Ellen Goodman

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Ellen Goodman – Washington. Y se acabó. Fue visto y no visto. Los camiones de mudanza detrás de la Casa Blanca empaquetaron el 43 y desempaquetaron el 44. George W. Bush acompañó al hombre que le había expuesto al ridículo público hasta el Capitolio. Barack H. Obama juraba el cargo con el presidente del Supremo a cuya confirmación se había opuesto.

La transición tuvo lugar con todo el orden que damos por sentado en nuestra contenciosa democracia. Finalmente, un helicóptero se llevaba al ex presidente y casi 2 millones de personas parecían exhalar de alivio como si estuvieran viendo el fundido a negro de una película muy larga.

Este enjambre de personas tan diverso como la familia lejana, tan único como las ideas de cada uno, tan unido por las emociones como por el gélido aire, empezó a dispersarse por las calles de la ciudad. Detrás de mí una mujer mayor blanca de Alabama decía, otra vez, «Nunca pensé que viviría para ver este día.? No es tanto un cliché como el mantra del momento.

Hace apenas dos años, las noticias de las portadas planteaban «¿Estamos preparados para un Presidente afroamericano?? Los carteles de campaña habían exhortado «Sí, podemos.? Ahora los recuerdos se jactan «Sí, lo hicimos.?

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«Lo que los cínicos no pueden entender es que el suelo bajo sus pies ha cambiado,» decía el nuevo presidente en su discurso de investidura. Se podía sentir este cambio en el Mall, el mismo terreno en el que en tiempos se vendían los esclavos. Se podía sentir sonrojarse a los estadounidenses de todo color de piel con el orgullo sorprendido de haber estado a la altura de nuestros propios sueños.

Caminando por la calle K abajo, el paseo de los lobistas reconvertido en avenida de vendedores ambulantes, me detuve a comprar una camiseta para mi nieto. Mostraba a Obama abriendo su camisa para mostrar un disfraz de Superman.

Su discurso, sin embargo, había sido más sobrio que triunfante. De hecho, durante el calentamiento de la investidura, su círculo íntimo había intentado suavizar tales expectativas heroicas. Como Spike Lee había dicho discretamente: «No es el mesías.? Sabemos que no puede volver a arrancar el país en serio -según nuestra analogía informática favorita- limpiándolo de todos los virus, gusanos y errores alojados en nuestro disco duro nacional.

Pero el entusiasmo, la sensación palpable de esa palabra tan manida «esperanza,» parece haberse presentado en proporción directa a nuestra necesidad. Es como si este presidente fuera -¿todo?- lo que nos funciona.

Obama no necesitó más que rozar el tema de «la flaqueante confianza por todo nuestro país; un temor acuciante a que el declive de América es inevitable, que la próxima generación debe rebajar sus expectativas.? Lo que también tocó de pasada es la disposición de estos mismos estadounidenses a «levantarnos, sacudirnos el polvo» y, lo más asombroso, invertir en otro presidente.

La confianza ha sido un mercado en horas bajas. Tras el colapso de la fe en todo tipo de experto -después de que los agentes de crédito financiaran casas a personas que no se las podían permitir, después de que los banqueros crearan sistemas que ni siquiera sabían describir y, finalmente, después de descubrir que Bernie Madoff dejó con lo puesto incluso a sus amigos del instituto- queda un residuo de persistencia.

Las encuestas más recientes nos dicen que la mayoría de los estadounidenses realmente espera que este presidente cumpla cada una de las 10 promesas de campaña que van desde las energías alternativas hasta la protección sanitaria. Páginas web y foros recogen las esperanzas individuales como centavos llovidos del cielo y el SMS de mi iPhone transmitía «las esperanzas» del nieto de seis años que quiere que el nuevo presidente haga la paz y ayude a los pobres. Ahí es nada.

El mundo no se detuvo por Barack Obama. Antes de haber terminado el almuerzo, se inclinaba hacia Ted Kennedy, el león del Senado caído enfermo. Antes de que la banda Punahou hubiera dado el visto bueno al atril, la Bolsa había perdido 332 enteros. Antes de que dejemos de analizar la «nueva era de responsabilidad,» él habrá sido responsabilizado de todo, desde la mantequilla de cacahuete caducada hasta el combustible nuclear enriquecido de Irán. En este momento, sarcásticos blogueros y expertos en relaciones públicas de la televisión por cable apuestan a cuánto tiempo va a durar el período de gracia.

Y aún así, en una ciudad de personas que tenían que estar presentes en el Mall, algo en el aire eligió creer con el presidente que » Nuestra rica herencia es una fortaleza, no una debilidad.? Algo eligió celebrar que «nuestros tiempos de aferrarnos a una decisión… ciertamente han pasado.?

En 1787, cuando la Convención Constitucional hubo finalizado, una mujer preguntó a Ben Franklin si teníamos una república o una monarquía. ??Una república,? contestó, ??si la sabe proteger.? En esta asombrosa semana, América logró otra oportunidad. Si la sabemos aprovechar.

Ellen Goodman
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