E. Robinson

Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

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Eugene Robinson – Washington. Barack Obama dramatizó su llegada a Washington para que evocara la de Abraham Lincoln, pero la resonancia histórica es tenue. El famoso viaje en tren de Lincoln hasta su investidura en 1861 atravesó un paisaje de amargura y distensión. Tuvo que acelerar al pasar por Baltimore «igual que un ladrón en la noche» por temor a disturbios y probable magnicidio. Obama, por el contrario, fue recibido por decenas de miles de habitantes de Baltimore que desafiaron temperaturas gélidas para apoyar al nuevo presidente. Mientras Obama hacía su recorrido hasta la capital, cruzaba un paraje de esperanza.

Pocas veces una nueva presidencia ha sido recibida con tamaño consenso de disposición y pocas veces un presidente nuevo lo ha necesitado tanto.

La importancia del avance histórico acusadamente emotivo de Obama a duras penas puede ser exagerada. La esclavitud disgustaba a los Fundadores de la Patria; si no hubiera sido por la férrea determinación de Lincoln, habría hecho pedazos a la nación. Casi un siglo después de que los afroamericanos fueran liberados de la esclavitud, la sociedad norteamericana seguía relegándonos a una esquina reservada a los ciudadanos de segunda categoría. Tener un presidente negro no elimina mágicamente las disparidades raciales en la renta o la riqueza; no repara los centros escolares del extrarradio, no restaura los vecindarios en estado de ruina ni cura a las familias disfuncionales. Psicologicamente sin embargo, lo cambia todo.

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Nuestro mobiliario mental está siendo redistribuido. El advenimiento de la presidencia de Obama coloca a la experiencia afroamericana en el centro de atención, pero lo hace de una manera que permite que la sociedad se felicite por haber llegado tan lejos. Las implicaciones para los americanos negros son aún más profundas, porque ver a Obama en la Casa Blanca borra cualquier lógica que pudiera haber detrás de los límites autoimpuestos a la imaginación y la ambición.

Estos impactos son enormes lo que hace irónico que, en último término, la raza sea probablemente un factor secundario a la hora de definir el lugar que ocupa Obama en la historia.

Desde la elección de Obama, he escuchado a más de uno bromear sardónicamente diciendo que la nación ha dicho que por supuesto que un negro puede dirigir el país, que vaya y coja turno ahora que la economía está tiritando, el sistema financiero es una ruina, estamos atascados en dos guerras, el calentamiento global está cociendo el planeta, el gobierno se ha visto obligado a gastar un billón de dólares o más sólo para la salvar la situación de la ruina total y que queda el dinero justo para financiar reformas desesperadamente necesarias de la sanidad, la educación, la energía, la infraestructura?

Las expectativas de que Obama sea capaz de solucionar este desalentador abanico de problemas son llamativamente elevadas. Una nueva encuesta del Washington Post concluye que el 61 por ciento de los estadounidenses tiene «bastante» o «mucha» confianza en que Obama tome las decisiones adecuadas para el país. Un notable 72 por ciento confía «bastante» o «mucho» en que el programa económico de Obama -cualquiera que éste resulte ser finalmente- mejore la economía.

Una encuesta de Associated Press informa de que el 65 por ciento de los estadounidenses sostienen que Obama será un presidente «por encima de la media,» incluyendo un 28 por ciento que espera que sea ??excepcional.? Casi las dos terceras partes de los estadounidenses, descubre AP, están seguros de que su propia situación financiera mejorará durante la administración Obama.

La opinión generalizada es que Obama se arriesga a perder el apoyo de la opinión pública a través de la desilusión conforme la gente descubra que no puede agitar una varita mágica y mejorarlo todo. Pero la opinión generalizada se ha equivocado con Obama tantas veces durante el último año que yo la utilizaría más como guía para lo que no es probable que suceda.

La verdad es que nadie sabe si Barack Obama será un buen presidente, y mucho menos un gran presidente. De todo lo que cualquiera, incluyendo Obama, puede estar seguro es de que la suya será una presidencia consecuente -una certeza importante. Para mejor o peor, se necesitó de los ataques del 11 de septiembre de 2001 para ampliar el alcance y la ambición de George W. Bush. Obama asume el cargo sabiendo más allá de toda duda que no tiene otra elección que ir a por todas.

Hace dos años, mientras Obama iniciaba su campaña -a pesar de las objeciones de la dirección del Partido Demócrata, que seguía escuchando la opinión generalizada- yo le entrevisté en su oficina del Senado. Me sorprendieron su confianza y su convicción en que ésta era su ocasión, y en especial lo imperturbable que me pareció. Le vi la semana pasada, después de una campaña que nos tuvo con el corazón en un puño durante meses y meses, y temperamentalmente parecía  sin cambios.

Nuestro nuevo presidente es un hombre que sabe exactamente quién es. La nación, llena de esperanza, está a punto de descubrirlo.

Eugene Robinson.

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