen Goodman – Boston. Así que la familia se reunirá de nuevo. No, la familia no, el clan. Esa es la palabra que siempre se utiliza para describir a los Kennedy, como si fueran la gran familia real de nuestra vida política. Y lo fueron.Los funerales de los Kennedy han marcado nuestra historia: JFK. RFK. Jackie. John Jr. y hace dos semanas, Eunice. Esta vez la muerte a lamentar es la del hermano pequeño, que se convirtió en el mayor, el único varón en lograr algo trágicamente negado a los demás: la longevidad.

Teddy Kennedy. «El león del Senado». Le conocí en 1962, cuando yo era estudiante y él era un neófito. Mi padre, un incondicional de JFK, se tomó como algo personal el apoyo a este hermano en su campaña al Senado. El caballero de 30 años de edad era tan bruto que cuando los periodistas le preguntaban por un asunto, él se excusaba para cotejar las notas de sus asistentes. El hombre contra el que competía dijo sin rodeos e imprudentemente que si el nombre de Teddy fuera Edward Moore en lugar de Edward Moore Kennedy, la candidatura sería una broma.

Pero él era un «Kennedy» en Massachusetts.

Como la mayoría de los periodistas de Boston, tengo aventuras que contar en esta fecha pero ninguna tan sentida – si me permite la licencia – como el día en que volé desde la capital con mi hija. Habiendo avistado al Senador, ella me pidió conocerle. Le hice prometer que simplemente diría hola y le dejaría en paz. Pero Kennedy se levantó del asiento de pasillo y durante diez minutos habló del colegio y de la vida con mi hija de diez años, mientras ella me miraba con recelo para ver si se había violado nuestro acuerdo.

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?l era así, menos patriarca que su padre, más relajado y más él mismo sobre todo con los niños, especialmente los hijos de sus hermanos. Era Teddy quien aparecía en las graduaciones y las bodas cuando los padres fallaban. Era Teddy quien, atenazado por las pérdidas, se dirigía a innumerables que sufrían.

Las esquelas rezan que Kennedy nunca logró el sueño de llegar a ser presidente. Pero hay diferencia entre el destino familiar y el sueño de un hombre. Cuando Teddy se enfrentó a Jimmy Carter en 1980, protagonizó una campaña inconexa, insegura, vacilante, torpe. Algunos achacaron la culpa al episodio de Chappaquiddick, otros a la prensa.

A medida que seguía su campaña, una idea seguía viniendo a mi cabeza: él no quiere ganar. Cuando escribí esto, mis colegas de la crónica política se rieron de mi ingenuidad al creer que «un Kennedy» no quiere algo así. Pero entonces Roger Mudd planteó la espinosa cuestión en la CBS – ¿Por qué quiere ser presidente? – y Teddy no supo contestar.

El hermano pequeño dio carpetazo al capítulo con un discurso en la convención que saltó las lágrimas de sus seguidores: «Para todos aquellos cuyas preocupaciones han sido nuestra preocupación, el trabajo continúa, la causa pervive, la esperanza perdura y el sueño no morirá jamás». Sin embargo, al postularse y ser derrotado, había exorcizado la carga del apellido. Ya no era un Kennedy Presidente oficioso. Se convirtió en un superviviente, un senador y su propia línea familiar.

No tengo que enumerar sus logros. Están presentes por escrito en proyectos de ley que van desde los derechos electorales y el salario mínimo al trabajo en la reforma sanitaria. Llamaba a la reforma de la sanidad «la causa de mi vida», aun cuando su vida se desvanecía.

Tampoco tengo la lista de sus defectos. Durante un tiempo fueron lo bastante numerosos para competir con los licenciados de este año en esa infame residencia de C Street. En un discurso de mea culpa en 1991, dijo, «Reconozco mis propias limitaciones, los fallos de conducta en mi vida privada… Y yo soy el que debe enfrentarse a ellos».Pasaron a mejor vida en su segundo matrimonio.

Pero no fueron los defectos lo que hizo de Kennedy el objetivo de los recaudadores Republicanos de fondos hasta que el relevo pasó a Hillary. No fueron los defectos los que le convirtieron en el objetivo principal de los enemigos hasta que el relevo pasó a Obama. Era su poder y su compromiso en la lucha contra la pobreza y los derechos civiles, la educación, la sanidad. Fue su voluntad – no su insistencia – de ser un izquierdista cuando los demás quisieron convertir la palabra en un motivo de vergüenza.

Cuando Kennedy llegó al Senado como el hermano pequeño, un Senador veterano le dijo «los logros no se miden en función de las montañas escaladas sino de las colinas ascendidas». Como iniciado privilegiado durante más de cuatro décadas, ascendió colinas. Como «Kennedy» soportó el peso y honró la herencia. Como su propio ser nunca perdió de vista las montañas.

Ellen Goodman

 

© 2009, Washington Post Writers Group

Sección en convenio con el Washington Post

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