Richard Cohen

Columnista en la página editorial del Washington Post desde 1984.

 

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Richard Cohen – Washington. Casi nada de lo que hace la administración Obama en materia de terrorismo me hace sentir más seguro. Ya se trate de garantizar a los terroristas capturados que no van a ser sometidos al interrogatorio por asfixia simulada, o de leer o no sus derechos a los terroristas, o si se trata de la confusa y legalmente alambicada norma que dice que ciertos terroristas han de ser juzgados por la vía militar y otros por la civil, lo que brilla por su ausencia es el firme reconocimiento de que lo que tiene preferencia no es el mensaje enviado a los críticos de los Estados Unidos, sino el mensaje enviado a los propios estadounidenses. ¿Cuándo vas ésta oh administración a despertar?

Poco a poco, las circunstancias obligan al Presidente Obama y sus colaboradores a reconciliarse con la realidad. El plan original de juzgar a Jalid Sheij Mohammed, el llamado cerebro del 11S, en Nueva York aparentemente ha sido abortado. Finalmente al Departamento de Justicia cayó en la cuenta de que acordonar una zona tan grande del Bajo Manhattan y extender un perímetro de seguridad alrededor del distrito financiero no solo costaría la friolera de 200 millones al año, ello destruiría la economía de la zona. Un juicio celebrado en esas circunstancias daría a KSM, como se le conoce, una segunda oportunidad de devastar el centro de Nueva York.

Es sorprendente que a ninguno se le pasara esto por la cabeza. Las informaciones publicadas afirman que el Departamento de Justicia informó el alcalde Michael Bloomberg de sus planes casi en el momento de anunciarse. Esta celeridad es claramente producto de cierto entusiasmo en las instancias del Departamento de Justicia – otra oportunidad más de demostrar al mundo que George W. Bush se ha ido y con él los intentos odiosos de juzgar a los terroristas como si fueran, bueno, terroristas. ¡Un juicio civil! ¡Justo en el corazón de Manhattan! Obama debería preguntar a su amigo el Fiscal General Eric Holder en qué leches estaba pensando – igual que nosotros tendríamos que preguntar a Obama por qué tiene tanta fe en el buen juicio de Holder.

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En un ejemplo similar de falta de juicio, un sin duda encantado Omar Faruj Abdulmutalab fue informado de que tenía una cosita llamada derechos constitucionales y que podía, si le apetecía, dejar de cantar información acerca de la supuesta tentativa de volar por los aires un aparato comercial en pleno vuelo a Detroit el día de Navidad. A Abdulmutalab le fueron leídos sus derechos tras solo 50 minutos de interrogatorio en total y, después de haber visto probablemente más de un episodio de «Ley y Orden», rápidamente cerró la boca.

Funcionarios de la administración defienden lo sucedido en Detroit y afirman, en contra del sentido común y verdad en sí, que disponen de valiosa información de Inteligencia – qué más quisieran. Pero Abdulmutalab se acogió a su derecho a guardar silencio antes de que los expertos en terrorismo de Washington pudieran verle. Ha pasado más de un mes desde la última vez que abrió la boca, e incluso si se reanuda la cooperación – podría haber un acuerdo con el fiscal en ciernes – a estas alturas sabrá tanto de la actual ubicación de diversos miembros de al-Qaeda como el presentador Regis Philbin.

El cierre anunciado de Guantánamo también ha sufrido las consecuencias de la peculiar ingenuidad del estilo Obama. Es ya evidente que hay algunos malos recluidos allí que deberían ser detenidos hasta si son ancianitos con derecho a ingresar en la asociación AARP del jubilado. Es cierto que al mundo no le gusta Guantánamo, pero también es cierto que el mundo no es un objetivo de al-Qaeda.

KSM, Abdulmutalab y otros acusados de terrorismo deben ser juzgados. Pero estos dos no son estadounidenses en ningún sentido de la acepción y se les acusa de terrorismo, equivalente a un acto de guerra – un virtual Pearl Harbor, en el caso de KSM. Un tribunal militar sería el lugar idóneo para ellos. Si es lo bastante bueno para juzgar a un militar estadounidense acusado de asesinato o cosas así, es lo bastante bueno para un extranjero con ideas de asesino múltiple.

Sin duda, George Bush ensució la imagen de Estados Unidos en el extranjero con lo que parecía ser una justicia aleatoria y el encarecido apoyo de Dick Cheney a desagradables prácticas de interrogatorio. Pero hay más en juego aquí que la imagen de Estados Unidos en el exterior – a saber, la seguridad y la paz mental de los americanos dentro de Estados Unidos. Bush es condenado por los hechos del 11S – pasó estando él, luego la responsabilidad es suya – y con toda probabilidad llegó a extremos insospechados por garantizar que nada parecido a esos ataques volvía a suceder.

La administración Obama, por otra parte, parece haber llegado a extremos insospechados por demostrar al mundo que no es la administración Bush y, casi sin reparar en medios, garantizar que todo el mundo disfrute de las libertades civiles estadounidenses. Pero la libertad civil fundamental es la sensación de seguridad y esto, es triste decirlo, se ha erosionado bajo Barack Obama. En repetidas ocasiones, el gobierno ha mostrado una tremenda falta de juicio. El silencio de Abdulmutalab es el grito desgarrado que indica que algo no va bien.

Richard Cohen
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