La brecha de género en la investigación científica se ha reducido significativamente en las últimas décadas y la presencia de mujeres ha aumentado en muchos ámbitos. Pero este fenómeno no ha logrado corregir otra característica del mundo científico y académico: la llamada homofilia de género, la tendencia a trabajar con personas del mismo sexo. En The Conversation ponen el foco en este foco de desigualdad, resaltando que la paridad numérica, no significa integración, ni colaboración. Aunque se subraya que las mujeres son más proclives a alianzas mixtas y en las áreas donde son mayoría, la homofilia de género es mucho menor.



Los científicos varones tienden a formar equipos con investigadores de su mismo género.
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Iñaki Úcar, Universidad Carlos III y Margarita Torre, Universidad Carlos III

La presencia de mujeres en la investigación ha crecido de forma constante en todas las disciplinas. Este avance numérico convive, sin embargo, con un fenómeno menos visible que ayuda a explicar por qué la desigualdad sigue presente en el mundo académico: la homofilia de género, es decir, la tendencia a colaborar con personas del mismo sexo. Lejos de desaparecer, esta dinámica ha ganado fuerza con el tiempo, y lo hace de manera desigual para hombres y mujeres.

En un estudio reciente, analizamos más de 28 millones de artículos publicados entre 1980 y 2019 en todas las áreas del conocimiento, para entender cómo la presencia de mujeres y hombres transforma las redes de colaboración científica.

Colaboración entre géneros, patrón asimétrico

En 1980, la investigación estaba fuertemente marcada por la brecha de género. En áreas como Mecánica o Electroquímica las mujeres apenas firmaban un 8 % de los artículos publicados. Resulta aún más llamativo que, incluso en áreas que hoy solemos considerar “tradicionalmente femeninas” –como estudios de familia–, ellas apenas alcanzaban el 25 % de las autorías.

Al igual que sucede en el mercado l, resaltando aboral, la presencia de mujeres en la ciencia ha crecido de forma sostenida durante las últimas cuatro décadas. Con la incorporación progresiva de mujeres a campos tradicionalmente masculinizados, cabría esperar que aumentaran las publicaciones firmadas por equipos mixtos.

Pero los datos muestran algo muy distinto: la colaboración entre mujeres y hombres toca valores mínimos cuando ellas alcanzan entre un 35 % y un 40 % de representación en un área, es decir, en el punto en que el campo deja de estar claramente dominado por hombres.

¿Por qué justo ahí? Una explicación posible es el desequilibrio histórico de poder en la academia: los hombres han ocupado durante décadas la mayoría de las posiciones de influencia y pueden percibir que una presencia femenina creciente amenaza ese privilegio. Como reacción, tienden a reforzar el statu quo, colaborando preferentemente entre ellos y dejando fuera a las mujeres.

Las mujeres, más proclives a alianzas mixtas

Podríamos pensar que las mujeres reaccionan igual, pero los datos muestran lo contrario. En las áreas donde ellas son mayoría –por encima del 55 %–, la homofilia de género cae a mínimos. Una posible explicación es que los hombres siguen ocupando, incluso en esos campos, la mayoría de los puestos de mayor poder, prestigio y acceso a recursos. Colaborar con ellos puede abrir puertas a más visibilidad, financiación y oportunidades.

En otras palabras, mientras los hombres tienden a reforzar alianzas para mantener su posición, las mujeres suelen mostrarse más abiertas a las colaboraciones mixtas, porque estas les permiten avanzar en un sistema donde el prestigio académico continúa inclinado a favor de los hombres.

Por qué importa con quién se publica

En la academia, publicar es sinónimo de progresar laboralmente. Las colaboraciones abren la puerta a nuevos proyectos, financiación y oportunidades de promoción. Cuando esas redes se concentran en grupos mayoritariamente masculinos, son los varones quienes mantienen un acceso preferente a los recursos que impulsan una carrera científica.

Este desequilibrio tiene efectos duraderos. Aunque aumente la participación de mujeres en un campo, las dinámicas de colaboración no siempre cambian al mismo ritmo. Ellas siguen encontrando más obstáculos para firmar como primeras autoras, reciben menos citas y tienen más difícil acceder a los círculos de influencia que marcan el paso dentro de la academia.

Además, numerosos estudios muestran que la colaboración entre géneros es beneficiosa para todos. Los entornos diversos reducen el estrés, distribuyen mejor la carga de trabajo y mejoran el rendimiento.

Sobre todo, los equipos mixtos producen resultados más innovadores e influyentes que los formados por personas muy similares. En consecuencia, reducir la homofilia es clave para mejorar tanto la eficiencia de las organizaciones como la experiencia profesional de cada persona.

Paridad numérica no significa integración

Que la homofilia aumente justo cuando un campo avanza hacia la paridad plantea una paradoja: lograr equilibrio numérico no es suficiente para garantizar la igualdad. En las últimas décadas se han desplegado numerosas iniciativas –como, por ejemplo, programas para atraer a más mujeres a las carreras STEM, medidas de conciliación o sistemas de cuotas– que han conseguido el objetivo más tangible: hoy hay más mujeres investigando en todos los campos.

Pero tener más mujeres no implica necesariamente más colaboración entre géneros. La distribución desigual de recursos, la existencia de redes ya consolidadas y los incentivos ligados a posiciones históricamente dominantes hacen que las formas de trabajar sigan favoreciendo a quienes han ocupado el poder durante décadas. Por ello, el avance hacia una ciencia más equitativa no se mide solo en porcentajes: también requiere actuar sobre las formas de relación y colaboración.

La igualdad no termina en la puerta del laboratorio, se construye dentro de él: en qué correos se envían para proponer coautorías, a quién se invita a un proyecto y quién aparece en la firma final.

Por el momento, la homofilia funciona como un mecanismo silencioso que mantiene desigualdades incluso cuando las cifras parecen equilibradas. Reconocerlo es un paso imprescindible para que la ciencia sea no solo diversa, sino realmente inclusiva.The Conversation

Iñaki Úcar, Profesor Asistente de Estadística, Universidad Carlos III y Margarita Torre, Profesora Titular de Sociología, Universidad Carlos III

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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