E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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Eugene Robinson – Washington. El presidente Obama comienza su segundo año en la Casa Blanca con índices de popularidad tan anémicos que se diría que se trata de otro Ronald Reagan: entre los presidentes recientes, tan sólo Reagan había tocado fondo así en la apreciación de los electores en esta etapa de su presidencia.

Al final, las cosas salieron bastante bien para Reagan – arrasadora victoria en la reelección, éxito a la hora de cambiar de rumbo el curso de la nación y del mundo, canonización por parte del Partido Republicano. En este contexto, la serenidad de los asesores políticos de Obama es comprensible. Ha sido un año difícil, y el presidente ha tenido que tomar una serie de decisiones que sabía iban a ser políticamente impopulares. Si la historia es el referente, estas primeras cifras de popularidad dicen muy poco de la forma en que estará políticamente Obama en 2012, y mucho menos cómo será valorado al final de su presidencia. La Casa Blanca hace bien en no dejarse llevar por el pánico.

Pero serenidad no es lo mismo que complacencia. Hay lecciones importantes que extraer del año pasado que Obama y su equipo harán bien en aprenderse si pretende alcanzar su objetivo de ser un presidente «transformador» como Reagan.

La primera es que la «brecha de entusiasmo» pesa, y pesa mucho. Es inexcusable que una candidata Demócrata al Senado representando a Massachusetts, presentándose a ocupar el escaño vacante ocupado durante décadas por el difunto Ted Kennedy, no registre sino una victoria abrumadora sin despeinarse. Es cierto que Martha Coakley protagonizó una campaña mediocre, y que el candidato Republicano Scott Brown protagonizó una muy buena, pero aún así hablamos de Massachusetts. Que Obama tuviera que volar dos días antes de los comicios y avalar a Coakley y la mayoría a prueba de obstruccionistas de los Demócratas fue absurdo.

Pero el enfrentamiento electoral Brown-Coakley fue sólo la manifestación más imponente de un fenómeno que llevamos viendo los seis últimos meses. Los detractores abiertos del presidente y la dirección Demócrata del Congreso están impacientes, tan motivados y ansiosos, que les falta tiempo para echar mano de sus pancartas de protesta fiscal y desfilar por el barrio. Los partidarios del presidente están… bueno, en la actualidad ni siquiera son particularmente partidarios.

Hay varios motivos de la brecha de entusiasmo. Algunos están fuera del control del presidente – la decisión de los Republicanos, por ejemplo, de adoptar una postura puramente obstruccionista hacia las iniciativas nacionales de Obama. «No a Washington» es un mensaje poderoso en un momento en que muchos estadounidenses están preocupados por el futuro. Pero el presidente tiene formas de contrarrestar ese mensaje, y el hecho es que Obama no ha dado mucho al electorado progresista del Partido Demócrata en torno a lo que cerrar filas.

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La legislación de reforma de la sanidad que gobierno y Congreso han trabajado tan duro por rematar acaba siendo percibida como «lo mejor que cabía esperar». El proyecto de ley del Senado es en muchos sentidos un gran avance, especialmente en la cobertura de 31 millones de estadounidenses sin seguro médico y a la hora de garantizar que a nadie se le niega un seguro a causa de enfermedades anteriores a la firma de la póliza. Pero los progresistas tenían que abandonar la idea de una opción pública, y los sindicatos acceder en mayor o menor medida a gravar los planes de salud de lujo. A final de cuentas, estos grupos de activistas pueden aplaudir el resultado final, pero no van a dar saltos.

En economía, probablemente no hay mucho más que la administración pudiera haber hecho para aliviar la angustia que sienten tantos estadounidenses. Sin embargo, sólo recientemente la Casa Blanca ha intentado demostrar que el empleo es una prioridad de la administración, y todavía no hay una sensación de gran urgencia con los desahucios por impago hipotecario. Por el contrario, rescatar a Wall Street fue visto como una emergencia. Es irritante – y, para muchos partidarios de la administración, desalentador – ver que los grandes bancos informan de grandes beneficios y han vuelto a pagar primas enormes, como en los malos tiempos.

La conclusión a extraer, diría yo, es que Obama tendría que ser visto luchando por algo más que «lo mejor que cabe esperar». Y hay indicios de que puede haber aprendido esta lección: el nuevo impuesto que ha propuesto imponer a las grandes financieras no es sólo una buena legislación sino también una buena política.

La otra razón de importancia de la brecha de entusiasmo es que los Republicanos han ganado muchas batallas gracias a la guerra «de la comunicación» – por ejemplo, convirtiendo «sanidad asequible para todo el mundo» en «socialización del gran gobierno». Los detractores de la administración están definiendo las cuestiones que integran la mentalidad de los electores.

Eso es algo que Reagan nunca hubiera permitido.

Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
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