E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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CHARLESTON, Carolina del Sur — Los sabelotodo que creen que el paro es la crisis más acuciante a la que se enfrenta el país se equivocan, descubro al ver la miríada de anuncios electorales Republicanos esta semana en televisión. Todos los militaristas del déficit, los catastrofistas del auge de China y los alarmados observadores del programa nuclear iraní se equivocan, también, y deberían de dejar de detenerse en pequeñeces.

Uno de los anuncios de Mitt Romney acaba dejando clara la principal prioridad del país en términos nada inciertos. El votante debe apoyar a Romney, dice una voz en off, porque «derrotar a Obama es la cuestión más importante».

¿Soy el único que encuentra eso raro? Comprendo la razón de que tratar de ingeniar la derrota del Presidente Obama sea una prioridad acuciante para Romney, que quiere mudar a la familia a la Casa Blanca, pero ¿debería ser más importante para los electores que, pongamos, reforzar la economía o reducir el déficit? ¿Por qué no se debe poner el acento en las legislaciones y los resultados?

De acuerdo, sé lo ingenuo que suena esto. Soy plenamente consciente del cálculo político: la política consiste en ganar, y la mejor forma de ganar de un Republicano este año es hacer de Obama la cuestión. Todos los rivales Republicanos, en diverso grado, han pretendido demonizar al presidente.

Y es cierto que los cuatro candidatos restantes están dedicando el mismo tiempo y dinero a tratar de demonizarse mutuamente. Romney es tachado de moderado enclenque disfrazado que cambia de opinión a conveniencia, Newt Gingrich y Rick Santorum son iniciados de Washington, a Ron Paul le falta una tuerca. Con independencia del que emerja candidato con el tiempo, los Republicanos le habrán hecho un montón de trabajo a la campaña Obama.

(No creo haber visto un solo anuncio electoral atacando a Rick Perry, que abandonaba la campaña el jueves).

También soy consciente de que la presidenciabilidad se ha convertido en un importante gancho para los electores aquí, todavía más importante quizá que las credenciales de conservador convencido. En especial en el caso de Romney — cuya trayectoria como gobernador de Massachusetts basta para provocar desmayos a muchos Republicanos de Carolina del Sur — aferrarse al discurso «Yo puedo derrotar a Obama» puede ser la única opción viable.

Aun así, el discurso aquí reviste un desagradable filo. Es escandaloso que en un estado en el que el paro está en el 9,9%, el último mensaje que Romney decide trasladar a los votantes antes de los comicios de las primarias no sea «crecimiento» ni «empleo» — sino «Hemos de deshacernos de este tío» en su lugar.

A juzgar por el ruido, todo este asunto no es político. Es personal.

Los candidatos van recorriendo el estado, exhortando al votante «recuperar el país», y yo me pregunto: ¿Recuperarlo de quién? ¿Alguien dio un golpe de estado, un robo a lo mejor? ¿Quién está en posesión de este país nuestro? ¿Y qué es lo que lo hace nuestro, no suyo?

Romney y Gingrich en especial se han esforzado por dar la impresión de que hay algo ajeno e ilegítimo en la presidencia Obama. No retratan a Obama como un rival político, sino como un usurpador.

Gingrich viene haciendo sonar bochornosamente esta cantinela mucho tiempo. ¿Se acuerda de su barroca acusación de que «el comportamiento keniata y anticolonial» era de alguna forma la clave para comprender lo que trataba de lograr Obama? Resultó ser solamente el principio. Prácticamente en cada ocasión, se despacha contra Obama como «el presidente de la ayuda social».

En el debate del lunes en Myrtle Beach, Gingrich cargó las tintas de su lenguaje caracterizando a los pobres como ignorantes y vagos, desafiando prácticamente a cualquiera a acusarle después de racismo. Debería de considerarse acusado.

El enfoque de Romney, no obstante, es más sutil. El lunes, afirmaba tentativamente que Obama tenía que ser reemplazado ahora mismo, porque si permanece en la administración cuatro años más, el país se transformará en «algo que no vamos a reconocer». Bingo.

La administración Obama, a riesgo de afirmar lo evidente, no se parece a ninguna de sus predecesoras. En su diversidad, no obstante, se parece muchísimo al país.

Cuando crecía en Carolina del Sur, la dirección política de Carolina del Sur era íntegramente blanca e íntegramente masculina, y la bandera Confederada ondeaba orgullosamente sobre la legislatura de Columbia. La noche del miércoles, la Gobernadora Republicana Nikki Haley, de ascendencia hindú, pronunciaba el discurso anual del Estado del Estado; cuando acabó, el congresista Bakari Sellers, afroamericano, dio la réplica de la oposición.

A juzgar por las pruebas, los electores aquí tienen mayor capacidad para abordar el cambio de lo que parecen pensar los candidatos Republicanos.

Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
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