E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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Eugene Robinson -Washington.  ¿En serio tiene una visión ofensiva y deformada de la historia de los Estados Unidos el Gobernador Haley Barbour? ¿O simplemente está jugando a juego peligroso?Puede que las dos cosas.

El Gobernador de Mississippi, considerado candidato Republicano potencial a presidente en 2012, sigue mostrando lo que parece ser un nivel asombroso de ignorancia en torno a la lucha de casi 400 años con cuestiones raciales. En este momento, es más que un patrón. O es patología, o un plan.

El escándalo más reciente — y yo no utilizo esa palabra a la ligera — se producía el martes, cuando a Barbour le pedían declaraciones acerca de una propuesta de matrícula oficial distinguiendo a una de las figuras de la era de la Guerra Civil más conocidas, el General confederado Nathan Bedford Forrest. Dudo que algún oficial confederado sea digno de tal reconocimiento, teniendo en cuenta que todos cometieron actos de traición. Pero hasta para el colectivo de Hijos de Veteranos Confederados — el grupo que hace la propuesta — Forrest debería ser motivo de vergüenza.

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A aquellos que no ven la Guerra Civil a través de un prisma revisionista de galantería y musgo español sureño, Forrest les parece una abominación. En 1864, sus tropas acribillaron a decenas de soldados negros de la Unión que intentaban rendirse, en lo que pasó a conocerse como la Masacre de Fort Pillow. Tras la guerra, Forrest se convirtió en uno de los artífices del colectivo terrorista Ku Klux Klan – y fue el primer líder nacional del grupo o «gran maestre».

Barbour fue preguntado si denunciaba la idea de distinguir a una figura así. «Yo no voy por ahí denunciando a la gente», declaró a la prensa. «No seré yo».

Pero por supuesto, Barbour anda denunciando a la gente todo el tiempo. Justo la semana pasada, durante la Conferencia anual de Acción Política Conservadora celebrada en Washington, denunciaba al Presidente Obama y al Partido Demócrata. Denunciar forma parte de la labor de cualquier político, y Barbour lo hace con brío y entusiasmo. ¿Por qué iba a negarse a decir lo que piensa de distinguir a un fundador del KKK?

Esta infrecuente reticencia acompaña a tres episodios recientes en los que Barbour es demasiado simplista. En abril pasado, le pidieron declaraciones acerca de la soflama del «Mes de la Historia Confederada» declarado por el Gobernador de Virginia Bob McDonnell, que omitía la esclavitud. McDonnell se disculpó rápidamente y corrigió lo que describió como un error garrafal. Barbour, sin embargo, sostuvo que la polémica «no viene a cuento» y que no había necesidad «de explicar a la gente que la esclavitud es mala».

En septiembre, Barbour afirmaba que «mi generación» en el Sur asistió a «escuelas des-segregadas» y que «fui a un centro universitario no segregado — nunca le di mucha importancia». Barbour asistió realmente a centros de educación sólo para blancos en Mississippi. Su universidad, la Universidad de Mississippi, no dejó de practicar la segregación hasta 1962, cuando agentes federales escoltaron al estudiante James Meredith al campus mientras los estudiantes blancos se amotinaban en protesta. Cuando llegó Barbour unos años más tarde, los pocos estudiantes negros que había en el centro eran humillados y rechazados.

En diciembre, Barbour elogiaba al Comité Ciudadano Blanco de su oriundo municipio de Yazoo City por su papel en la lucha por la eliminación de la segregación. En la práctica, los Comités de todo el Sur fueron implacables en su defensa de la segregación racial. Simplemente eran partidarios de tácticas no violentas — como forzar el despido de los negros «trepas» — en lugar de prender cruces.

Barbour se retractó rápidamente de su elogio a los Comités Ciudadanos. Pero aquí volvemos a estar, sólo unos meses más tarde, tratando de superar la distancia entre la versión de la historia que tiene Haley Barbour y lo que pasó realmente.

Si es así como piensa Barbour, la perspectiva de que se postule a presidente debería de ser alarmante. He de reconocer la posibilidad, sin embargo, de que en este caso esté siendo simplemente intrigante e inteligente.

Nada de la forma en que Barbour ha actuado en su larga vida pública sugiere que realmente admire al primer gran maestre del KKK. Pero al evitar la pregunta, evita alienar a los electores que realmente pueden creer que Forrest es una joya. En otras palabras: «Mi trabajo no consiste en decir al pueblo estadounidense lo que tiene que creer».

Espere, esa cita no viene de Barbour, viene del presidente de la Cámara John Boehner. Eso es lo que dijo el domingo en «Meet the Press» cuando fue preguntado por el motivo de que no diga abiertamente a los activistas «birthers» que ponen en tela de juicio la ciudadanía del Presidente Obama que se equivocan. Al igual que otros destacados Republicanos, Boehner estaba alentando a los dementes con equívocos estudiados y silencios estratégicos.

«Voy a fiarme de su palabra», decía Boehner al ser preguntado si cree que Obama es cristiano. Supongo, pues, que tendré que fiarme de la palabra de Haley Barbour cuando dice que no es racista.

¿Así se juega a este juego?

Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
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