E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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Eugene Robinson – Washington. Los cables diplomáticos estadounidenses secretos dados a conocer por WikiLeaks dan sobre todo una impresión: es difícil ser una superpotencia.

A fecha del lunes, menos de 250 de los 251.287 despachos diplomáticos confidenciales del Departamento de Estado prometidos habían visto la luz. Tal vez en alguna parte de ese enorme tesoro haya pruebas de lo contrario, pero lo que hemos visto hasta el momento demuestra que los rumores post-Guerra Fría de hegemonía global americana son muy exagerados. Si alguna vez hubo un momento en que ser una superpotencia significó no pedir nunca disculpas, pasó hace mucho tiempo.

Las evaluaciones filomediáticas maliciosamente personales de los líderes mundiales dadas a conocer en las comunicaciones son jugosas, pero no sorprendentes realmente. Quiero decir, es muy entretenido leer acerca de las muchas y variadas excentricidades del dictador libio Moammar Gaddafi — su miedo a volar, su reticencia a hospedarse más allá de la primera planta de los hoteles, su dependencia de una enfermera ucraniana descrita como «una rubia voluptuosa» que es la única que «conoce la rutina de él». Pero lleva Gadafi lleva chiflado algún tiempo.

De igual manera, no nos sorprende saber que el Presidente francés Nicolás Sarkozy es despótico, puesto que decir «hipersensible y autoritario» — que es como le describe un diplomático en un cable — es simplemente otra forma de decir «presidente francés». La noticia de que el Primer Ministro italiano Silvio Berlusconi disfruta de «salidas nocturnas frecuentes» y sufre de «debilidad por las fiestas salvajes» no es precisamente material de última hora. Y describir al Presidente afgano Hamid Karzai como «un caballero extremadamente débil que no prestó atención a los hechos pero que era fácilmente influenciado por cualquiera que apareciera a contarle las más peregrinas historias o tramas en su contra» suena amable, igual que decir que el océano es muy grande.

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Más interesante es la forma en que los líderes árabes vienen alentando a Estados Unidos a lanzar un ataque militar contra el programa nuclear de Irán. De nuevo, sin embargo, es más cuestión de intensidad que de otra cosa. Sabíamos que los vecinos de Irán se mostraban cautos y desconfiados; no sabíamos — públicamente por lo menos — que eran tan abiertamente hostiles.

En mi caso, la revelación es lo difícil y absorbente que es ejercer lo que tendría que ser el derecho de una superpotencia: presionar a la gente.

Hasta los déspotas de remansos estratégicos que van dándose aires son lo bastante valientes para desafiarnos. Una repercusión positiva de la imagen de vaquero «de gatillo fácil» de George W. Bush, nos decían los partidarios, era que eso hacía que América fuera temida en el mundo. Ja. Un cable fechado en julio de 2007 procedente de la embajada estadounidense en Zimbabue describe, en humillante detalle, la forma en que el dictador Roberto Mugabe ignoró la presión estadounidense hacia la reforma democrática y siguió con su estilo criminal y represor.

Más trágicas son las comunicaciones de Afganistán que describen nuestra impotencia en un país que en tiempos se llamó «el cementerio de imperios» y que, teniendo en cuenta la experiencia de la Unión Soviética hace tres décadas, bien podría llamarse «el cementerio de superpotencias». Un mensaje procedente de Kabul, firmado por el embajador estadounidense Karl Eikenberry, describe un encuentro con el hermanastro de Karzai, Ahmed Walí Karzai, que «es considerado corrupto de forma generalizada y un traficante de estupefacientes». Con eufemismos, el cable describe «uno de nuestros principales retos en Afganistán: cómo combatir la corrupción y conectar a la población con su administración, cuando los funcionarios públicos clave son corruptos».

¿Se acuerda de los tiempos en los que los regímenes títere se comportaban, ya sabe, igual que títeres? Ya no, al parecer.

La ilustración más clara de lo duro que se ha puesto en estos tiempos aparece en los cables que describen la tentativa de Estados Unidos por encontrar naciones dispuestas a admitir reos de la prisión de Guantánamo. En palabras del New York Times, «Eslovenia fue informada de aceptar un preso si quería reunirse con el Presidente Obama, al tiempo que a la isla nación de Kiribati se le ofrecieron incentivos por valor de millones de dólares para aceptar reos musulmanes asiáticos». Ninguno de los países cumplió.

Esos musulmanes asiáticos, absueltos de cualquier implicación terrorista, siguen siendo un extremo delicado. Funcionarios estadounidenses temen que los caballeros puedan enfrentarse a procesos políticos si son devueltos a China. Nuestros diplomáticos venían inclinándose por Alemania — aliado leal, según recuerdo — para aceptar parte de ellos, pero los alemanes han dado rodeos y vacilado. ¿Por qué? A causa de las insistentes exigencias chinas de que los musulmanes no sean enviados a un tercero.

Ese es el otro tema que asoma entre los cables de Wikileaks: El ascenso de China como fuerza a tener presente en cuestiones globales. Los chinos distan de alcanzar la posición de superpotencia, pero parecen estar en ruta.

Que alguien les diga que tengan cuidado con lo que desean.

Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
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