E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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Eugene Robinson-Washington. El Presidente Obama debe de estar tentado de responder a sus críticos progresistas con una cita del rapero de la vieja escuela Kool Moe Dee: «¿Ya no soy tan molón?»

La derogación de la intolerante y anacrónica política militar «don’t ask, don’t tell» relativa a los homosexuales en el ejército — una promesa de campaña que parecía escapársele de su alcance — no enmienda la relación entre Obama y el ala de izquierdas del Partido Demócrata. Pero es un estupendo punto de partida.

Los progresistas necesitaban una victoria clara y contundente con la que aliviar el prurito de aquellas bajadas tributarias ampliadas a las rentas altas. Se alzaron con una el sábado con la histórica votación del Senado que pone fin a la «don’t ask, don’t tell» — y Obama logró la confirmación del enfoque lento, paciente y paulatino que sacó de sus casillas a los gays y lesbianas activistas pero que finalmente arrojó un resultado impresionante.

Los funcionarios de la administración estaban seguros desde el principio que derogar la discriminatoria legislación, y permitir que los homosexuales formen parte de las fuerzas armadas haciendo pública su orientación, iba a exigir contar con el apoyo de los galones del Pentágono. La cúpula militar tuvo que apoyar el cambio, o por lo menos aceptarlo. De lo contrario, los legisladores del Congreso favorables a la derogación podrían plantarse a la hora de incluir un voto que podría retratarse como debilitador en cierto sentido de la defensa de América.

De manera que la Casa Blanca pasó meses haciendo alarde de que el Secretario de la Defensa Robert Gates suscribe íntegramente el final de la «don’t ask, don’t tell» y que los mandos de las distintas secciones implantarían el cambio. Una parte clave de esta minuciosa estrategia fue el estudio a 10 meses realizado por el Pentágono del impacto de la desaparición de la política — que esencialmente llega a la conclusión de que no es probable que haya ningún efecto secundario en absoluto.

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El estudio incluyó un sondeo realizado entre todas las ramas del ejército, que concluye que las dos terceras partes de los militares en activo se muestran seguros de que poner fin a la política tendrá efectos positivos, surtidos o neutrales. Más significativa tal vez es la descripción que hace el estudio de la experiencia de los ejércitos británico, canadiense y australiano, que alteraron sus reglamentos y permitieron a gays y lesbianas formar parte del ejército haciendo pública su condición. ¿Qué pasó? Nada en absoluto.

«De manera uniforme, estas naciones dieron parte de no tener constancia de alguna unidad que registrara degradación alguna de la cohesión o de la eficacia en combate, ni de que la presencia de gays y lesbianas en el combate hubiera sido planteada como motivo de polémica por ninguna de las unidades desplegadas en Irak o Afganistán», apunta el estudio. Ninguno de los países restantes tuvo problemas de reclutamiento o instrucción. El cambio resultó ser inocuo.

Los detractores de poner fin a la «don’t ask, don’t tell», incluyendo al Senador John McCain, habían insistido en que el Congreso no actuara hasta que el estudio del Pentágono hubiera finalizado. Cuando por fin vio la luz, empezaron puntualmente a cambiar las condiciones, exigiendo la celebración de más vistas y más comparecencias. Parecía que se iban a quedar sin tiempo y dejar la cuestión al nuevo Congreso, que será mucho más conservador.

Pero entonces Joe Lieberman y Susan Collins llegaron al rescate.

He sido feroz crítico de Lieberman en el pasado, y sospecho que tendré ocasión de ser igualmente crítico en el futuro. Pero con el trámite de la «don’t ask, don’t tell», fue fantástico. A veces parece que Lieberman, que legisla como independiente, se deleita sacando de quicio a los Demócratas de izquierdas, pero en cuestiones sociales sigue teniendo un agudo sentido de la justicia y la igualdad. Su trayectoria demostrada como militarista en cuestiones de defensa le da la credibilidad para sacar adelante este cambio — y lo sacó, hasta cuando todo parecía perdido.

Y en cuanto a Collins, me pregunto a menudo cómo se la puede llamar «conservadora» cuando de forma segura se alinea con la representación Republicana más conservadora y contraria al presidente en el Senado, especialmente en las votaciones de trámite relevantes. Pero fue valiente y se mantuvo fiel a los principios en el trámite de la política, y unir esfuerzos con Lieberman hizo posible que otros siete Republicanos depositaran un voto al bando correcto de la historia.

Ahora que el Congreso ha actuado, el ejército tendrá que ponerse a implantar el cambio con diligencia. A juzgar por lo sucedido en otros países que dieron este paso, sin embargo, el proceso será probablemente mucho más rápido de lo que nadie espera. Dentro de un año, todos nos preguntaremos a qué venía tanto revuelo.

Para los gays y las lesbianas que actualmente forman parte del ejército, esto no significa necesariamente que tengan que hacer pública su orientación. Significa simplemente que dentro de poco no tendrán que temer ser licenciados por ser quienes son.

Y en cuanto al Presidente Obama y la izquierda, se trata de un hito importante — un recordatorio de que hasta el disfuncional Washington, que Sarah Palin difamaba como «aquello de la esperanza y el cambio», todavía sabe crear esperanza y cambio reales.

Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
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