E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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Así es como se negocia al estilo del Partido Republicano: se empieza por hacer exigencias absurdas. Se intimida a los rivales hasta que cedan la práctica totalidad de lo que se quiere. En lugar de aceptar el acuerdo, se añade un amplio abanico de exigencias radicales nuevas. Deje caer que no le gustaría que nada malo le sucediera al rehén que ha hecho – el bienestar de la nación. En la medida de lo posible, actúe y suene igual que Jack Nicholson en «El resplandor».

Esta estrategia les fue tan bien a los Republicanos que no es ninguna sorpresa que la vuelvan a utilizar, esta vez en la innecesaria lucha por lo que debería ser una subida rutinaria del umbral de endeudamiento. Esta vez, sin embargo, está sucediendo algo distinto: el Presidente Obama parece estar sacando su Robert De Niro en «Taxi Driver». En una rueda de prensa mantenida el pasado miércoles, la respuesta de Obama a los Republicanos fue, esencialmente, «¿Hablas conmigo?»

La postura desafiante de Obama parece haber pillado a los Republicanos con el paso cambiado. Ellos creían que todo lo que tenían que hacer era convencer a todo el mundo de que estaban lo bastante locos para forzar la impensable reestructuración de las obligaciones económicas del país. Ahora deben de estar preguntándose si Obama está lo bastante ido para dejarles.

No es probable que lo esté. Pero la Casa Blanca ha mantenido la presión, aduciendo que el verdadero plazo para adoptar medidas en el Congreso con el fin de evitar la reestructuración no es el 2 de agosto, como decía el Departamento del Tesoro, sino el 22 de julio; hace falta tiempo para redactar la legislación necesaria, explicaron los funcionarios. Tic, tac, tic, tac …

«Malia y Sasha acaban por lo general sus deberes un día antes», decía Obama, comparando con salero — pero eficazmente — la actividad de sus hijas con la pereza legislativa. «Es impresionante. No esperan a la noche anterior. No estiran la jornada. Tienen 13 y 10 años. El Congreso puede hacer lo mismo. Si usted sabe que tiene que hacer algo, lo hace».

La molestia y la insistencia de Obama se dirigen a los Republicanos que controlan la Cámara, y lo que quiere que «hagan» es abandonar la intransigente postura de que cualquier acuerdo de la deuda tiene que incluir sustanciales y dolorosos recortes presupuestarios pero ni un centavo de impuestos nuevos.

El presidente exige que el Congreso elimine también «las ventajas fiscales de los millonarios y los multimillonarios… las petroleras y los gestores de fondos de inversión y los particulares dueños de aviones privados». Sin estas subidas modestas de la recaudación pública, dice, la administración tendrá que recortar el gasto destinado a la investigación médica, la inspección alimentaria y el Servicio Meteorológico. Asimismo, presumiblemente, cualquier apoyo federal a los cachorros y el pastel de manzana.

En realidad hay quien no es millonario y nunca vuela en aviones privados y también pierde ventajas fiscales dentro de la propuesta del presidente. Y es difícil creer que lo primero que hará el estado, si el Congreso no brinda ninguna recaudación nueva, es detener las inspecciones sanitarias de la carne picada. Pero Obama tiene razón en que los recortes serán draconianos — y tiene razón al insistir en que los legisladores Republicanos afronten la realidad.

Mi opinión, para que conste, es que ahora es mal momento para hacer recortes del gasto o subidas tributarias — que es ridículo hacer algo que podría desacelerar la torpe recuperación económica, incluso mínimamente. Pero si hay que hacer recortes, entonces los Republicanos tienen que ser obligados a bajarse de la burra del discurso de que no habrá impuestos nuevos.

Hasta desplazándose un centímetro, las esperanzas del país se vuelven bastante más halagüeñas. Esta lucha es así de importante.

Cada instancia independiente y bipartidista de excepcionales que ha examinado el problema del déficit ha llegado a la misma conclusión: la diferencia entre el gasto público y la recaudación pública es demasiado considerable para cerrarse exclusivamente a base de recortes presupuestarios. Con ferviente convicción pero ninguna prueba, los Republicanos del movimiento fiscal están convencidos de lo contrario — y los Republicanos de la Institución, que saben lo que les conviene, tienen miedo a llevarles la contraria.

La difícil labor de situar al estado federal en la vía fiscal a la solvencia no puede empezar mientras la mayoría de la Cámara rechace la simple matemática por motivos ideológicos.

«Me he reunido con los líderes en múltiples ocasiones», decía Obama aludiendo al presidente de la Cámara John Boehner y al secretario de la oposición en el Senado Mitch McConnell. «En algún momento tendrán que hacer su parte». La parte a la que se refiere consiste en bajar a los Republicanos amantes de la ficción al mundo real, y hay que hacerlo.

Los riesgos son peligrosamente altos, pero Obama sí tiene una opción apocalíptica: Si todo los demás fracasa, puede anunciar que un capítulo de la Decimocuarta Enmienda — «La validez de la deuda pública de los Estados Unidos, establecida por ley… no será cuestionada» — hace inconstitucional el límite de la deuda y le obliga a tomar cualquier medida necesaria para evitar la reestructuración.

Tal vez sea ese el motivo de que, en medio de este duelo, el presidente no parezca inclinado a vacilar.

Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
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