Ellen Goodman

Premio Pulitzer al comentario periodístico.

 

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Ellen Goodman – Boston. Colecciono desde hace tiempo metáforas deportivas, pero nunca me imaginé que una reserva de coleccionista así saliera de una vista del Senado. Por momentos parecía más un torneo deportivo de primera división que la confirmación de un magistrado para ocupar una vacante en el Supremo. Podría haber organizado una porra para apostar el número de veces que los senadores iban a decir «evaluar jugadas» (13) o «árbitro» (16).Los miembros del Comité Judicial se enfrentaban a cuenta de la idea del juez como árbitro. Lamentablemente, ningún comentario superó al lanzamiento de salida pre-vistas realizado por el Senador de Alabama Jeff Sessions de «un árbitro con los ojos vendados que evalúa con justicia y objetividad las jugadas.» ¡SÍ! ¡Eso es justamente lo que necesitamos en las grandes ligas! ¡Un árbitro con los ojos vendados!

Pero no se trataba solamente de conversación deportiva de bar. Ni de una apuesta decidida por la imparcialidad. Se trataba de un ataque vagamente encubierto motivado por la ansiedad ante la idea de que Sonia Sotomayor pueda ser una jugadora de equipo en el torneo de Progresistas contra Conservadores, o peor aún, el Equipo de las Chicas y las Latinas contra los Chicos Blancos.

El fantasma que persigue a Sotomayor era el de la «mujer latina sabia.» Lo que parecía radical a los integrantes Republicanos del comité fue su comentario de que una mujer latina sabia «con la riqueza de su experiencia» pudiera adoptar resoluciones más inteligentes que… ¡ELLOS! Hasta podría, como decía siniestramente el Senador de Texas John Cornyn, «querer impulsar causas o a minorías.»

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Hasta aquí el calentamiento de las vistas. Sotomayor se sentó con estoicismo mientras un combativo Sessions la aleccionaba en el papel del juez y un deferente Lindsey Graham le decía que tenía reputación de tener «algo de matona.»

La futura primera magistrada latina se enfrentó a un comité con sólo dos miembros femeninos para ser confirmada por un Senado con sólo 17 mujeres, para ocupar una vacante en una instancia judicial en la que sólo hay una mujer más. Y aun así Sotomayor tuvo que demostrar que  ella no tenía prejuicios: «Hombres y mujeres (son) igualmente capaces de ser jueces sabios y justos.»

También en juego — o a punto de ser dirimidos — estaban los comentarios previos de la juez acerca de la importancia de las distintas experiencias vitales: «Simplemente no sé exactamente cuál será la diferencia en mis resoluciones. Pero acepto que se basará en cierta medida en mi sexo y mi herencia latina.? También dijo: «Me pregunto si ignorando nuestras diferencias como mujeres u hombres de color realizamos un pobre servicio tanto al Derecho como a la sociedad.» Un horrorizado Sessions llamaba a esto «filosóficamente incompatible con el sistema estadounidense.»

Estoy, por supuesto, maravillada de ver a los conservadores condenando las diferencias entre sexos como antiamericanas puesto que hace tiempo utilizaron las diferencias para justificar el estatus de segunda clase de la mujer. Mejor harían en dirigir sus iras al presentador G. Gordon Liddy, que decía de Sotomayor: «Esperemos que las consultas clave no se produzcan en el momento en que tiene el periodo.»

Fueron las mujeres las que combatieron la idea de que hombres y mujeres son intrínsecamente distintos y por tanto desiguales. Pero para cuando Sotomayor era magistrada, más mujeres se sentían liberadas para «plantearse»: ¿Tuvimos que encajar en el patrón (masculino) para ser iguales, o podríamos alterarlo?

¿No era correcto — importante incluso — que las mujeres aportaran una perspectiva distinta al debate al hablar de ciencias, violencia, empresa? ¿No aportarían una perspectiva distinta al estrado al escuchar a Lilly Ledbetter pedir la misma remuneración, o a una niña de 13 años que fue cacheada?

Una mujer latina sabia no toma parte en debates filosóficos mientras los chicos hablan de deportes. Pero según mi experiencia, cuando se pide a las mujeres que «vayan más allá» de su experiencia, que ignoren su trayectoria, con frecuencia se les está diciendo que prescindan de lo femenino y piensen/ trabajen/ vivan/ dicten sentencia como un hombre. Primer punto para el estatus quo.

Clarence Thomas, una feroz defensora de la imparcialidad, ha dicho con gélida pasión, «Para ser juez, una persona tiene que intentar exorcizarse de las pasiones, pensamientos y emociones que pueblan a cualquier ser humano frágil. Tiene que volverse casi inmaculado, en el sentido en que el fuego purifica el metal, antes de poder dictar sentencia.» Compare esto con los comentarios de Sotomayor el martes diciendo que no somos robots: «Creo que el sistema se ve reforzado cuando los jueces no presuponen que somos imparciales.»

Sí, somos más que la suma total de nuestras experiencias. No, la gran mayoría de casos no tienen nada que ver con la raza ni con el sexo, ni con ser inmune a esos efectos. Sí, los jueces miran a través de sus propias ideas y más allá.

Pero volviendo a las metáforas deportivas, esta jueza que piensa profundamente en la vida y el Derecho a la vez está preparada para salir al campo en el equipo del Supremo.

Ellen Goodman 

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