Richard Cohen

Columnista en la página editorial del Washington Post desde 1984.

 

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Richard Cohen – Washington. Los recientes titulares acerca de Lawrence Summers tenían todas las quinielas. Anunciaban con sobreentendida sorpresa que ganaba alrededor de 8 millones de dólares al año -procedentes la mayor parte de la firma de inversiones de riesgo D.E. Shaw Group. Esto es lo que yo habría escrito: ??Hombre acepta recorte salarial de 7,9 millones de dólares.? En alguna parte del Manual Estadístico de Trastornos Mentales, la biblia de los loqueros, debe de haber una entrada para ??funcionario.? A todos, que Dios les bendiga, les falta una tuerca.

El mío, por supuesto, no es un enfoque que Canal Agitación por Cable adopte sobre tales individuos. Todos han demostrado ser chorizos, hasta el momento -cualquiera que pueda ser «el momento»- de conflictos de intereses y dietas, y demasiado cortos para triunfar en el alabado sector privado. Pero la verdad es diferente. Hay, resulta, personas de éxito que renuncian a cifras de muchos ceros y a gran parte de su privacidad para trabajar para usted y para mí. Resulta virtualmente antiamericano.

Summers es claramente una de estas personas. D.E. Shaw Group le pagaba 5,2 millones al año por reunirse con clientes importantes. Además, él aportaba a la empresa sus conocimientos como economista puntero y, a su vez, la empresa le proporcionaba nociones básicas de cómo funciona un fondo de inversión enormemente próspero. Al mismo tiempo, Summers ganaba alrededor de 2,7 millones de dólares con otras organizaciones y empresas en concepto de charlas. Por utilizar un término (micro) económico, su independencia estaba blindada.

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Pero descartó todo eso a cambio de una oficina en la calle de los sueños rotos, la Avenida de Pennsylvania. Lo mismo hizo el consejero de seguridad nacional James L. Jones, que ganaba alrededor de 2 millones de dólares al año. David Axelrod, que había dirigido empresas de relaciones públicas antes de entrar en la Casa Blanca, renunció a los 1,5 millones de dólares que ganaba como mínimo el año pasado y vendió sus acciones de sus empresas. Otros miembros del equipo Obama se desembarazaron de igual forma del exceso de riqueza, del tiempo libre y la privacidad, demostrando que el dinero no lo es todo.

Este es el pequeño sucio secreto de Washington. No pretendo caracterizar a estos o a otros funcionarios de la administración como el equivalente del sector público a los monjes cistercienses, puesto que disfrutan de la atención, el poder y -por encima de todo- estar en primera línea. Están haciendo algo sustancial, importante -tomando en ocasiones decisiones vitales y ganando, si tiene suerte, una mención en un libro de historia. No es una vida sin compensaciones.

No hay muchos entre nosotros que aceptarían un recorte salarial multimillonario. Sí, dirá usted, alguien como Summers sabe sacar tajada de la situación, pero realmente ése no es -no siempre- el caso. Mire a Tom Daschle. He aquí a un hombre que no intentaba forjar una carrera. Tiene 61 años, y su carrera ya estaba hecha. Pero estaba dispuesto a renunciar a la lucrativa práctica de la presión política para volver al gobierno como secretario de salud y servicios sociales. Resulta que estaba más preocupado de reformar la sanidad que de amasar una fortuna. No llegó a entrar en el gabinete, frustrado por una mancha humillante de problemas fiscales que podría haber evitado quedándose simplemente donde estaba y acumulando dinero.

En la célebre formulación de Ronald Reagan, «el gobierno no es la solución a nuestros problemas; el gobierno es el problema.? Esta declaración, en el corazón mismo de la denominada Revolución Reagan, denigraba al gobierno y a la gente que trabajaba en él. Los comentarios de Reagan apartaron la invitación de John F. Kennedy a los intelectualmente dotados de venir a Washington y hacer algo por su país. Reagan envió un mensaje diferente. El funcionariado es para los cortos, los que van a lo seguro. Si de verdad quiere hacer algo por su país, prescinda de Washington y gane dinero. Era un nuevo día en América — con independencia de lo que eso significara.

De Barack Obama es el inmenso mérito de haber invertido la inversión de Reagan. Washington crepita de gente con un deber. La materia gris vuelve de nuevo aunque sólo sea porque Obama dispone de ella en abundancia. El estilo falto de sofisticación de los ocho años previos, cuando el instinto era elogiado y la ideología se imponía al análisis, no es para él. Estamos en medio de un desastre, y uno de los motivos es que la gente que podría haber notado o hecho algo al respecto recibió órdenes de mantenerse alejada del gobierno.

En nuestra cultura empapada de escándalos, es obligatorio denigrar a los funcionarios públicos y explorar en busca del inevitable conflicto de intereses. Pero hay personas como Summers que han prescindido de riqueza y generosas dietas en aras del servicio a la nación. Tienen sus razones, desde luego, pero cualquiera que sean, nosotros — no ellos — somos los que nos enriquecemos gracias a ello.

Richard Cohen
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