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Fernando Berlín, el autor de este blog, es director de radiocable.com y participa en diversos medios de comunicación españoles.¿Quien soy?english edition.

 

Gracias a una proyección que organizó la productora, ayer tuve la oportunidad de ver la última película de Alejandro Amenábar, «Ágora», un poquito antes de su presentación. Se estrena el próximo viernes en España y como era de esperar es francamente recomendable. Seguramente es la película más bella, reflexiva e intelectual del autor.

Sobre el argumento y sobre Hipatia se ha hablado mucho en estos días. La importancia histórica del personaje es indiscutible. Fue la última gran sabia de la Antigüedad y su violenta muerte «marcó un punto de inflexión entre la cultura del razonamiento griego y el oscurantismo del mundo medieval». Su figura tardó siglos en ser reivindicada. Toland y Voltaire consideraron la vida de Hipatia como una expresión de la lucha contra la irracionalidad del fanatismo religioso. Y Amenábar, ahora, ha conseguido retratarlo magistralmente bien.

El director utiliza recursos visuales de nuestro tiempo para escenificar aquella forma de entender el mundo tan aparentemente antigua, y tan peligrosamente actual. Utiliza planos de la tierra desde el espacio y batallas cenitales, desde las alturas, para burlarse de nuestras actitudes y hacer que el espectador se avergüence, en la distancia, por lo diminuto de nuestras actuaciones. Ágora es una superproducción en lo estético, pero una superproducción mayor en lo ético.

Amenábar se inquietaba hace unos días por las críticas que pudiera recibir la película. El acto de barbarie final está protagonizado por cristianos fanáticos y una mirada muy superficial de la historia ha situado eso en el objeto de la cinta. Sin embargo, lejos de ser una película contra el cristianismo, Ágora, en realidad es una mirada contra el fundamentalismo, contra la chispa que enciende la violencia de los pueblos, contra las provocaciones, a favor de la moderación y contra los dogmáticos.

Porque Amenábar culpa a quienes controlan un poder que quiere suceder a otro de forma violenta, y culpa a los que impiden la convivencia utilizando a su antojo la interpretación de la religión. Alejandro Amenabar culpa a todos los que no dudan de las cosas: unas veces cristianos, otras judíos, otras paganos.

Porque sólo dudando de las teoría instaladas, de las verdades absolutas,  evoluciona la ciencia, evoluciona el ser humano. «Tú te puedes permitir no dudar de las cosas, yo no», -dice Hipatia, la científica. Impresionante.

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