E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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Eugene Robinson-Washington. Si la opinión escrupulosamente estudiada y apasionadamente expuesta del legislador Newt Gingrich acerca de la intervención estadounidense en Libia no es de su agrado, no se apure. Los últimos precedentes sugieren que en cuestión de días va a decir todo lo contrario a lo que dice ahora.

Mi conjetura es que por el momento, al menos, Gingrich viene a apoyar la decisión del Presidente Obama de utilizar la fuerza militar contra el déspota libio Muammar Gadafi, o por lo menos espera que tenga éxito. Pero es difícil estar seguros. A tenor de Libia, el ex presidente de la Cámara ha demostrado tener la capacidad de estar a favor y en contra con idéntica certidumbre moral y arrogancia intelectual.

¿Por qué importa que un caballero famoso por ser un pirómano retórico vaya arrojando unas cuantas granadas contradictorias? Porque cuando Gingrich dijo en «Fox News Sunday» que espera anunciar su candidatura a presidente dentro de un mes, nadie se echó a reír. No hay un favorito claro a la candidatura Republicana, y es de esperar que pase cualquier cosa.

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Durante esa misma entrevista, Gingrich acababa de rematar una pirueta que habría recibido la nota perfecta en una competición olímpica de apnea – poniendo de relieve el motivo de que nunca jamás se le deba permitir acercarse al Despacho Oval.

Gingrich se tiró a la piscina el 7 de marzo, cuando la presentadora de Fox News Greta Van Susteren preguntó lo que haría él a raíz del uso por parte de Gadafi de armas pesadas y fuerza letal contra manifestantes pacíficos.

«Imponer una zona de exclusión aérea esta tarde», respondió. «Todo lo que tenemos que decir es que creemos que masacrar a tu propia población es inaceptable y que vamos a intervenir».

Su primer salto de trampolín se ejecutaba el 23 de marzo, días después de haber comenzado la intervención militar con autorización de las Naciones Unidas. Hubiera dicho que aplaudiría la operación — implantación por la fuerza de una zona de exclusión aérea y ataques a las columnas blindadas de Gadafi, todo en el seno de un intento de proteger a civiles de una masacre inminente — puesto que es lo que había sugerido él. Pero me equivocaría.

«Yo no habría intervenido», decía a Matt Lauer en la NBC. «Yo no habría utilizado fuerzas estadounidenses y europeas, bombardeando a árabes y a ese país». Al día siguiente argumentaba «No estamos en posición de ir por el mundo acudiendo cada vez que haya un problema local a intervenir», decía en Fox.

Pero luego el sábado, en un acto en Iowa, daba un giro radical hacia lo que parecía sospechosamente su postura original, argumentando que Estados Unidos y sus aliados deben «derrotar a Gadafi tan rápido como sea posible».

Gingrich parece estar manteniendo un debate particularmente acalorado consigo mismo en torno a todo el asunto de la «fuerza aérea». El 7 de marzo, el Newt a favor de la intervención afirmaba en público: «No hace falta enviar tropas. Todo lo que tenemos que hacer es abatir a la fuerza aérea (de Gadafi), cosa que podríamos hacer en cuestión de minutos». El 24 de marzo, el Newt contrario a la intervención se burlaba en Fox: «Si están decididos a proteger a los civiles, desde el aire no se puede hacer… Es un error garrafal, y creo que es el típico exceso de confianza de los políticos en la fuerza aérea». El 26 de marzo, el Newt del derrotemos pronto a Gadafi decía que vencer al dictador implicaría «utilizar la totalidad de la fuerza aérea occidental tan decisivamente como sea posible».

En un raro eufemismo, Gingrich reconocía el sábado que «existen contradicciones obviamente» entre sus diversas intervenciones. Típicamente, sin embargo, salía en defensa de todas.

El hecho de haber salido a tomar parte por tantos bandos en la materia, decía, era de alguna forma culpa de Obama. Igual que no intervenir era culpa de Obama, intervenir es culpa de Obama, y lo que quiera que hagan los aliados con la fuerza aérea es culpa de Obama.

Obama llegó dolorosamente a destinar fuerzas estadounidenses a la intervención en Libia, garantizando primero un mandato de la ONU, cierta dosis de apoyo de los países árabes y garantías de implicación significativa por parte de nuestros aliados europeos. ?l pensaba en el precedente que pueden sentar esta clase de acciones militares humanitarias. Trató de evaluar la forma en que el resto de autócratas de la región en problemas reaccionarían a la acción estadounidense o la ausencia de acción.

Deje a un lado, por el momento, si Obama tomó o no la decisión correcta. Por lo menos lo intentó. Gingrich, por el contrario, tira la piedra y reflexivamente esconde la mano. A tenor de cualquier cuestión que se le ocurra, siempre está dispuesto a hablar más de la cuenta. Está seguro de que su opinión es la totalmente correcta — hasta que decide que es la totalmente equivocada.

Me doy cuenta de que sus críticas a Obama desde todos los frentes de la cuestión de Libia obedecen fundamentalmente a una táctica política — pasar al ataque, meter un montón de ruido, llamar cierta atención. Pero su temeridad arrogante en torno a una cuestión de guerra y paz debería dar escalofríos a cualquiera que lea las palabras «Newt Gingrich» y «candidato presidencial» en la misma oración. Que Dios nos coja confesados.

Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
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