E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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Eugene Robinson- Washington. Según la nueva normativa impuesta por los rigores del atentado terrorista frustrado del día de Navidad, el pasaje de las aerolíneas que entre en Estados Unidos procedente de 14 países será objeto de atención especial: Afganistán, Argelia, Cuba, Irán, Irak, el Líbano, Libia, Nigeria, Pakistán, Arabia Saudí, Somalia, Sudán, Siria y Yemen. Como primera adivinanza de la nueva década, ¿qué país no encaja entre los demás?

La respuesta obvia es Cuba, que supone una amenaza terrorista que puede situarse con precisión en nula. Cuba no es un estado disfuncional en el que franjas de su territorio soberano estén más allá del control del gobierno, sino que es una de las sociedades más estrechamente controladas del mundo, un lugar en el que la idea de que un particular pueda poner sus manos sobre explosivos plásticos o armamento terrorista de cualquier tipo es simplemente ridícula.

No existen antecedentes de islam radical en Cuba. De hecho, apenas hay antecedentes de islam en absoluto. Con su veterana paranoia con la seguridad interna y su compleja red de espías y soplones del gobierno, la isla nación tendría que ser uno de los últimos lugares del planeta en donde al-Qaida trataría de establecer una célula, y mucho menos planificar y lanzar un ataque . Sin embargo, Cuba está en la lista porque el Departamento de Estado aún considera que – junto a Irán, Siria y Sudán – es un estado patrocinador del terrorismo.

¿En serio? ¿A pesar del hecho de que la Sección de Intereses en La Habana fue uno de los pocos destinos diplomáticos americanos del mundo en operar con normalidad, sin endurecimiento aparente de la seguridad, tras los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001?

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La administración Obama ha hecho muchos movimientos admirables por alinear la política exterior norteamericana con la realidad objetiva. Pero el progreso hacia una relación con Cuba basada en los hechos ha sido provisional y vacilante, en el mejor de los casos. Las medidas evidentes que sólo puede favorecer a los intereses estadounidenses – y, en el proceso, casi seguro hacer de Cuba una sociedad más abierta – siguen sin adoptarse.

El mes pasado, el corresponsal del New York Times Tim Golden y yo fuimos anfitriones de un almuerzo – y mini-concierto – en Washington con Carlos Varela, un cantautor que a menudo se considera el Bob Dylan de Cuba. El acto, patrocinado por la Iniciativa Política Estados Unidos-Cuba de la New America Foundation y el Centro para la Democracia en las Américas, fue notable por el hecho de que pudiera celebrarse: el único viaje anterior de Varela a los Estados Unidos tuvo lugar en 1998. Quería venir de nuevo en 2004, pero el gobierno le negó la entrada.

La administración de George W. Bush adoptó una política dura de negar visados a la mayoría de los artistas cubanos, entre ellos algunos que trataban de entrar porque habían sido nominados a los premios Grammy. El hecho de que Varela obtuviera el visado esta vez es indicativo de un deshielo parcial, pero aún no ha tenido lugar un retorno integral al estatus quo pre-Bush, cuando la cuestión que preocupaba a los músicos cubanos era si el gobierno de Castro les permitiría salir, no si el gobierno estadounidense les dejaría entrar.

En mayo, la administración Obama negó el visado al famoso cantante de folk cubano Silvio Rodríguez, que esperaba tocar en un concierto en Nueva York para conmemorar el 90 aniversario del legendario Pete Seeger. Supongo que es posible establecer una diferencia – Rodríguez es conocido como un verdadero creyente del sistema comunista que instauró Fidel Castro, mientras que Varela, sin criticar explícitamente al régimen, utiliza matices y la metáfora para cuestionar al gobierno y expresar la impaciencia de la juventud cubana . ¿Pero desde cuándo Estados Unidos teme la exposición a una ideología de la competencia?

La administración Obama ha avanzado lentamente en la dirección correcta. El abril pasado, el presidente levantó las restricciones a la frecuencia con la que los cubano-americanos pueden visitar a sus familiares en la isla y la cantidad de dinero que pueden enviar a los miembros de la familia. Básicamente inmutables, sin embargo, permanecen los principales pilares de medio siglo de política fracasada hacia Cuba: la prohibición que en la práctica impide viajar a Cuba a todos los demás estadounidenses, y el embargo comercial que prohíbe a las compañías norteamericanas hacer negocios allí.

Por supuesto, el presidente ya tiene bastante. Puede ser reacio a introducir otra variable. No es difícil imaginar que un senador o un grupo de miembros de la Cámara se valgan de, por ejemplo, la reforma sanitaria para influenciar la política hacia Cuba.

Pero es difícil para mí creer que Obama no ve lo demencial que llega a ser realmente nuestra actual política. Tiene que cambiar – y puede empezar por dejar de simular que buscar terroristas de Al Qaeda en vuelos procedentes de Cuba no es sino una gran pérdida de tiempo.

Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
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