Richard Cohen

Columnista en la página editorial del Washington Post desde 1984.

 

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Richard Cohen – Washington. Cuando tenía 12 años más o menos, era repartidor del rotativo ya difunto Long Island Press. Un jueves, cuando el periódico venía cargado de cupones publicitarios, descargó una tormenta, y mis periódicos y yo acabamos en un charco. Mis clientes no iban a pagar un ejemplar no entregado, y el Press insistía en cobrar los que yo había recibido. El gerente financiero de mi empresa, alias mi padre, echó un vistazo a mis libros de cuentas y me declaró arruinado. ?l diría lo mismo de General Motors y Chrysler.

No es un concepto complicado. GM y Chrysler no tienen el dinero para pagar sus facturas. Están, de hecho, profundamente endeudadas y casi han agotado los 17.500 millones de dólares que les prestó el gobierno -lo que equivale a decir, usted y yo- apenas el pasado diciembre. Ahora piden miles de millones de dólares más -16.600 millones de dólares GM y 5.000 millones Chrysler. Cae por su propio peso que no serán los últimos.

La administración Obama ha advertido a ambas empresas que podría dejarlas quebrar. En el ínterin, no obstante, probablemente haya más dinero preparado -junto a algunos cambios de administración cosméticos. Rick Wagoner, el consejero delegado de memoria privilegiada de GM, ya ha sido apartado de sus funciones y los directivos de la compañía van por el mismo camino. No obstante, se supone que alguien -Dios sabrá quién- va a presentar otro plan más para salvar a GM y lo hará en 60 días. Quizá lo externalicen.

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No tengo ni idea de si alguna de las empresas puede ser salvada. Ambas han demostrado ser singularmente incompetentes a lo largo de los años, pero últimamente se ha detectado cierta actividad cerebral. GM, particularmente, viene desarrollando vehículos de ahorro energético, y según el propio grupo de trabajo de la administración para la industria del automóvil, podría sobrevivir si recorta de forma aún más drástica sus gastos. Chrysler, en cambio, sólo sobrevivirá si llega a fusionarse con FIAT- una compañía famosa en tiempos por su mala gestión. Conclusión: que sea lo que Dios quiera.

En este punto tengo que presentar a Tim Geithner, el secretario infeliz-cum-brillante del Tesoro. No sólo evidencia que la opinión generalizada es una verdad a medias, sino que en ciertos asuntos lo mejor es ser el primero. Geithner fue confirmado por el Senado incluso si había defraudado algunos impuestos; Tom Daschle tuvo que abandonar más tarde sus aspiraciones al gabinete por una mancha similar. Como siempre, el momento lo es todo.

Lo mismo sucede con este rescate a la industria del automóvil. Llega demasiado tarde. Viene después de que el gobierno haya asumido el control sustancial sobre ciertas entidades bancarias grandes y esa casa del terror financiero llamada AIG. Los contribuyentes tienen ahora empeñadas hasta sus camisas por billones de dólares, deudas en las que se incurrió en parte para rescatar a los ladrones y bribones que compraban botellas de champán Cristal de 1.000 dólares en los locales exclusivos de Nueva York o que se ponían por montera el PIB de países pequeños. Con los diversos paquetes de estímulo, añadimos 9,3 billones de dólares en deuda a amortizar durante los 10 próximos años.

La industria del automóvil no sólo llega tarde, además tiene mala reputación. Puede que no entendamos lo que hizo AIG -¿qué es exactamente un título canjeable de deuda respaldado en divisa de todas formas?- pero tan seguro como que estamos aquí que sabemos lo que hizo GM: fabricar un montón de coches pésimos. Ford y Chrysler hicieron lo propio. Fabricaron coches con total indiferencia a los gustos del consumidor. El sector llegó a oponerse en tiempos a los cinturones de seguridad y los airbags, y diseñaba coches que no eran seguros. Sé que las cosas han cambiado, pero tengo memoria. Tengo memoria.

Finalmente, tenemos un uso más que dar a la Ley de Geithner. Recuerde sus confusas explicaciones de cómo tuvo conocimiento de aquellas bonificaciones de AIG. Aquellos de nosotros que somos incapaces de encontrar las llaves por la mañana no sentimos sino simpatía por un hombre que ahora dirige una gran parte de la economía estadounidense. Por supuesto, puede que no haya puesto atención. No puede prestar atención a todo.

Aquí es donde entra en escena el concurso de acreedores. Retrasa las cosas. Es un mecanismo. Es un proceso. Se ocupa de los asuntos paulatinamente. Ha sido diseñado para situaciones como aquélla a la que se enfrentan los fabricantes del automóvil. Lleva las cosas ante un tribunal y las aparta de la escena política, donde tanto el Sindicato de Trabajadores del Sector del Automóvil como los tres grandes fabricantes de automóviles pueden jugar la baza del lobby. La bancarrota puede salvar la industria.

¿Tiene desventajas? Por supuesto. Nadie sabe si alguien comprará los coches que fabrica una empresa en quiebra técnica. (El gobierno podría respaldar las garantías.) ¿Perjudicará más a la economía? Probablemente, pero ¿quién lo sabe realmente? Pero la declaración de quiebra reconoce una realidad -GM y Chrysler están arruinadas. Les envío mis mejores deseos?? pero ni un centavo más de mi dinero.

Richard Cohen
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