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Fernando Berlín, el autor de este blog, es director de radiocable.com y participa en diversos medios de comunicación españoles.¿Quien soy?english edition.

Pilar del Río, que siempre aparece como una luz cuando los tiempos se tornan oscuros, me da cuenta del último artículo que ha publicado José Saramago en su blog. Se titula «¿Clinton?». Es enormemente revelador.

Primero un extracto:

«….el apellido Clinton no le vino dado por nacimiento, para mostrar que su apellido no es Clinton y que haberlo adoptado, ya sea por convención social, ya sea por conveniencia política, en nada altera la verdad de las cosas: se llama Hillary Diane Rodham o, en caso de que prefiera abreviarlo, Hillary Rodham, mucho más atractivo que el gastado y cansado Clinton […]

Le hablo directamente a la secretaria de Estado. Deje el apellido Clinton, que se parece mucho a una chaqueta rozada y con los codos rotos, recupere su apellido, Rodham, que supongo que será el de su padre. Si él todavía vive ¿ha pensado en el orgullo que sentiría? Sea una buena hija, dé esa alegría a la familia. Y ya de paso, a todas las mujeres que consideran que la obligación de llevar el apellido del marido fue y sigue siendo una forma más, y no la menos importante, de disminución de identidad personal …

[Aquí el artículo completo]

La sociedad norteamericana -y una gran parte del mundo también- ha asumido como natural la pérdida de los apellidos de la mujer y, como derivada, la anorexia de las raices individuales, si estas son de ella.

No me cabe duda de que Hillary Clinton apenas ha reparado en el asunto. Así son muchas tradiciones cuando son oscuras. Nos envuelven como el aire, desde tiempos inmemoriales, y convivimos con ellas como con la contaminación. Nos parecen naturales, no sabemos porque se impusieron, ni en qué nos ensombrecen. Pero debiera servir como pista el tufillo que desprenden.

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