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Richard Cohen

Columnista en la página editorial del Washington Post desde 1984.

 

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Richard Cohen – Washington. Durante algún tiempo a principios de este año, pensé que el Senador Michael Bennet tenía que ser el mayor gilipollas de Washington. Venía pasando algún tiempo en Colorado, ingiriendo a diario los anuncios de campaña de Bennet en los que se presentaba como un parroquiano anti-Washington. En un anuncio, aparecía de pie — con la ropa convencional — delante del Capitolio y denunciaba a Washington. El anuncio pasaba entonces a mostrar a un Bennet con ropa informal de pie en Washington County, Colorado, que tiene problemas reales y gente real que sabe realmente cómo resolver esos problemas reales siempre que el otro Washington (el irreal) les deje en paz. Cambio de canal. ¿Quién es este gilipollas?

Después de un rato, me dirigí a mi portátil y reuní información acerca de este tal Bennet. Se trata del mismo novato senador por obra y gracia de ser elegido para reemplazar a Ken Salazar, nombrado por el Presidente Obama para ocupar el desagradecido cargo de secretario de interior. (Bienvenido al Golfo, Ken.)

Pero a medida que iba leyendo me impactó – y quiero decir exactamente eso – descubrir que Bennet había sido el admiradísimo superintendente del sistema escolar de Denver, banquero de inversión de gran éxito, jefe del gabinete del alcalde de Denver, ayudante del gobernador de Ohio, licenciado de la Wesleyan University y la Facultad de Derecho de Yale… y creció, nada menos, que en Washington, donde su padre, Douglas J. Bennet, había sido un veterano miembro de la administración y diplomático. El senador nació en Nueva Delhi, donde el padre formaba parte del gabinete del embajador estadounidense, el ilustre Bowles Chester. (Que los fanáticos que dicen que Obama no nació en suelo estadounidense tomen nota).

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Me quedé de piedra. Este no era el tipo que venía apareciendo en televisión — no había nada sobre su educación, su experiencia, su tiempo en el extranjero o que sus abuelos sobrevivieron al gueto de Varsovia. Era, a mi parecer, el perfecto candidato al Senado — familiarizado tanto con la política nacional como con los asuntos exteriores, de mundo, educación superior y procedente de una familia cuyos logros tienen que suponer una rica herencia. Pero, dado que Bennet se enfrenta a unas primarias, y siempre que sobreviva, a unas generales, no se puede mencionar ninguna de estas cosas. En el clima político actual, es imprescindible que el candidato inteligente oculte sus credenciales. Tenemos que valorar la ignorancia.

Hubo un tiempo en que se suponía que un senador estadounidense era conocedor y consciente de los asuntos exteriores. Hubo un tiempo en que se suponía que un senador estadounidense había de ser una persona de cierta sofisticación, erudición y una buena dosis de materia gris. El propio Colorado estuvo representado no hace tanto por Gary Hart, célebre por su intelecto e ideas, y los igualmente inteligentes Tim Wirth y Haskell Floyd. No se consideraba escandaloso tener nociones reales de cómo funciona Washington y defender ideas ancladas en la realidad.

En contraste, hoy tenemos políticos que carecen de las nociones más básicas de la administración pública. En Nevada, Sharron Angle se ha alzado con la candidatura Republicana al Senado desposando las ideas de suspender paulatinamente la seguridad social y derogar el impuesto sobre la renta, así como abolir ese objetivo que se resiste a los conservadores, el Departamento de Educación. De igual forma, en Connecticut, Linda McMahon, antigua magnate de la lucha libre, está contratando publicidad que es tan numantinamente hostil a Washington que se diría que es anarquista. En Arizona, Andy Goss, candidato Republicano al Congreso, sugiere la idea de obligar por ley a todos los congresistas a residir en un cuartel. Esto podría resultar duro a las esposas, los hijos y el viejo cocker spaniel, pero qué menos. Hoy en día, todas las ideas tienen la misma validez.

La obstinación de Bennet con sus estelares credenciales supone algo triste — el colapso de la élite. Gente que debería ser capaz de reconocer imposibles – que, de hecho, los reconoce — se agolpa junto a cavernícolas políticos, pensando poder ser la asocial del baile fiscal y todavía poder volver a casa con su integridad intacta. La élite – equivocada a menudo, imprudente con frecuencia — no es despreciada por sus errores sino por sus credenciales mismas. Es mejor no tener ni idea que saber mucho. De esta forma, el ciudadano medio tiene una administración a su propia imagen — un perfil que nadie aceptaría en un dentista.

Puede que Bennet haya cambiado su imagen televisiva desde que estuve por última vez en su estado. De cualquier manera, desde entonces le he conocido en persona y le encuentro una persona afable, de buen humor — e inteligentísima. Le votaría sin dudarlo. Tiene los conocimientos, la experiencia y los valores adecuados — que vienen a ser los míos. Me equivoqué con él. No tiene un pelo de gilipollas. Simplemente se hace pasar por uno delante de las cámaras.

Richard Cohen
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