E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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Eugene Robinson – Washington. Si la reforma sanitaria termina atravesando la línea de meta por los pelos, será gracias a que el Presidente Obama y los Demócratas del Congreso han reconocido – ya era hora – la verdad que han tenido delante de las narices durante más de un año: les es políticamente más rentable intentar hacer todo lo posible simplemente por hacer lo correcto.

No importa lo que los Demócratas traten de hacer ni el cómo lo hacen, los Republicanos van a quejarse, obstruir y atacar. Esa es la lección ineludible de todo este ejercicio, y es difícil dilucidar porqué costó tanto llegar a esa conclusión. Los Demócratas tenían un aspecto ridículo, sentados alrededor del fuego cantando canciones de campamento mientras la oposición merodeaba por el bosque afilando lanzas y flechas.

Como si quisieran darme la razón, algunos Republicanos ya están hablando de tratar de derogar la ley de reforma a pesar de que aún no ha sido aprobada. Esto no tiene aire de bipartidismo en absoluto – que el Partido Republicano, con una retórica cínica pero hábil, ha elevado a la categoría de virtud divina.

Hay que admirar la cara dura del Partido Republicano. George W. Bush legisló igual que una apisonadora siempre que implantó sus radicales iniciativas — bajadas tributarias enormes, una enorme alteración del equilibrio entre privacidad y seguridad, la toma de control de la política educativa a lo «gran gobierno» sin precedentes, y un programa de prestación a las recetas de Medicare caro y sin financiación para las obligaciones.

Pero en el momento en que los Republicanos pasaron a la oposición, descubrieron la obligación moral de que el partido en el gobierno lo haga todo de manera bipartidista. Los Demócratas, conscientes de las encuestas que apuntan que la afiliación al partido se ha debilitado de manera dramática durante la última generación, se mostraron encantados de complacer. En su puesta de largo legislativa – el proyecto de estímulo económico de 862.000 millones de dólares — el nuevo presidente y el nuevo Congreso llegaron a extremos insólitos para dar cabida a ideas Republicanas tales como bajar los impuestos. Pero, por supuesto, ninguna buena acción queda sin castigo: más de un año después, el Partido Republicano todavía ataca el estímulo como si lo hubiera diseñado el Presidente Mao.

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En la sanidad, los Republicanos interpretaron el bipartidismo como algo equivalente a que todo tiene que hacerse como dicen ellos, lo que básicamente habría significado que no habría reforma ni por accidente. Una vez más los Demócratas cedieron. Desde el principio, la Casa Blanca decidió no sacar adelante una sanidad verdaderamente universal – el objetivo con más solera del partido – sino que se conformaría con algo más modesto.

Existen argumentos razonables en favor del enfoque comedido y moderado que adoptó el Presidente Obama – la atención sanitaria sí representa casi la sexta parte de la economía, y tal vez una recesión acusada no sea el mejor momento de acometer una reestructuración radical que podría tener un impacto real y a largo plazo sobre el creciente gasto. Pero hasta el paquete de reforma moderado que aprobó la Cámara vio rebajadas sus pretensiones en el Senado. Es digno de aprobarse porque consagra el principio de que la sanidad debe ser universal, pero no es ninguna revolución.

Pero los Republicanos tachan hasta este conjunto muy modesto de modificaciones – prudente, gradual, fiscalmente disciplinado – de socialismo desenfrenado. Retratan la legislación sanitaria como una «socialización», aunque la idea de tener un pequeño plan de salud público limitado, restringido y estrechamente contenido de cualquier tipo ha sido abandonada desde hace tiempo. Pintan a los Demócratas como un montón de izquierdistas resentidos a cuenta de una ley que habría aprobado Richard Nixon.

No hay nada que los Demócratas puedan hacer, a corto plazo, para contrarrestar el éxito que han tenido los Republicanos a la hora de indignar a los conservadores con la excusa de la reforma sanitaria – y sembrar la duda en la mente de los independientes. Ese daño tardará tiempo en cicatrizar. Los antecedentes sugieren que hasta los contados elementos del paquete legislativo que habrían entrado en vigor con efecto inmediato – incluir a los hijos en el seguro paterno hasta los 26 años – habrían aplastado rápidamente parte del diálogo Republicano sobre la derogación. Los derechos sociales son fáciles de reconocer y extremadamente difíciles de anular.

Lo que se puede corregir, y se está corrigiendo, es el daño que presidente y Congreso han causado a su valoración entre el electorado Demócrata. Gracias a los vigorosos mítines estilo campaña de Obama en defensa de la reforma sanitaria, las encuestas muestran que la popularidad de la legislación entre los Demócratas aumenta poco a poco. Si los Demócratas quieren tener posibilidades de ganar en noviembre, su principal electorado debe ser movilizado, no desmotivado.

Las encuestas empezaron a cambiar en el momento en que los líderes Demócratas adoptaron una postura clara. Tener el valor de defender las convicciones propias: qué concepto.

Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
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